VIENTO DE LEVANTE

Incongruencias. O no

jueves, 6 de febrero de 2025 · 08:22

Hay veces, muchas, más de las que a lo mejor sería de desear, que nos encontramos con hechos y situaciones que no parecen responder a la lógica, o, al menos, a lo que entendemos por tal. El mundo del toro es un enorme filón de   este tipo de circunstancias y trances en los que la coherencia se opaca.

Se suele decir que el ser humano es incongruente por naturaleza: dependiendo del ámbito en el que nos desenvolvamos nos creemos personas distintas y actuamos de manera diferente. Es muy habitual que nos comportemos de una manera en el trabajo y de otra en  familia o en un círculo más íntimo o reducido. No digamos ya en las redes sociales, en las que se ha impuesto la impostura y la máscara por norma...

La congruencia está relacionada con la transparencia e identidad de cada uno. Ser congruente comporta ser fiel a uno mismo, sus ideas y valores.  Y ello trae consigo el que nos ganemos la confianza de los demás en base a expresar libremente nuestro sentir, nuestras opiniones, actuaciones, etcétera. Quien es auténtico asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es, aseguraba Jean Paul Sartre.

Pero en muchas ocasiones vamos en contra de esa norma, traicionamos nuestra manera de razonar y hasta de actuar. Ocultamos nuestras verdaderas emociones y sentimientos o hasta los sustituimos con otras que se adaptan mejor a la consecución de nuestros objetivos, sin que haya sintonía entre nuestras acciones o comportamientos y nuestra forma de pensar, lo que puede generar desconfianza o malestar entre quienes nos rodean y conocen. No es fácil ni sencillo abstraerse a ello y hasta Aristóteles pensó y dedujo que sólo hay una manera para evitar las críticas: no hacer nada, no decir nada y no ser nadie.

Todo este rollo viene a cuento de las muchas incongruencias que se viven en torno al fascinante espectáculo taurino. Empezando por el reparo y desprecio que genera en parte de nuestra propia sociedad, cuyo ala más radical a la izquierda condena sin paliativos. Algo que Albert Serra, el director de Tardes de soledad, la película de moda, premiada y aclamada donde se ha exhibido, no acaba de entender, explicando que en sus viajes por países como Estados Unidos o Canadá ha comprobado que allí la tauromaquia se trata desde un punto de vista antropológico, como un ritual que se lleva  a cabo en un sitio en el que se celebra toda la vida. Pero aquí no, aquí se va a saco contra lo que gusta a los otros.

Incongruencia es también el que un espectáculo como éste, de una riqueza visual, estética y formal, al margen de un contenido épico y dramático tan potente, sea tenido como algo muy minoritario y como marginal. Y ahí está el ejemplo de los medios de comunicación, que cada vez le hacen menos caso y lo casi esconden. 

No parece razonable que la televisión le de la espalda de manera tan contundente como lo hace, cuando el rito taurino, al margen de todo lo dicho antes, es una perfecta representación de la vida. Y clama al cielo que con el inicio de la temporada a la vuelta de la esquina ninguna cadena o plataforma parezca dispuesta a televisar parte o algo de lo tanto como se anuncia. Y menos razonable es que el sector permanezca no ya ajeno a esta situación, sino impávido ante esta lúgubre perspectiva. Como tampoco lo es la proverbial desunión y falta de empatía entre los distintos elementos que se integran en el negocio taurino, yendo cada uno por un lado y haciendo que así sea todo más difícil todavía.

Y, hablando de incongruencias, parece de tamaño descomunal lo de que Enrique Ponce tenga que ir a Jaén a montar un festival a beneficio de los afectados por la dana en su pueblo, Chiva, en la provincia de Valencia. Hace más de tres meses de aquella catástrofe y casi tanto desde que se anunció que en Valencia lo iba a organizar Manzanares, sin que a día de hoy se sepa nada del particular. Si no se dejó que fuese El Soro quien lo montase, siendo el primero que salió a escena para proponerlo, desde luego el más indicado para hacerlo era Ponce, pero ha tardado casi 90 días y 90 noches para que se anuncie este festejo para el día 2 de marzo y a casi 500 kilómetros de la ciudad del Turia. Aristóteles, claro, tenía toda la razón del mundo.