ANDÚJAR
De como el duende de San Bernardo te atrapa
Pablo Aguado Lucena (Sevilla, 1.991), más conocido como Pablo Aguado, es un torero sevillano, nacido en El Arenal, de los que sólo el Guadalquivir sabe dar, de esos que nacen con el toreo en sus venas. Con el duende. Con el pellizco. ¡Y qué torero es!
Desde pequeño, Pablo estuvo muy arraigado al mundo taurino gracias a su abuelo, y al fútbol, otro de sus hobbies, donde jugaba en la Huerta de la Salud, muy cerca del barrio más torero de Sevilla, el de los Rodríguez, los Carmona, los Trigo y cómo no, los Vázquez, el barrio de San Bernardo. Y quizás fue ese espíritu, junto a su Hermandad, los que inundaron el corazón del pequeño Pablo.
Se centró en los estudios, pero nunca dejó de lado su afición a los toros, y entre sus éxitos hallamos su salida a hombros por la Puerta del Príncipe tras cortar cuatro orejas en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, a reses de Jandilla, allá por Mayo de 2.019. Una plaza que lo encumbró al trono de los elegidos.
Este año he tenido la oportunidad de poder verlo en tres tardes. Primero fue Sevilla, cortando una oreja al soso sexto bajo la lluvia. La cara. Tiempo después vino la cruz. La de la bronca en Madrid, unas Ventas que no dudaron en tirar almohadillas y mostrar su malestar a un torero que va camino de hacer historia. La última ocasión ha sido este fin de semana en Andújar, donde ha vuelto a demostrar el clasicismo que fluye por sus venas, como las aguas del gran río de Andalucía, que nacen en las sierras de Jaén y fluyen hasta su Sevilla natal, en su caminar al mar.
Su toreo de capa es de una calidad suprema, pero con la muleta, Pablo roza la divinidad. Asienta los talones en el albero, despliega su muleta y abandona su cuerpo. Torea con el alma. Pinceladas de otros tiempos en sus muñecas, las que recuerdan al recién fallecido, y grande entre los grandes, Pepe Luis Vázquez, de quien Pablo Aguado ha tomado muy buenos consejos, y a quien rinde honores con su famoso ‘cartucho de pescao’.
Suavidad, elegancia y finura, son tres adjetivos que bien podrían acompañar a la definición del toreo de Pablo Aguado, quien con esa pureza, está llamado a ser una figura en el mundo de los toros. Torea a compás, desnudándose en cada pase, bajando la mano y llevando el brazo más allá de lo que humanamente puede alejar de su cuerpo.
Este mundo es complicado, recorrer sus sinuosos caminos es, cuanto menos, tortuoso, y eso bien lo sabe nuestro Pablo Aguado, quien no arroja la toalla, quien pelea contra viento y marea por llegar a ser lo que está predestinado a ser, un grande de la tauromaquia.
Cuenta con el cariño de la afición. Esos aficionados que recorren kilómetros y kilómetros para seguirlo, para deleitarse con los veinte minutos que dura una faena. Una afición entregada, rendida al arte, pero que tiene sus más y sus menos. Esa que te da triunfos, pero también te abronca de taurinas maneras, porque los más grandes de la historia también han sido abroncados. Toreros de la talla de Juan Belmonte, Curro Romero, Morante de la Puebla, y una amplia lista, son un claro ejemplo, a la que ahora hay que sumar un nuevo invitado.
Las ferias de 2.024 están cerca de bajar el telón, pero pronto volveremos a estar inaugurando una nueva temporada cargada de sueños e ilusiones, en definitiva, de triunfos, y esperemos volver a encontrarnos con un torero de los que el aficionado necesita. Un aficionado ávido por volver a creer en el toreo de corte clásico, un complemento a esos otros toreros de luz y arte. Toreros sevillanos.
Gracias Pablo por devolvernos la ilusión y hacernos disfrutar del arte que sólo un torero de Sevilla puede tener.