PACO DELGADO

Milagro a las cinco

jueves, 7 de noviembre de 2019 · 08:09

Un artículo de Pérez-Reverte -muy recomendable y ya muy difundido en eso que llamamos redes sociales-, en el que, a través de la narración de un encuentro casual con Espartaco, pone de manifiesto, una vez más, lo mucho que significan los toros, deja una frase del diestro de Espartinas que puede resumir todo a la vez que da que pensar: "en cualquier corrida ocurren milagros".

Desde luego que son muchos los milagros que se producen en la fiesta taurina. Empezando por la base y con los elementos indispensables para que aquella ocurra. Es un milagro que siga existiendo en la tierra un animal cuya naturaleza sólo sirve para su lidia en una plaza. Su razón de ser es la acometividad que le hace único y su bravura un misterio que convierte al espectáculo taurino en algo singular y extraordinario. Un prodigio que, en aras de la protección de este animal, los mal llamados animalistas pretenden hacer desaparecer a la vez que provocarían la extinción del objeto de su pretendida defensa.

Milagro es que haya quien decida ponerse ante un toro y se juegue la vida cada tarde por ello. Si hace setenta o cien años seguía siendo el toreo la más rápida forma de ascenso social y lograr fortuna -aunque no al alcance de todos cuantos se ponían a ello-, en pleno siglo XXI sigue asombrando que haya quien elija esta práctica como profesión, siendo como entonces sólo una minoría quien consigue fama, prestigio y enriquecerse de esta forma.

Como milagrosa y excepcional es la belleza que emana de la conjunción de toro y torero. La fuerza bruta, la bravura incansable y tenaz y su sometimiento a base de valor, técnica e inteligencia producen un monumento -tan fugaz como deslumbrante e imperecedero en su propia limitación temporal- impensable e imposible en cualquier otra manifestación artística o cultural.

Y milagro es el que no haya más víctimas en este espectáculo. La cada vez más depurada educación profesional y preparación de los toreros, que hacen hoy cosas impensables poco tiempo atrás, y la asímismo cada día mayor competencia y excelencia médica especializada, permiten que el riesgo, siempre presente e inexcusable en esta actividad, no derive con mucha mayor frecuencia en algo fatal e irreparable.

Es, además, algo de difícil explicación a los ojos de lo racional, el que este enfrentamiento siga produciendo tanta atracción -y ahí están los datos de asistencia a los festejos dados en, por ejemplo, Las Ventas- y expectación pese a que los medios de comunicación hayan decidido darle la espalda y negar su existencia.

Y, desde luego, parece un milagro que cada tarde, a las cinco en punto -o las seis, o a las siete: la hora lorquiana ha ido variando con el tiempo y la estacionalidad- en la puerta de cuadrillas arranque hacia un riesgo cierto y tremendo un cortejo multicolor y esplendente. La fiesta de los toros no morirá mientras haya un toro y un hombre dispuesto a su lidia. Y quien sepa combinar eso con el marketing preciso y adecuado para hacerlo rentable. Así, cada día de toros, se seguirá produciendo un milagro.

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