MANUEL VIERA

América, cuando comparecen las figuras

Treinta mil almas defraudadas que sólo pudieron regocijarse, tras más de tres horas de insufrible espectáculo, con el triunfo en el último suspiro de un peruano intratable
miércoles, 26 de diciembre de 2018 · 09:00

El toreo pierde su sentido si se le hace a un impresentable “torito” en las primeras plazas de toros de América. Aberrante situación que más suele ocurrir cuando comparecen las figuras. Cuando su anuncio provoca la euforia colectiva. Cuando el acontecimiento se convierte en un sueño fascinante para el espectador que rebusca guiños a la obra de un torero al que le falta el toro. Una obra que gusta, a veces, aunque queda exenta de emociones sensibles. Un hacer que minuciosamente dinamita el rigor y empequeñece la verdad.

Es lo que se sigue viendo, salvo honradas excepciones, en importantes cosos hispanoamericanos. Y nadie de los que desde aquí acuden tienen el intento, responsable y honesto, de exigir lo contrario desde su categoría de figura: seriedad, trapío y casta. Ni Ponce, ni Juli, ni Manzanares, ni Morante… deberían adentrarse en esa realidad inquietante. En esa evidencia ambigua del toro en América. Cuando son ellos, precisamente ellos, quienes deben acudir con la convicción de mostrar verdades que eviten el fraude. Su dignidad no puede caer en esa charca de ranas en el que se convierte, demasiadas tardes, el espectáculo taurino en significativos ruedos de países de habla hispana.

Hace unas semanas, en La México, Ferrera pudo mostrar la excelencia proveniente de sus cualidades y calidades como torero con la pastueña y almibarada embestida del soñado “toro mexicano”. Fue un animal de feas hechuras, chico, sin la mínima seriedad exigible en su anovillada cabeza, con el que Antonio sintió tal inspiración que le provocó momentos de éxtasis. Manifestó su toreo en una obra que gustó, y mucho, pero no emocionó. Se quedó en insatisfactoria sesión de una tauromaquia que, aunque con personalísimo concepto y extraordinaria sutileza, minimizó el riesgo y le restó altura.

En la corrida Guadalupana del pasado 12 de diciembre se congregaron en el embudo de Insurgentes cerca de treinta mil almas para gozar de las genialidades de un sevillano de La Puebla. Treinta mil almas defraudadas que sólo pudieron regocijarse, tras más de tres horas de insufrible espectáculo, con el triunfo en el último suspiro de un peruano intratable. El toro, el exigido por Morante, chafó ilusiones y decepcionó a un público cansado de la estupidez de ese alivio falso que oscurece lo bello y hace trascender la penosa realidad. ¿Por qué, entonces, siguen con el timo?

 

22
33%
Satisfacción
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Esperanza
33%
Bronca
33%
Tristeza
0%
Incertidumbre
0%
Indiferencia

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