EN CORTO Y POR DERECHO

Objeciones al toro de Madrid

Por José Carlos Arévalo
viernes, 20 de junio de 2025 · 07:11

El toro de Madrid es muy grande, muy grande, muy grande. Y es muy abierto, muy abierto de sienes. Y sus cuernos son muy largos, muy largos. Y tiene un culata muy gorda, muy gorda. Pero el trapío es otra cosa. El trapío es una sensación humana provocada por el respeto que transmite la amenazante presencia de un toro serio, cuajado, rematado, provocada porque es grande, si pertenece a un encaste que da toros grandes; o que tiene un tamaño medio si pertenece a una estirpe que da toros de tamaño medio; y que es chico si viene de un linaje que produce toros chicos. 

Y como, en efecto, el trapío es una percepción estrictamente humana provocada en el espectador por la sensación que el toro le transmite, hay otro trapío, que yo denomino trapío interior, y que viene producido por el comportamiento del toro. Si su bravura es muy agresiva (encastada), su trapío aumenta. Por ejemplo, el mítico “Bastonito”, de Baltasar Ibán y lidiado por César Rincón, fue protestado durante los dos primeros tercios -por el torista primario-, aumentó de trapío en la faena de muleta por su enorme agresividad, y fue ovacionado en el arrastre. Dicho sea de paso, fue más agresivo que bravo. Al tercer muletazo ligado no quería coles y se defendía.

Confundir el trapío con el volumen es una miopía del torista primario. Y si la ceguera no se cura con el tiempo a base de ver la lidia de muchos toros, el torista primario deja de serlo y pasa a ser un espectador incompetente. Lo malo de esta enfermedad infantil del aficionado es que parece ser crónica y contagiosa. Ha contaminado a un grupo minoritario de Las Ventas, pero bastante notable, que sigue la conseja de que quien no llora no mama. Por supuesto, estos aficionados no lloran, pero protestan mucho. Y si tampoco maman, al menos han conseguido que el toro cercano a los 500 kilos de romana, considerado grande hace 30 o 40 años, sea hoy un toro no apto para la plaza de Madrid; que el toro cuyo peso se aproxima a los 550 kilos tenga un pase... por los pelos; y que el toro con más de 600 kilos haya adquirido carta de normalidad en el último San Isidro.

Y esta deriva del toro natural -en su especie, el toro de lidia se caracteriza por ser un bovino de tamaño medio/chico- al toro antinatural, lograda por el ganadero gracias a una rigurosa selección genética, a un régimen nutritivo más costoso y sofisticado, y al escrupuloso saneamiento de la cabaña de bravo, es muy negativa para la buena salud de la corrida de toros. Por lo siguiente:

  • En la camada de una ganadería larga de 50 o 60 cuatreños, reforzada por algunos cinqueños, no suele haber, en el invierno, más de una docena de toros, a la que se debe restar, en el mes de mayo siguiente, por bajas, 4 o 5 o más. Obviamente, tan corta nómina de ejemplares impide que una corrida para Madrid se reseñe por hechuras, nota y reata, lo que restringe notablemente las previsibles buenas prestaciones del lote seleccionado.
  • Si a todo ello se añade que los pitones deben ser de una arboladura sobredimensionada, el círculo se estrecha aún más. De la numerosa variedad de encornaduras del toro de lidia, en la plaza de Madrid hoy solo se reconoce una: la destartalada. Todos los aficionados han visto una foto del Guerra perfilándose para matar a un toro con descomunales pitones, incluso poco común en aquellos tiempos. Como ese toro  en este San Isidro se han lidiado 40 o 50.

 

Frenoso de Victoriano del Río

 

Por su desaforado volumen, el llamado “toro de Madrid” agrava los inconvenientes planteados a la lidia en la suerte de varas exigida por el torista primario:

  • Colocar a un toro de 500 kilos y más a larga distancia no es cumplir un canon de la suerte, sino una memez. Cualquier aficionado sabe que, más allá de su bravura, cada toro tiene una distancia ante el cite, del picador o del capotero. Y el matador  la mide, perfectamente, en los lances y brega de recibo. Y sabe que dicha distancia es la adecuada en el primer puyazo. Por otra parte, esta colocación facilita que la puya tenga muchas más posibilidades de caer en buen sitio y corra menos riesgo de deteriorar las prestaciones del toro.
  • Antaño se colocaba el toro a media o corta distancia en el primer puyazo. No solo para evitar la fuerza del impacto que sufría en el primer encuentro -el peso por la velocidad al cuadrado-. En el segundo, si las condiciones del toro así lo aconsejan, puede situársele más lejos, pues su galope es más atemperado y el choque menos traumático. En los años 60 del siglo pasado, el toro, más vareado y peor comido y manejado, tomaba tres varas, porque los matadores lidiaban en función del toro, no obedecían a las protestas de cuatro indocumentados, y porque siendo la puya más grande era más inofensiva, pues el caballo pesaba en torno a los 500 kilos y el trabajo del picador consistía tanto en defenderse como en picar.
  • La lidia en la plaza está a servicio del toreo, así como el tentadero está a servicio de la bravura. Así fue siempre, así lo ordenaron los grandes toreros que inventaron la lidia a pie. Luego vino Navalón, un crítico muy influyente que se lo montaba de campero, y de aquellos chaparrones tauromáquicos estos lodos para la lidia actual. Está muy bien eso de la contraquerencia para picar, purito tentadero. Antes, en la plaza de Las Ventas, el picador de turno se colocaba en el tendido 1. Sí, ya sé, transgresión del nuevo canon. Pero en el 1 la querencia estaba más cerca, y la tentación del bravucón, del mentiroso y del manso era mucho mayor. A Antonio Bienvenida,  Julio Aparicio, Antonio Ordóñez, que cambiaban de sitio el caballo de picar según las condiciones del toro, hoy los crucificaban. Eso sí, le evitaban al toro los mil capotazos innecesarios que hoy padece.       

Con respecto a las desaforadas encornaduras que este San Isidro se han paseado por el ruedo de Las Ventas, valgan dos observaciones:

  • Aunque, por lo general, los matadores han hecho este San Isidro la suerte de matar con bastante honradez, la anchura de sienes y la largura de los pitones han dificultado en demasía el cruce del torero con la cara del toro. La línea recta del volapié manoletista y caminista se ha transgredido y sustituido por un salto o una esquiva vertiginosa. Lógico, aunque la muleta vaciaba la embestida mientras el estoque tocaba la piel, el pitón de adentro seguía en dirección al tronco del matador. Resultado, muchas estocadas ejecutadas con honradez cayeron sesgadas, atravesadas por la parte derecha del toro. Un escándalo para quienes solo ven la colocación, pero no su ejecución.
  • Lo mismo ha sucedido en la suerte de banderillas. Cuadrar en la cara a toros de semejante arboladura ya es difícil, pero cuando estos tapan la salida del par, lo que siempre o casi siempre sucede con los toros mal picados, como ha sido habitual en el último San Isidro, ha provocado un alud de pares colocados traseros, caídos y a toro pasado, algunos con nefastas consecuencias para el estado físico  del toro en la faena de muleta.

Lamento el tono censor de estas líneas, no me gusta ir de aguafiestas, sobre todo tras un San Isidro tan brillante como el que hemos disfrutado este año gracias a la entrega, con mayor o peor fortuna, de todos los toreros. Pero la mayoritaria gran afición de una plaza que hasta hoy ha merecido ser considerada la primera del mundo debe mantener su idiosincrasia taurina. A partir de la semana que viene abordaré el buen toreo que hemos disfrutado los meses de mayo y junio en Las Ventas. Más adelante trataré el tema del novillo de Madrid, que manda cojones.