CARLOS BUENO

El secreto es la excesiva bravura de Victoriano

martes, 13 de noviembre de 2018 · 08:00

Las declaraciones de Victoriano del Río el pasado mes de agosto en el Club Cocherito de Bilbao trajeron cola. El afamado ganadero aseguró que había tenido que quitar vacas por exceso de bravura, que no le habían servido para el tipo de toro que busca. La confesión cayó como una bomba entre los aficionados. Rechazar vacas por ser demasiado encastadas puede parecer un sacrilegio, y sin duda lo es. Desperdiciar el ansiado tesoro de la bravura en esta época en la que la monotonía de comportamiento parece imperar en los ruedos es un lujo que la tauromaquia no se puede permitir.

Estoy convencido de que lo que quiso expresar Victoriano fue que de una vaca muy brava y un toro muy bravo puede salir una alimaña, algo que nadie desea. Pero lo que caló fue la frase lapidaria, la de la eliminación de la raza en sus tentaderos. Una aserción que, por otra parte, encierra un testimonio muy valioso y positivo, y es que hay bravura en el campo, que a pesar de lo que a veces pueda parecer no nadamos en un mar de sosería y uniformidad. La materia prima está en las dehesas y la posee todo tipo de hierros, también los llamados comerciales.

Está claro que unos ganaderos buscan una simbiosis entre casta y nobleza muy difícil de alcanzar, mientras a otros les sirven las complicaciones del genio para seguir en el candelero del torismo. Todo es válido cuando el torero entiende qué tiene que hacerle a cada ejemplar y lo lleva a cabo. Tanto los ejemplares cuyo comportamiento es extremadamente depurado como los que exigen la entrega total de sus lidiadores, son capaces de dar argumentos para que le emoción aparezca, y los dos demandan la perfección técnica. Un buen toro descubre a un mal torero, y uno complejo desenmascara al incapaz.

El toreo necesita de la variedad, de la diversidad de juegos para que el aburrimiento nunca se instale en una plaza. La bravura nunca estará de sobra, lo han de entender los criadores y sobre todo los matadores, que demasiadas veces pretenden eludir los problemas que conlleva la raza. La mejor arma para contrarrestar los ataques antitaurinos la tenemos dentro del sector. Está muy bien la defensa histórica, tradicional, económica, medioambiental y artística de la tauromaquia, pero el secreto es el toro. Cuando hay toro no hay crisis, la afición aumenta y los cosos se llenan. Vamos a los toros, a la plaza de toros, a la fiesta de los toros… Sin toro no hay nada. No se le puede minimizar. Quizás no sea cómodo, pero sin duda la bravura es la solución, y la hay, lo confesó Victoriano

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