MANUEL VIERA

Sí, señora, de diez

miércoles, 26 de febrero de 2020 · 07:05

Vivimos en el país de los ataques. O por el contrario en el de la obediencia obligada. En el de cabrearse por lo que no gusta si al del lado le gusta. Nada es más turbio que lanzarse a la tarea de censurar anulando los derechos que sustentan la democracia. Derechos, y libertades coartadas, sometidos a la ideología intolerante impuesta por la modernidad de un populismo que interpreta la cultura según le convenga.

Una vez más el cuento del animalismo. Otra vez el camuflaje populista en las redes sociales censurando la libertad. La libertad de decir cantando lo que se quiere expresar. Desde el momento mismo en que Estrella Morente creyó la necesidad de defender la tauromaquia en el mismo programa de Televisión Española en el que se le atacó, con ignorancia demagógica, por una jovencita aspirante a ser artista de la canción. Y la defendió con firmeza y valor. Sin importarle las respuestas a su decisión. Con la brillantez, el ingenio y toda la fuerza de su talento para dignificar la muerte del toro, en claro alegato al toreo, improvisando en su canción unos versos del poeta madrileño José Bergamín.

Una emotiva actuación con la que ha logrado, sin duda, uno de los más grandes reconocimientos críticos de la gente del toro. De millones de personas que amamos la Fiesta.

Sin embargo, si lo grotesco permite tomar distancia del animalismo imperante, de valores equivocados o trastocados, de comparaciones absurdas y de la incapacidad de los que no ven más allá de las cloacas del twitter, sin duda, quien ensalzó la tauromaquia con la belleza  desnuda y el desgarro de su voz, quien buscó su identidad amenazada por quienes naufragan en miserables ataques a las corridas de toros, ha demostrado que también es posible defender y ensalzar el toreo por razones de principios. Entiéndase como la manifestación más pura de la libertad. Pese a quien le pese. Incluso a los que tienen responsabilidades directas en el programa televisivo en cuestión. Y esos otros que poseen la ciega obstinación por desdeñar todo lo que no les vale para el objetivo que persiguen: la urgente necesidad de abolir.

 Sí, señora, de diez.

 

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