MANUEL VIERA

Rafael Serna, a la memoria del padre

La imagen del torero, con el apéndice ganado apretado en su mano, en el centro de su extraordinario ruedo, en el cual se sintió abrazado por la persona que fue, pues, la primera que desde arriba con ojos humedecidos saboreó el éxito, emocionó a la plaza
miércoles, 1 de mayo de 2019 · 09:43

Sesenta y un día después pervive su presencia. Sólo dos meses de ausencia y la imagen de ese gran señor de Sevilla, nervioso, intranquilo y feliz, tapado casi por completo por las tablas de un burladero del callejón de la plaza, se hizo visible en los ojos de un joven. De un torero que rindió homenaje a la memoria de un padre como mejor lo podía hacer: toreando en la Maestranza. Seguro que fue él quien invistió al hijo de una especial inspiración de talento divino para recoger sus consejos y poner en valor la lidia del sexto toro de la tarde. Rafael buscó el triunfo con la cercanía de un gran hombre docto, Rafael González-Serna. Y lo encontró.

Y el toreo se hizo clave de artista materializador en series diestras y el aroma clásico del natural. En la trinchera y cambios de manos, en esculturas de pases de pecho. El pasodoble, dedicado al padre, se hizo presente y se estableció la escalada emocional. El toreo de manera única y finita con el desenlace que merecía: la decisiva estocada.

La imagen del torero, con el apéndice ganado apretado en su mano, en el centro de su extraordinario ruedo, en el cual se sintió abrazado por la persona que fue, pues, la primera que desde arriba con ojos humedecidos saboreó el éxito, emocionó a la plaza.  Ambos, sin duda, lo merecieron.

Conviene decirlo con claridad: Rafael Serna es uno de los jóvenes matadores de toros con difícil camino por recorrer. La falta de oportunidades está marcando sus inicios. El interés, por tanto, de reencontrarse con tardes como las del pasado domingo en Sevilla, quizá, se vea mermado por esa nadería empresarial que define la época. Indignación ante ese inexplicable poder de los que deciden. La perfecta idiotez.

No obstante, le habrá sido bueno lo logrado para tomar el camino ortodoxo que le llevará a hacer cosas importantes. Su toreo es esperanzador o, en términos más exactos, ilusionante. No hay razón por la que concepto tan atrayente quede en el olvido. De todas formas, lo bueno termina por llegar… a emocionar.  

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