Un Roca Rey tomasista

Roca Rey volvió a asombrar en la feria de Fallas. Entendió a sus antagonistas a la perfección y los toreó con un temple exquisito. Además el público estuvo con él desde el principio. Es el nuevo consentido de la afición porque se lo ha ganado en los ruedos. Eso es incuestionable. Aún así, su última actuación en Valencia dejó entrever un cambio que poco tiene que ver con la personalidad que hasta ahora mostraba.

Andrés Roca Rey siempre ha sido el torero de la inmediatez. Con él los tiempos muertos desparecían de la lidia. Su clarividencia y valor proponían un toreo intenso en el que los pases surgían a diestra y siniestra de forma continua. La fuerza de su juventud y de su innato instinto propiciaban faenas apasionadas, impetuosas. “Si pestañeas te lo pierdes”, sin que por ello torease de forma ligera o de cara a la galería.

Sin embargo ahora se alejó de todo eso. El Roca Rey de las Fallas 2019 fue un torero de parsimonia fronteriza, meditabundo, un tanto misterioso. Los toros que sorteó necesitaban tiempo para rehacerse, eso era evidente, pero la tranquilidad del matador peruano fue palpable desde que asomó por la puerta de cuadrillas. Hizo el paseíllo a cámara lenta y llegó a saludar al presidente muy retrasado respecto a sus compañeros de terna. Se lo tomaba con clamorosa calma cada vez que se acercaba al callejón a cambiar de engaños. Y se dirigió a brindar al centro del ruedo con llamativa lentitud, arrastrando las zapatillas como si sobrellevase un lastre sobre sus hombros. La habitual alegría de su rostro de 22 años dio paso a una figura más afligida, quizá espiritual. Y Roca Rey me recordó a José Tomás.

No es mal espejo el maestro de Galapagar, pero el de Lima se ha forjado en su corta carrera una personalidad propia que le ha dado el sitio que ahora goza. Sí, es cierto que firmó una gran actuación en su última corrida en Valencia, pero estuvo menos en Roca Rey que otras veces. No parece buena cosa cambiar el estilo y parecerse a otros.