POR MONTERA
El silencio del callejón
Por Sergio HuesoHay silencios que pesan más que una ovación. En el callejón de muchas plazas, se habla de todo… menos de lo que de verdad importa. Se aplauden gestos vacíos, se susurran excusas y se evitan los charcos. Mientras tanto, en los tendidos, la afición aguanta —una tarde más— esperando que algo cambie.
La temporada avanza con nombres que brillan, y gestas que también merecen ser contadas. Pero también con inercias que no se corrigen, carteles que se repiten, ferias que se fotocopian y ganaderías que desaparecen del mapa. En demasiados despachos del toro se ha instalado una extraña comodidad. Y lo peor es que esa comodidad se ha contagiado también a los callejones.
Durante años, el callejón fue termómetro y termita. Allí se medía el pulso del toro, se ajustaban detalles, y se exigía más. Hoy, en muchos casos, es zona de confort. Se aplaude antes de tiempo, se da la enhorabuena incluso cuando no hay motivos, y se evita cualquier atisbo de autocrítica. Nadie quiere señalar, ni molestar. Y ese silencio, ese pacto tácito de no incomodar, es más peligroso que una mala corrida.
Porque el toreo, como la vida, no avanza con halagos, sino con verdad. Con exigencia. Con personas que digan lo que muchos piensan pero pocos se atreven a expresar. La falta de autocrítica es la puerta de entrada a la mediocridad. Y si en el callejón se prefiere el aplauso fácil a la mirada honesta, algo se está haciendo mal.
No se trata de sembrar cizaña ni de buscar culpables. Se trata de no conformarse. De no permitir que el arte más exigente del mundo se gestione desde la tibieza. Porque el toro pone a cada uno en su sitio… y también debería hacerlo el sistema.
El aficionado no es tonto. Ve, escucha, y compara. Y aunque a veces calle, no olvida. Si los toros emocionan, es porque en ellos no hay mentira posible. Pero para que eso suceda, todos —también quienes están al otro lado de la barrera— tienen que asumir su papel con responsabilidad y sin anestesia.
Porque al final, si el callejón calla, hablará el tendido. Y esa voz, la del que pasa por taquilla y aguanta al sol por convicción, es la que más debería escucharse. No vaya a ser que un día también guarde silencio. Y entonces, sí que será demasiado tarde.