JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ

Fierabrás

sábado, 9 de mayo de 2020 · 09:00

Sánchez Ferlosio en los pecios (restos de naves naufragadas) rescata pensamientos, algunos inquietantes: ”Vendrán años malos que nos harán más ciegos”.

Ciertamente, llegó la pandemia y con ella la oscuridad.

Luego, ya lo éramos algo y quizá la ceguera progrese.

Hay indicios racionales que podrían probarlo, pero mi esperanza está en quienes arriesgan sus vidas para salvar las nuestras.

Me tranquiliza, pues, seguir viendo la luz encendida en los hospitales.

Y desde el sosiego que me proporciona esa luz voy a intentar  contestar a un lector del artículo Una historieta verdadera, en  el que me permití hacer un irónico parangón entre la celada de don Quijote y las tan necesarias como entonces escasas mascarillas para protegernos del infecto Coronavirus.

El lector inquiere que siendo el libro de Cervantes sabio en tantas cosas, si el Caballero de la Triste Figura valora la salud como un bien esencial.

Perplejo me quedé.

No tengo memorizados todos los pasajes que entrelaza la pluma cervantina, pero hete aquí (válame Dios) que, sin desviarme del asunto de la celada -ya comentado-, y siguiendo el mismo hilo llegó a la batalla de don Quijote con el gallardo vizcaíno y me topo con el secreto que él no terminó de dar a conocer, por causa hallarse maltrecho y casi desorejado  (punto en que la historia, además, fue suspendida por el autor).

¿Y qué fue lo escasamente revelado ?

A ello voy..., sin precipitarme, pues el autor también se tomó un respiro para documentarse.

Don Quijote, sangrando de la oreja izquierda,  fue apremiado por Sancho con palabras de buen samaritano:

-Lo que le ruego a vuestra merced es que se cure; que le va mucha sangre de esa oreja; que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas.

Y don Quijote que parece poseer la solución a todos los males, contesta:

-(...) si a mí se me acordará de hacer una redoma (recipiente de laboratorio) del bálsamo de FIERABRÁS, que con sola una gota se ahorran tiempo y medicinas.

Y más adelante explica y se explaya que con el bálsamo no hay que temer a la muerte:

-(...) cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo (...) antes de que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad (me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho  y verás me quedar sano como una manzana.

Y advertimos como el “materialista” Sancho Panza no sólo quiso saber la fórmula magistral del curalotodo, sino que deseo hacerse con la patente y las pingües ganancias que podría obtener de tan maravilloso ungüento.

Lo cierto es que don Quijote, más tarde, tuvo que ser curado por segunda vez y por un cabrero, que le aplicó a la oreja romero mascado con sal.

El brebaje Fierabrás, con su completa composición, andando la aventura, lo acabaría detallando en la siguiente fórmula magistral:

Un poco de aceite, vino, sal y romero (para hacer salutífero el bálsamo); ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos y cada palabra una cruz, a modo de bendición.

Ambos e imborrables personajes se lo tomaron, tras la doliente experiencia sufrida en la venta en la que servía Maritornes, siendo sus efectos, digamos que catastróficos, especialmente para Sancho, pero esto ya sería jarabe de otra redoma...

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