EN CORTO Y POR DERECHO
Lecciones de Valdemorillo
Por José Carlos ArévaloEstas líneas no son una recensión crítica de una feria, aunque hablen de toros y toreros, sino de cómo la evolución social -desarrollo económico, nueva demografía madrileña, modernización del transporte- cambia el ocio taurino y, quien sabe, también la Fiesta.
En efecto, la red de carreteras ha cambiado el toreo. Ir de Madrid a Valdemorillo ocupa el mismo tiempo que atravesar la capital de punta a punta. Por eso, en la Plaza de La Candelaria estuvieron representadas, a plaza llena, la afición de la Sierra y la de Madrid, sin que el pueblo serrano haya perdido sus señas de identidad taurina: matinales encierros y capea.
Así lo ha entendido el tándem Carlos Zúñiga y Víctor Zabala que gestiona la plaza. Programó una novillada con tres novilleros punteros y dos corridas de toros con dos carteles estelares, dignos de una feria de plaza de primera. Conclusión: dos tercios de aforo en la novillada. Si no hubo más gente fue porque hoy los medios apenas informan sobre las corridas de toros y nada sobre las novilladas. Pero en las dos corridas se llenó la plaza. Nota alta a la joven empresa.
El ganado se presta a varias reflexiones. La novillada de Guadaira fue de lujo. Bien presentada, regaló varios ejemplares que dieron buen juego. En conjunto fue un lote que podría haberse lidiado en muchas plazas de primera, menos en Las Ventas, donde en las novilladas se lidian toros a los que les falta un par de meses para cumplir la edad. Respecto a las corridas, de tronío sobre el papel, desconcertó su desigual presentación. ¿No tenía seis toros más hermanados de trapío El Capea para lidiarlos en una corrida a pie? Le salvó un toro de bandera, al que desorejó Castella. Peor fue lo de la corrida estelar de la feria, en la que se corrieron toros de tres ganaderías, a dos por barba y un sobrero. Los más homogéneos de presentación fueron los de José Vázquez, pero no dieron el más mínimo juego por falta de preparación, parecían toros de hierba. Mal engordados a última hora, no podían con su alma. Una vergüenza. Cuando no se tiene el toro presto para ser lidiado en febrero se lo deja en el campo y en paz. Sí estaban listos para su lidia los de Garcigrande y El Parralejo. Uno de Garcigrande fue muy bueno y Emilio de Justo lo desorejó. Todos, los de las dos corridas, fueron nobles, faltos de casta y de fuerza. Hubo uno de Garcigrande que sí tuvo casta y vigor, con el que triunfó de Justo. Al otro, un sobrero de Garcigrande, bravo y muy serio, le pegaron demasiado en varas y Juan Ortega se fue de vacío. Conclusión: Un cero al veedor de la empresa. Y otro a los veedores de los toreros… si es que fueron al campo.
El triunfador oficial de la feria fue Emilio de Justo. Hizo una buena faena a su último toro, al que toreó muy bien, con templadísima cadencia en la mano derecha, por redondos y naturales. El pitón izquierdo era otra cosa. Así como el bravo burel regalaba embestidas enclasadas por el derecho, en cambio por el izquierdo había que torearlo. No lo hizo y la faena mereció una oreja, no dos. Quien sí se las ganó fue Sebastián Castella, que hizo la mejor faena de la feria al mejor toro de la feria. Fue un faenón, por su extensión y por la calidad de sus muletazos. El Castella maduro torea con un temple cadencioso, una elegancia y un sentimiento torero muy superiores al de su etapa anterior. Ya lo advirtió este invierno en el festival a beneficio de los damnificados de
Valencia. Me asombra que los entendidos no lo adviertan. Juan Ortega, culpable del “no hay billetes”, tuvo mala suerte a medias, porque sorteó dos “funos” que no tenían ni media embestida, pero toleró que su picador pegara en exceso al serio sobrero que sí las habría tenido. Menos mal que incluso con aquellas mínimas opciones esbozó, a raptos, el toreo maravilloso que atesora en exclusiva. Y es que esta feria corta pero jugosa no tuvo desperdicio. Alejandro Talavante regaló una sorpresa, está encantado de haberse conocido y ahora resulta que Talavante imita a Talavante. Peor es lo de Manzanares, que ha mecanizado su toreo elegante y aburrió a las ovejas. Quienes no aburrieron a nadie fueron los novilleros. A “Mene” y a Chicharro se los vio con interés, sin que dejaran claro qué pueden aportar al toreo. Todo lo contrario sucedió con Zulueta. Este joven sevillano de apellido vasco hizo el mejor toreo de la feria. Así, como suena.
La Feria de La Candelaria ya no es una feria pueblerina, tampoco una plaza de tercera (categoría administrativa que nada tiene que ver con el toreo). Este año nos ha dado varias lecciones de plaza grande: sobre la empresa taurina, el toro de lidia, los matadores y los novilleros. En tres festejos no se puede pedir más.