RAFAEL CAÑADA

“Hay que ser positivo y tengo la suerte de tener una nueva vida”

viernes, 20 de noviembre de 2020 · 17:01

Rafael Cañada era banderillero que tenía un gran provenir por delante, con todas las puertas abiertas y quien hace apenas dieciocho meses tuvo un grave percance en la plaza de toros de Valencia que le mantiene postrado en una silla de ruedas. Rafael, también matador de toros y junto a quien el torero Emilio de Justo dio sus primeros pasos en la profesión, continúa recuperándose. Y dando todo un ejemplo de hombría, de gallardía, de saber afrontar la adversidad con torería. Dando testimonio de amor a la fiesta de los toros, a la que no le guarda ningún rencor. Y está preparando un libro en el que va a relatar toda su experiencia en los ruedos y lo que está viviendo ahora.

Rafael, en Valencia la afición y los profesionales se acuerdan mucho de usted.

Yo también tengo que agradecer a los valencianos, a los toreros, a los aficionados y a los medios de comunicación por cómo me han tratado siempre. Desde el día del percance. Y pese a la gravedad del mismo, no tengo ningún mal recuerdo de Valencia. Siempre me he sentido como uno más entre los valencianos. Y estaré eternamente agradecido a esa tierra. Espero volver muy pronto por ahí para saludar a tanta gente. Ahora con la pandemia no nos podemos mover, pero dentro de poco espero poder acercarme.

Usted sigue dado un ejemplo de entrega, de entereza, de gallardía, de amor por la profesión.

En esta vida hay que ser positivo. Aún tendría que decir que he tenido suerte, porque el accidente me sucedió toreando. Ejerciendo mi profesión, mi pasión. Yo asumí desde el primer momento los riesgos que esta conlleva. Peor hubiera sido haber tendido el accidente saliendo de un bar borracho, o cruzando un semáforo en rojo, o en un choque de tráfico. Y también las consecuencias del percance podrían haber sido todavía más graves. Mucho más graves. A mí me ha tocado el papel del cojo. Pues bueno forma parte del guion, de los accidentes que pueden suceder en esta profesión. Pero hay que aceptarlo así y encima sentirse privilegiado.

Con todo, a usted le ha cambiado la vida radicalmente. Le cambió en unas décimas de segundo.

Pues sí, todo sucede en esas décimas de segundo. Pero como todo en la vida. Lo que es curioso es que aquel día, cuando hice el paseíllo en Valencia, lo que tenía presión era por banderillear, ya que Valencia es una tierra de grandes banderilleros, allí se ha banderilleado históricamente muy bien. Ese día en el primero me tocó ir por delante en banderillas. Era un trago para mí, y lo cierto es que estaba hasta las trancas. Pero finalmente coloqué los dos pares bien y cumplí con más que dignidad. Ahí respiré. La novillada estaba saliendo muy complicada, y a mis compañeros no les dejó lucirse con los palos. Luego, el cuarto era el más bonito. Y yo, que con el capote siempre he andado bien, estaba contento. Y pensé que lo iba a cuajar. Pero mira, me echó mano. Así son las cosas del toro.

No ha tenido la tentación de rebobinar lo que pasó ese día.

No, porque esto es mi pasión, y no hay que pensar en lo que pudo no pasar. Uno va a la plaza, a la lidia, para tratar de hacerlo lo mejor posible. Por el matador, y por el público, por el que sentimos un gran respeto. Que es el que en definitiva cuenta y a la postre hace justicia. Esta es una profesión de pasión y dedicación. Y ahora tengo yo la suerte de tener una vida nueva.

Es un ejemplo de realismo ante las circunstancias.

Debemos que aceptar la vida como viene, y hacerlo con buen aire. Tenemos que considerarnos unos privilegiados. Incluso yo. En el centro de rehabilitación vi casos muchísimo más graves y tristes que el mío. Si te das una vuelta por ahí, el 80 % de la gente está peor que uno mismo. Pero los que realmente son enfermos, los peores, son aquellos que están eternamente insatisfechos. Que tienen casa, coche, trabajo, familia y se siguen quejando de todo. Yo soy todo lo contrario. Me gusta hablar, me gusta vivir, comer, beber, estar con los amigos. Lo dicho, soy un privilegiado. No te debes ni puedes quejar de la vida. Yo me siento a comer un arroz del señoret, que le he enseñado a hacerlo a mi mujer, y soy el hombre más feliz del mundo.

Cambiando de tercio, a usted le dio la alternativa Finito de Córdoba el 21 de julio de 2000 en Bayona.

Así es. Estuvo muy cariñoso. Me deseó suerte, me dijo que era un buen torero, que tenía la misma forma de concebirlo que él. La anécdota de aquel día fue en el segundo de la tarde, a la hora de devolverle los trastos. Me habían dicho que en las alternativas que utilizaba la espada de verdad, y mi mozo de espadas me la dio con la funda y todo. Y yo, ni corto ni perezoso se la devolví con la funda puesta a Finito. Aquello le sorprendió, pero me quise disculpar y le dije: hombre, como es la primera vez que me dan la alternativa, pues no sabía muy bien cómo se hacía.

Nos han dicho que está usted escribiendo un libro.

No ha sido idea mía, sino de una editorial que me lo propuso. Pero me lo propuso seriamente y me he visto obligado a ponerme a ello. Escribir no es lo mío. Y yo, que casi no sé de toros, porque de esto es muy difícil entender, aunque uno sea profesional, no soy quién para escribir. Pero como a mí no me aguantaría un escritor para que le dictase, me dijeron que lo hiciera yo. Y en ello estoy. Yo todavía escribo en papel, con bolígrafo. Voy rellenando folios y en la editorial lo transcriben, lo pasan al ordenador y corrigen las faltas. En este libro voy a reflejar los sucedidos y anécdotas que me han pasado en el ruedo. Anécdotas buenas y también malas. Pero al final la memoria es selectiva y quedan los buenos recuerdos, que son las que llevas guardadas en la mente y en el corazón.

Una de las anécdotas es la de su debut en la plaza de toros de Ronda.

Sí, son las cosas de la vida. Yo, que soy francés y también ecologista y animalista, en el buen sentido de la palabra, no quería ser torero. Me gustaba el campo, y los animales en las fincas. Pero luego me entró la afición. Y fue el maestro Antonio Ordóñez, ni más ni menos, que me hizo debutar con caballos en Ronda alternando con Morante de la Puebla. Yo no quería, pero fue una oportunidad que se me brindó. Y ni más ni menos que en esa plaza. La anécdota fue que, a la hora de matar a mi segundo, me tiré sobre el morrillo con todas mis ganas. Y es que a mí se me conocía como “el quinto mandamiento”, ese que dice no matarás, porque pinchaba mucho los novillos. Lo cierto es que el novillo echó la cara arriba y me partió la nariz. Aun así, con la cara destrozada, di la vuelta al ruedo. Cómo no iba a dar una vuelta en la plaza de Ronda Luego me llevaron a la enfermería, pero cuando vi una jeringuilla, salí corriendo y me escapé. Hasta el hotel. Fíjense ustedes ahora la de veces que me han puesto inyecciones. Quién me lo iba a decir.

Y hablando de anécdotas, también se hace curioso que a usted le recogió de la arena la tarde del percance el novillero valenciano Borja Collado. Y hacía unos meses que usted le había recogido del ruedo en Cestona, la tarde de su bautismo de sangre.

La verdad es que Borja se portó como un hombre. Un chaval tan joven, con tan poca experiencia, pero que tuvo la clarividencia de meter el puño en la herida. Y eso es impresionante, porque la sangre humana no es igual que la del toro. Por su color, por su contexto, por su composición. Con lo joven que era tuvo un gran valor y mérito. Y sí. En Cestona me había tocado a mí hacer lo mismo. Lo que son las cosas de la vida. Pero en Valencia se portó como un hombre.

El otro día decía Emilio De Justo que usted había sido su maestro.

Bueno, eso es muy generoso por parte del maestro. Y que diga eso, me halaga. Yo era ya un novillero con cierto cartel. Y al ser mi madre de Torrejoncillo, que es un pueblo extremeño donde nació Emilio, cuando yo iba allí él venía a entrenar conmigo. Era un crío, apenas tenía once años. Vino a verme un día, y me dijo que quería que le enseñase a torear. Empecé a torear de salón con él. Me puse a su disposición y enseñarle. También le hice todas las perrerías que se hacen en esos momentos, para saber si tenía afición. Le daba los capotes mojados, la muleta con más peso. Pero él venía todos los días a las ocho de la mañana para ir a entrenar al polideportivo, con una ilusión y una afición enormes. Luego estuve con él en su cuadrilla hasta de matador de toros, hasta que el apoderado decidió echarme de allí. Son las circunstancias de esta profesión. Emilio es un gran torero al que quiero y admiro muchísimo. Y para mí es una satisfacción que empezase conmigo en sus primeros pasos. Pero todo el mérito es suyo.

Usted ya se pone usted de pie.

Pues sí, ahora mismo estoy de pie y sigo de pie. Es un caso curioso. La televisión francesa también ha venido aquí para grabar alguno de sus programas, que representan casos clínicos extraños. Cuando empezó a moverse mi pierna derecha un poco, yo me eché para delante. Yo iba a rehabilitación, pero a veces me ponía hacer ejercicios yo solo, sin llamar a la enfermera. Muy caía, pero yo lo intentaba. Me llevaron al gimnasio y me pusieron de pie en las paralelas, y ya comencé a andar por ahí. Con esfuerzo, pero con ilusión. Lo cierto es que la pierna izquierda no lo siento ni tengo sensibilidad en ella, pero cuando ando, parece ser como si ella misma quisiera tirar para adelante también.

Las coberturas en Francia por el desempleo y por accidentes no son igual que en España.

En Francia, hay un apartado a la Seguridad Social que se llama espectáculo de artistas. Todos estamos en el mismo régimen, actores, el circo, músicos, todos coincidimos en el mismo régimen. Y eso sí, hay que haber actuado en 43 espectáculos para ser reconocido como artista. Así, son pocos pueden vivir de ello. Eso sí, los ayuntamientos luego emplean a jugadores de rugby, de pelota vasca, actores ó músicos para ayudarles y reconocer el caché que ellos han dado a su pueblo. Y, de esta forma, todos en Francia tenemos un doble empleo, el de toreros y otro que nos da el Ayuntamiento como complemento. Y como agradecimiento por llevar el nombre de la localidad. Y así nos ayudan.

En algún momento se comentó que si hubiera habido camillas con collarín en la plaza de toros de Valencia, su lesión no se hubiera agravado de más.

Yo creo que no, que no me agravó la cogida. Los compañeros que me llevaron a enfermería lo hicieron bien. Como supieron y como pudieron. Con el toro en la plaza, y sin saber tampoco en qué situación estaba yo. A mí las cosas modernas en el toreo no me gustan, pero que hay que evolucionar. Por eso, sí es verdad que a veces he comentado que, en una plaza de toros, si hubiera un par de camillas con un collarín cervical, y que en un momento dado se entregasen los profesionales cuando hay una cogida para echarla al ruedo y trasladar al torero, no estaría. Eso sería positivo para muchas lesiones. Tener dos o tres camillas por ahí escondidas y preparadas por si acaso. Incluso a los chicos de las escuelas se los podría enseñar hacer eso. E ilustrarles en hacer primeros auxilios. Las camillas no interferirían en el espectáculo y podrían ser útiles. Pero bueno, las cosas son las cosas que decía Rafael de Paula y pasan porque suceden. Y punto.

Lo más importante es querer a esta profesión.

Por supuesto. Y saber lo que te puede pasar. Para mí ha sido un ejemplo muy grande Vicente Ruiz El Soro. Él es un ejemplo de fortaleza, de cariño por la profesión, de amor por lo que hace, y un ejemplo para todos los profesionales. Un ejemplo de superación. Yo me sumo a la iniciativa de que le hagan un monumento en Valencia. Porque Vicente ha sido el torero más querido de los valencianos de toda la historia. Y ha paseado el nombre de Valencia por todo el mundo. Un diez como torero y como persona.

Texto: Enrique Amat (Avance taurino)

 

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