FERIA HOGUERAS 2025

El Alma de una Feria en la Lumbre de Hogueras

miércoles, 2 de julio de 2025 · 09:25

Hay ferias que pasan y ferias que pesan. Ferias que se cuentan en trofeos y ferias que se miden en latidos. La de Hogueras de 2025 en Alicante pertenece, sin duda, a la segunda estirpe. 

Ha sido un ciclo de los que dejan sedimento en el alma del aficionado, un carrusel de emociones tan intenso como el calor húmedo del Levante que se pegaba a la piel y a la memoria. Olía a pólvora de mascletà, a salitre y a toro. Y en el corazón de esa fiesta pagana de fuego y multitud, la plaza de toros se erigió, una tarde más, en el catalizador de todas las pasiones de la ciudad.

Se anunciaba como una de las ferias más importantes y rematadas de los últimos años, y la expectación no fue defraudada. 

Pero su historia no se puede escribir siguiendo una línea recta. Fue una feria de contrastes violentos, de cumbres gloriosas y de un valle polémico que la marcó a fuego. Su crónica es la crónica de dos pañuelos: el naranja del indulto, que ondeó dos veces para honrar la vida de toros bravos y consagrar a sus lidiadores, y el negro simbólico de la intransigencia, el que un presidente pareció agitar en la cara de once mil almas para negar la evidencia de un triunfo rotundo. 

Alicante vivió, en apenas nueve días, la cara y la cruz de la Fiesta. La comunión absoluta entre ruedo, tendido y palco, y la fractura incomprensible que convierte a la autoridad en protagonista indeseada. Esta es la historia de esa pasión, de esa polémica.

El Futuro Llama a la Puerta: Ilusión en las Novilladas y la Cantera

Antes de que las figuras desataran las tempestades, la feria echó a andar con el murmullo ilusionante de la cantera. Y qué murmullo. 

Si alguien duda de la salud de la afición alicantina, debería haber visto las dos clases prácticas. Más de 11.000 personas, sí, han leído bien, llenaron los tendidos en dos festejos gratuitos para ver a los que sueñan con ser toreros. 

Un gentío que muchas plazas de primera querrían para sus corridas de abono. Eso no es una anécdota, es un cimiento. Es la prueba irrefutable de que aquí la llama de la afición no solo no se apaga, sino que se aviva con nuevas generaciones.

El jueves 26, con erales de El Montecillo, el triunfador fue Jaime Torija, que se llevó dos orejas, mientras que los locales Pablo Galván y Rodrigo Villalón cortaron una oreja y dieron una vuelta al ruedo, respectivamente. 

Al día siguiente, con una extraordinaria novillada de Aída Jovani, cuyo quinto ejemplar fue premiado con la vuelta al ruedo, el delirio fue local: los alicantinos Ruiz de Palazón y Cristóbal Granero se llevaron los máximos trofeos simbólicos, dos orejas y rabo cada uno, en una tarde de triunfos compartidos con Ian Bermejo y Manuel Domínguez, que pasearon dos apéndices.

Pero la ilusión había prendido ya en la misma noche inaugural

El 20 de junio, en la novillada con picadores, la plaza vibró con una seria y brava novillada de Pedraza de Yeltes, que lidió un sexto ejemplar, 'Huracán', de vuelta al ruedo. Y ante semejante material, surgió el nombre de la noche: Javier Cuartero. El alicantino, que debutaba con los del castoreño, sintió el calor de sus paisanos y respondió con una frescura y una resolución que le valieron una oreja de cada uno de sus novillos, abriendo de par en par la Puerta Grande. 

Le acompañó en el buen sabor de boca Kevin Alcolado, que cortó un trofeo, y Borja Escudero, que saludó sendas ovaciones. Con más de 4.300 espectadores en los tendidos, la feria arrancaba con una declaración de principios: en Alicante, el futuro tiene quien le escriba.

La Tarde que Encendió la Pólvora: El Palco contra el Clamor Popular

Y entonces llegó el sábado 21 de junio. Cartel de "No hay billetes" colgado en la taquilla. Manzanares, profeta en su tierra; Roca Rey, el ciclón del toreo; y el prometedor Samuel Navalón. La plaza era un hervidero de expectación. 

La tarde transcurría con interés, con una oreja para el pundonor de Navalón y otra para el temple de Manzanares. 

Pero fue en el quinto bis, un toro de Victoriano del Río, donde la feria cambió de rumbo y encontró su gran polémica.

Roca Rey se plantó en la arena y construyó una de esas faenas que justifican una temporada. Sometió con poder una embestida áspera, la templó con mando y la toreó con una largura y una profundidad soberbias. La plaza, entregada, rugía con cada muletazo. Y llegó el final. Un arrimón de vértigo, metido entre los pitones, donde el aliento del toro y el del torero eran uno solo. La emoción se desbordó. La estocada, algo caída pero contundente, fue el broche perfecto. Y entonces, el clamor. Unánime. Más de 11.000 pañuelos al viento pidiendo, exigiendo, las dos orejas que la obra merecía.

Pero el presidente, en un acto de soberbia o de incomprensible criterio, se enrocó. Sacó un solo pañuelo. Y la plaza estalló. Lo que siguió fue una algarabía monumental, una bronca como pocas se recuerdan, con insultos directos al palco y gritos de "¡fuera, fuera!". El usía se había convertido en el protagonista. 

Y ese es el mayor fracaso para quien ocupa un palco. Roca Rey, en un gesto de torería y respeto al público que le había aclamado, recogió la oreja, pero se negó a pasearla. La tiro en la arena, junto al estribo, y dio dos vueltas al ruedo aclamado como el gran triunfador moral y real de la tarde.

El presidente no infringió el reglamento, pues la concesión del segundo trofeo es potestad suya. Pero sí quebrantó una ley no escrita, la de la sensibilidad. 

La de entender que la autoridad en una plaza de toros no es un fin en sí mismo, sino un medio para validar el arte y la emoción que emanan del ruedo y del tendido. Cuando un palco se divorcia de manera tan flagrante del sentir de una plaza entera, no imparte justicia, sino que genera un conflicto. 

Este mismo espíritu de protagonismo presidencial se vería, en menor medida, el lunes 23, cuando el palco de turno se negó a devolver un cuarto toro inválido que pedían Morante y el público, enturbiando de nuevo el festejo. El palco, en lugar de presidir, quiso torear. Y salió abroncado.

Cuando el Toro se Gana la Vida: Dos Indultos para la Historia

Si el pañuelo del presidente en la tarde de Roca Rey fue una mancha de tinta en la crónica de la feria, el naranja del indulto fue la luz que la redimió. 

Y no una, sino dos veces. Dos tardes en las que el palco sí estuvo a la altura, demostrando que su máxima función es la de saber reconocer y premiar la bravura excepcional.

La primera explosión de gloria llegó el domingo 22. Se lidiaba un encierro de Núñez del Cuvillo y en el cartel, Alejandro Talavante. Saltó al ruedo 'Gavilán', número 209, un toro de clase extraordinaria, de embestida incansable y nobleza infinita. 

Y se encontró con la inspiración de un torero tocado por la varita. Talavante lo toreó a cámara lenta, en una faena de abandono, de duende, de una belleza plástica sobrecogedora. Los naturales, los redondos, los adornos... todo fluía con una naturalidad genial. 

La plaza, puesta en pie, se convirtió en un solo grito: "¡indulto, indulto!". El presidente, aunque se hizo rogar unos instantes, tuvo la sensibilidad de escuchar al pueblo y ver la verdad del toro. Sacó el pañuelo naranja y 'Gavilán' volvió vivo a los corrales, dejando para la historia de Alicante una obra cumbre de la bravura y el arte. 

Dos orejas y rabo simbólicos para un Talavante inmenso. La tarde tuvo el contrapunto amargo de la cornada a Marco Pérez, que aun así cortó una oreja, y la torería de Juan Ortega, que paseó un trofeo de cada uno de sus toros.

La segunda apoteosis llegó el sábado 28, en uno de los platos fuertes del abono: Manuel Escribano, en solitario frente a seis toros de Victorino Martín. Una gesta. Y en tercer lugar, apareció 'Bohemio', número 50, 532 kilos de casta y bravura. 

El de Gerena lo recibió a portagayola y le cuajó una faena épica. El toro de la A coronada no se cansaba de embestir, de humillar, de repetir con una fijeza y una transmisión extraordinarias. 

Escribano, vaciado, se entregó en una labor de poder y sentimiento que puso la plaza a reventar. La petición de indulto fue, de nuevo, atronadora, y esta vez el palco no dudó. Concedió un merecidísimo perdón para la vida de 'Bohemio', y el propio ganadero, Victorino Martín, acompañó a un Escribano exultante en una vuelta al ruedo para la historia. Dos presidentes que supieron estar a la altura de dos toros inmortales.

Un Abono de Nombres Propios: El Balance Narrativo de los Triunfos

Más allá de la polémica y los indultos, la feria fue un rosario de triunfos que demuestran su gran nivel. El balance de orejas es abrumador, pero más allá de la fría estadística, está el relato de tardes de gran toreo.

El lunes 23, en la noche de San Juan, José María Manzanares reconquistó su plaza de forma incontestable. Cortó cuatro orejas, dos a cada toro de su lote del Puerto de San Lorenzo, en una demostración de poderío, temple y, sobre todo, una contundencia con la espada que recordó a sus mejores tiempos. 

La estocada al quinto fue, sencillamente, la estocada de la feria. En esa misma tarde, Morante de la Puebla dejó una oreja de pura torería y Cayetano se despidió de Alicante con una cariñosa ovación.

El martes 24, día grande de la ciudad, fue el turno de Tomás Rufo, que se ganó a pulso la Puerta Grande. Con una corrida seria de Zacarías Moreno con poca clase y presencia , el toledano demostró una solidez y una inteligencia impropias de su juventud. Cortó una oreja a cada uno de sus toros en dos faenas de gran mérito, poder y exposición, consolidándose como una figura indiscutible. 

Le acompañó en el triunfo Daniel Luque, que paseó un trofeo del quinto tras una lección de capacidad y oficio.

La gesta de Manuel Escribano el día 28 no se quedó solo en el indulto de 'Bohemio'. El sevillano completó su encerrona cortando un total de cinco orejas, entre reales y simbólicas, saliendo a hombros junto al mayoral en una tarde que Alicante tardará en olvidar.

Y como broche a un ciclo tan intenso, la corrida de rejones del domingo 29 no defraudó. 

Con la plaza registrando otra gran entrada, el alicantino Andy Cartagena desató el entusiasmo y salió en volandas tras cortar dos orejas al cuarto de la tarde. No se fueron de vacío sus compañeros de cartel: Diego Ventura y Lea Vicens pasearon un trofeo cada uno, poniendo el punto final a una feria redonda en lo artístico.

Conclusión: El Fuego que Perdura

Se apagan las Hogueras y el eco de los oles se desvanece en las calles de Alicante. Queda el poso de una feria memorable, una feria dual, vivida entre la gloria del pañuelo naranja y la cerrazón del pañuelo negro. 

Un ciclo que será recordado por sus cumbres altísimas: dos indultos históricos que engrandecen la cabaña brava, un puñado de Puertas Grandes que confirman el gran momento de la torería, y una cantera que garantiza el relevo y la pasión.

Y sí, también será recordada por esa tarde en la que un palco decidió enfrentarse al clamor de un pueblo. 

Pero el tiempo, juez implacable, pone todo en su sitio. Las polémicas, por muy sonoras que sean, acaban convirtiéndose en humo, en anécdotas que se diluyen. Lo que perdura, lo que se graba en la memoria colectiva, es la verdad del ruedo. La bravura inmortal de 'Gavilán' y 'Bohemio'. 

El arte eterno de Talavante. La gesta heroica de Escribano. El poderío de Manzanares. 

Eso es lo que queda. El fuego sagrado de la Fiesta, que siempre, al final, brilla más que el humo de cualquier controversia.