OPINIÓN

El martillo de los dictadores

martes, 4 de septiembre de 2018 · 07:44

Me decía un buen amigo -de diferentes ideas políticas a las mías- que a nuestros hijos les vamos a dejar una sociedad peor que la que nosotros heredamos, que demasiadas veces parece que, en vez de evolucionar, estemos involucionando. Me paré a pensar en cuanto está sucediendo últimamente a nuestro alrededor y creo que, en gran parte, tiene razón.

Me acordé de mis abuelos. Durante la guerra civil española fueron reclutados para ir al frente, uno por el bando nacional y el otro por el republicano. A ninguno de ellos le preguntaron por sus ideas, simplemente les dijeron que iban a las trincheras o eran fusilados. Sí, los dos bandos esgrimieron el mismo argumento convincente: o unidos obligatoriamente a la causa o al paredón. En la batalla mis dos abuelos vieron atrocidades que les marcaron para siempre, porque en los dos bandos se realizaron indecencias denigrantes. La maldita guerra la ganó un bando como la pudo haber ganado el otro. Pero realmente perdió España, perdieron todos, porque en una guerra todos acaban perdiendo.

Me acordé de mis abuelos porque después del horror tuvieron que continuar su vida y a ninguno pareció paralizarle el rencor, todo lo contrario, tras la contienda ambos quisieron pasar página y crecer en libertad y respeto, aprendiendo de lo vivido y sufrido para mejorar, pero siempre mirando al frente. Gracias a ellos, a su trabajo y fortaleza, España logró salir del derribo en el que se encontraba. Se enterró al dictador Franco y llegó la democracia. Nuestros padres siguieron la senda del esfuerzo y de la lucha por los derechos marcada por sus progenitores. Y continuamos progresando en pluralidad y tolerancia. Ese es el país que mi generación recogió.

Ahora, 43 años después de la muerte del dictador, algunos de nuestros políticos pretenden hacer lo que de él todos despreciamos. Primero se han encargado de mantener viva su llama señalándole como el culpable de la actual división de España en dos, y a continuación intentan imponer su pensamiento como si estuviesen en posesión de la verdad absoluta y como si lo que opinaran los demás fuese una basura despreciable. Y claro, me acordé de mis abuelos porque su lucha había sido justamente la de desterrar todo eso.

La división reinante en la sociedad española está alentada por esa clase política que no pasa página, que mira hacia atrás en vez de para adelante, que quiere imponer su ideología, que pretende recortar las libertades del pueblo en beneficio propio, que alienta la enemistad entre los ciudadanos para seguir apareciendo como líderes salvadores, como ídolos adorables. Me viene a la cabeza el ejemplo de Cataluña. No entraré a opinar si debe continuar perteneciendo a España o si ha de ser un país independiente. Me limitaré a recordar que hace sólo unos meses no existía una confrontación tan agraz y violenta como la actual entre los que opinan de una u otra forma. Unos pensaban como españoles y otros como sólo catalanes, pero después de exponer sus ideas los amigos se tomaban unas cervezas juntos y las familias no estaban rotas. ¿Quién ha fomentado la irreconciliable división de ahora? Los políticos intransigentes, más preocupados en su egocéntrico afán de protagonismo y de esconder trapos sucios que en el bien general de la ciudadanía.

Hay que reconocer que estos dictadores de nuevo cuño lo hacen muy bien. Son martillos que no paran de dar golpes, sobre cualquier asunto, en todas las esferas. Aunque estén en minoría el ruido de sus incansables martillazos hace parecer que son muchos más y, por persistentes, muchas veces acaban consiguiendo sus intenciones. Es lo mismo -porque suelen ser los mismos protagonistas- que ocurre con el asunto taurino, en el cual tampoco voy a entrar en profundidad porque necesitaría horas para esgrimir todos mis argumentos.

Pero no puedo evitar hablar del último suceso vivido en Algemesí, ciudad valenciana que celebra la feria de novilladas con más solera del orbe taurino y uno de los ciclos más antiguos de cuantos existen. La Conselleria de Educación de la Generalitat Valenciana denegó la propuesta del Consejo Escolar Municipal de iniciar el calendario lectivo dos días antes y terminarlo uno después de lo estipulado para que así los estudiantes pudiesen tener libre toda la Semana de Toros, como viene sucediendo desde tiempos inmemoriales. La notificación de la Conselleria llegó a Algemesí el 29 de agosto, a sólo una semana de comenzar las clases y más de dos meses después de haber recibido la propuesta del Consejo Municipal. Parece cosa de mala fe, ¿no? El Conseller es Vicent Marzà, de Compromís, partido declaradamente antitaurino, que pretende que se crea que no se trata de nada en contra de los toros, sino que simplemente es por el correcto desarrollo pedagógico de los chavales.

Lo que realmente se ha conseguido con esta decisión -que seguramente para este año acabará arreglándose- es dividir de nuevo a la población. Y mientras unos piensan que Marzà es un ídolo y un líder que fomenta la cultura, otros opinan que sólo busca atacar a los toros. Los primeros se han apresurado en recalcar que la educación está por encima de la fiesta, como si los demás opinasen lo contrario, incidiendo en lo malo que es cerrar los colegios durante la Semana Taurina. Pero los toros llevan corriendo por las calles de Algemesí desde el siglo XVII y las corridas se celebran en la Plaza Mayor desde hace casi doscientos años. Y Algemesí ha contado y cuenta con insignes médicos, abogados, periodistas, músicos y artistas. Cultos y eruditos que han convivido con asalariados y labradores. El singular coso de madera lo han montado sabios e incultos unidos por la pasión taurina. Izquierdas y derechas mano a mano, codo con codo. Y ahora llega un político y, de alguna manera, se atreve a decir que nuestros antepasados no recibieron la educación de la manera más correcta.

A lo largo de la historia Algemesí ha sido un ejemplo de sana convivencia. La confrontación entre las personas que ahora parecen buscar algunos políticos no es la mejor forma de que continuemos conviviendo en paz. En Algemesí ha quedado demostrado que tener cinco días de vacaciones por toros ha servido para unir a diferentes ideologías y no ha sido ningún impedimento para obtener excelentes resultados académicos. ¿Por qué cambiarlo ahora si no hay ningún motivo antitaurino? Las reglas están hechas para cumplirlas. Pero todas las reglas tienen su excepción, también las educativas.

Estos políticos, artistas de la confrontación, deberían aprender del legado de mis abuelos, dejar de intentar enemistar al pueblo y fomentar el respeto y la tolerancia. Pasen página. Paren de martillear. Desistan de intentar dictar. No les dejemos a nuestros hijos una sociedad más crispada y peor de la que nosotros heredamos. Me lo decía un buen amigo de ideas políticas diferentes a las mías con quien da gusto hablar mientras tomamos unas cervezas. Con algunos sí que se puede.

Y espabilen quienes quieran defender sus derechos, porque seguir de brazos cruzados mientras el martillo continúa dando golpes no es lo más acertado

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