PANTALLAZOS

Pureza y sangre

viernes, 2 de junio de 2023 · 22:58

21ª de San Isidro. La solemne sobriedad de Uceda Leal engalanó la feria. Con ambos toros, el primero de poca raza con el que su madurez, tino y elegancia enaltecieron la estética, y el cuarto, de pavorosa arboladura, que lo exigió a cada trance, sin descomponerlo nunca, y al que ofició un volapié y una estocada que honran, la feria, la plaza y la tauromaquia.

Toreo fundamental. El que queda cuando se quita todo lo que sobra. Vertical, íntimo, sin un movimiento de más, donde, cuando y como es. Reverente con el toro, con el compromiso y consigo mismo. Espejo para la generación en proceso. Así se pisa el ruedo más importante del mundo, ante los pitones, en cartel postinero. Seriedad en el rictus, en el ademán y en el aguante. Con esa valentía recatada, Capaz de no alzar la voz y de jugarse la vida como decía el compadrito de Borges. Con su traje de ornato decimonónico el madrileño salió a su plaza como a honrar la historia de la corrida y agregarle un capítulo. Que faena y qué muerte la del quinto. Solo a don Víctor Oliver Rodríguez podía ocurrírsele parangonar su significado con la misma oreja de tantas que han repartido a troche y moche por ahí. ¡Qué horror! Cuánta ignorancia de los cánones. Cuánta incultura taurina. Cuánta insensibilidad.

El cinqueño primero decíamos, soso y endeble hubiese deslucido a muchos. No a él. Genuflexo lo embarcó, y lo llevó sometido a cinco naturales y forzado y sobre todo, faena dentro, en cuatro derechas un desdén y uno de pecho que cantaron para qué es el toreo. Toda la emoción surgía de él. Pero los cinco pinchazos y la media espada resetearon el chip. Ahí quedó eso, para quien pudiera interesar.

Se superó frente a esas dos espadas enhiestas con las que el cuarto se defendió y le intimó la documentación o la vida. Ya el “Niño de Aravaca” metiendo el pecho y las banderillas entre ellas había saludado. Venteaba y el castaño blandeaba. Todo en contra, menos el honor. Le fue dirigiendo hasta la recuperación y el climax en dos tandas naturales de a cuatro con sus brillantes broches, que pusieron la plaza en pie. La victoria del toreo adusto y preciso. Ni una sonrisa, nada de relaciones públicas ni mercadotecnia. Toreo, puro torero. Y esa estocada monumental de dos orejas y puerta grande no concedidas. Si hay que ver las otras.

Castella todo un hombre, favorecido, que no lo necesita, con una oreja de pacotilla tras una brega desarticulada y una espada pasada fulminante. Salió como un león a por la Puerta Grande que le insinuaron desde arriba. El sexto le cogió dos veces. En la primera jugó con él en el aire largamente, pasándoselo de pitón a pitón tirándole puñaladas y luego buscándole por el suelo, dejándole dos cornadas. Las cuales ni se miró. Volvió a la cara y en la segunda, solo su elástica agilidad lo libró de más heridas. Así, sereno, estoico mató al toro bien, y la gente, contundida le despidió con soberana ovación antes de pasar a cirugía.

Morante, pitado con el segundo, ante el cual renunció y abroncado en el cuarto que pinchó y liquido a paso de banderillas, fue despedido con almohadillas. No tantas.