IGNACIO MURUVE

La magia del invierno

martes, 29 de octubre de 2019 · 08:18

El frío, se hizo presente en la salida de mi hogar. Mi padre y yo, café caliente bebido al tiempo en el que las luces de las farolas se apagaban dando paso a una nueva mañana de invierno, viajábamos en el coche. Dan sus últimos coletazos las oscuridades de la noche ya pasada cuando nos adentramos cruzando la cancela abierta del paraíso que siempre soñaré tener.

Salimos del coche, provisto yo de unos botos que hacía imposible que el frío, un personaje que nunca falta en estos menesteres, entrase por los mínimos huecos que permitía mi cuerpo. Saludamos a los hombres de la ganadería con cortesía y educación pues estábamos en un territorio que no era nuestro, y nos situamos en la grada de la plaza de tientas.

Miraba a mi alrededor, apreciando tiempos en los que la niebla de la mañana tras el amanecer se desliza por la colina mientras los toros se desperezan, con el rocío cayéndoles sobre el lomo que brillará con los soles del mediodía. Los mayorales provistos de abrigos, arrean el ganado, y una taza de café caliente completa en mi inspirada mente, un cuadro de idolatrante e insuperable belleza pintado desde el salón de un cortijo.

Miré a mi derecha y el olor a leña quemada salía de la chimenea proveniente del cortijo del ganadero, que apunta con una pluma los datos de sus animales antes de la prueba o examen más bello de este planeta.

Las hembras seleccionadas para el exigente examen, son remarcadas sobre lo ya escrito en la biblia en la que el ganadero basará su creencia: el libro de notas. Guarismo, pelaje, reata, etc. Todo bajo un control exhaustivo vigilado por los hombres que se camuflan en la dehesa, y realizado por y para alcanzar el tótem perfecto que representará al hierro impuesto a fuego sobre él mismo. Los tentaderos, se realizan bajo un frío únicamente sorprendido por el calor transmitido por el animal, que va a más en la franela. Las voces del picador se conjuntan con la de los gorriones que cantan la perfección de lo treméndamente espectacular que es el campo.

Las gotas comienzan a caer sobre el sombrero calado y sujetado con el barboquejo en la cabeza del mayoral, mientras el olor a humedad llega por todos los rincones de la ganadería. Un vaquero, atento desde los corrales, enciende un cigarrillo sacado de un paquete de Marlboro a la vez que las encinas supuran frescura, y un ciervo se deja ver entre la maleza que hay a un buen puñado de metros tras la plaza de tientas. Nadie se quiere perder el rito ancestral, retenido y mejorado con el paso de los siglos.

La selección y el comportamiento de las eralas me evidencian el momento inequívoco en el que se encuentra la ganadería y vislumbra un futuro no muy lejano que disfrutaré en una plaza de toros.

Un lance, otro, y otro más. Así hasta que la becerra siente la necesidad de explotar en una nobleza aprobada por su criador y extraída por el matador. Vista y es el turno de los jóvenes aspirantes, buscando robarle los últimos muletazos que simbolizan la pasión y el deseo por llegar a lo más alto en quién sabe si será su futura profesión.

Los humanos, ajenos totalmente a todo esto, labramos una vida común, falta de vivencias que nos alimenten el alma y sin saborear el gusto que tiene la vida soñada por cualquier aficionado al toro bravo. Se para el mundo, ese que pesadamente frecuentas día a día; calles, bares, establecimientos, institutos, universidades, oficinas, etc. Todo se para y desaparece proporcionándote una libertad difícilmente superable por nada y nadie. Lo frívolo y lo superficial pasa a un segundo o incluso tercer plano sustituyéndose por lo puro, lo esencialmente necesitado y eternamente querido.

Siempre me emocionaré recordando los caminos a las 8 de la mañana, bajo un manto de fría temperatura en el coche con mi padre, yendo para la venta de Valdeflores a pararnos a desayunar. Resguardarnos del apabullante frío, para coger camino hacia Lo Álvaro, y ver como bajan por la dehesa y corren los toros para la próxima temporada. Eso es vida, eso es energía acogida en esta estación para combatir las embestidas de la vida rutinaria. El campo, es vida.

 

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