MARIANO DE LA VIÑA

“El toro me lo ha dado todo”

El banderillero albaceteño Mariano de la Viña continúa recuperándose, más de un año después de la gravísima cornada que sufrió el 13 de agosto de octubre de 2019 en la plaza de toros de Zaragoza
sábado, 19 de diciembre de 2020 · 11:45

“Tengo todavía muchas se cuelas de la cornada y estoy en fase de rehabilitación. El pasado 8 de octubre me operaron de la clavícula rota. La contusión del nervio ciático es lo más grave, ya que me tiene la pierna izquierda, de rodilla para abajo, que no siento nada. Y tengo que llevar muletas. Pero lo más importante es que estoy vivo, y que lo he podido contar. Aunque la cosa estuvo muy mal. Eso sí, ahora es todo muy lento. Llevamos más de un año en recuperación. Fueron muchas las lesiones que tuve, y ahora poco a poco hay que recuperar. Yo me esfuerzo, y no pierdo la esperanza de que se normalice todo y poder acabar por hacer una vida normal”, indica el torero.

A pesar de que no recuerda nada tras el percance, se ha contado que a usted no le gustaba ese toro: “El golpe fue tan brutal, que caí al ruedo sin conocimiento, y tengo ahí una laguna de varios días. Luego he tratado de ir reviviendo aquello. E incluso he ido a la plaza de Zaragoza a estar con los doctores y rememorar todo aquello. Y lo del toro, si es verdad. En el apartado yo quería que lo dejasen fuera de la corrida. No sé, sería una intuición que tenía. Son cosas que le vienen a uno a la cabeza. Su mirada, un gesto, no sé, algo no me encajó. No me gustó ese toro en absoluto. Y eso que no era el más feo de la corrida, ni mucho menos. Y al final, no solo no lo dejaron fuera de la corrida, sino que nos tocó a nosotros. Pero eso son circunstancias de la vida y de esta profesión”.

A usted, en 30 años como profesional, le habían respetado bastante los toros. Una cornada en Portugal, y otra en Colmenar Viejo. Y llegó este Sigiloso, el último de la temporada, y le cambió la vida.

Pues sí, la verdad es que me había escapado. Que me habían cogido poco los toros para lo mucho que había toreado. Pero bueno, estas cosas son las que tiene la profesión. Estamos expuestos a ello, nos jugamos la vida y alguna vez te tiene que tocar. Como usted pude comprender, yo he visto prácticamente de todo en esas plazas. Percances de compañeros. Por tanto, lo tengo asumido.

Sería normal que a aquel toro le guardase usted algún tipo de rencor.

En absoluto. El toro cumplió con su obligación que es embestir, atacar, y querer coger al torero. La verdad es que apenas pude estar delante de él, pero él cumplió con su trabajo. Me hizo un extraño, cambió la trayectoria de su embestida, me arrolló, se hizo conmigo y luego me corneó a placer. Luego, según me cuentan el toro, sin ser bueno, tampoco se comió a nadie. Pero, insisto, al toro no le tengo ningún rencor. El toro es lo que es y nos tenemos que amoldar a sus circunstancias y tratar de sacarle partido. Debemos estar preparados para ello. Eso es lo grande de esta profesión, que debemos estar ahí y preparados para los accidentes. A mí el toro me lo ha dado todo, desde el primer día. Y le tengo que estar agradecido. Me han tocado también muchos toros complicados, porque Enrique los ha matado de todas las ganaderías. Y de todas salen buenos, malos y regulares y con todos hay que estar ahí y demostrar que somos profesionales.

Llevará toreadas unas 2.500 corridas de toros y, salvo un breve paréntesis, siempre al lado del maestro Ponce.

Pues sí, es una larga experiencia de la que estoy satisfecho. Y para mí torear junto a Enrique, una tan gran figura del toreo, ha sido un privilegio y un regalo. Porque Enrique, aparte de un gran torero, es una excelente persona. Nuestra unión es mucho más que profesional. Somos amigos, tenemos una relación muy estrecha, nos entendemos a la perfección. En la calle y en la plaza. Y, además, Enrique es un torero que te da tu sitio. Que te respeta, que te deja tu aire, que te da confianza. Y te agradece lo que haces. Más no se puede pedir. Como digo, Enrique es un gran maestro. Pero también es un hermano, con el que tengo complicidad. Nos basta una mirada, un gesto y nos entendemos. Cuando hay un toro malo, yo voy directamente hacia el sin pedirle permiso. Enrique es un maestro y un hombre tranquilo. Generoso y comprensivo. Cuando uno se enreda con un toro, él nos ayuda en lugar de echarnos una bronca. Y encima es capaz de pegarte un olé cuando das un capotazo, y que eso es muy importante. Que una gran figura sea sencilla y humilde es algo grande. Te da tu sitio, te escucha. Qué más puedo decir.

Usted es hijo del cuerpo. Su abuelo, su padre, su primo todos han sido profesionales del toreo. Y desde el primer momento tuvo claro que quería ser banderillero.

Bueno, yo iba a la plaza de toros de Albacete a torear de salón, y también al campo, a torear con mi primo Rafi. Luego mi padre, que había toreado con Dámaso González y Ortega Cano entre otros muchos, fue mi modelo. Porque, como cualquier hijo, yo quería ser como mi padre. Él me dijo cuando todavía yo era pequeño que empezase como banderillero y que ya veríamos. Entonces yo acompañaba a mi primo Rafi, quien ya toreaba sin picadores, y salía con él. Pareaba a algunos novillos y le fui cogiendo el gusto a los palos. Y ahí me quedé.

Su padre le daba consejos.

Los primeros que me dio, fue aprender a poder a los toros y a someterles. Por supuesto, me enseñó también la importancia de los terrenos, de la colocación, de los tercios, del sitio en la plaza. Y que lo importante era conocer al animal, intuir sus reacciones y luego así ser capaz de someterle.

 

 

Cambiando de tercio, la verdad es que fue una suerte que el percance tuviera lugar en Zaragoza.

Por supuesto. Y caer en las manos del doctor Val-Carreres y su equipo. Y es que gracias a ellos yo ahora puedo estar haciendo esta entrevista. Porque cuentan que llegué prácticamente muerto a la enfermería. Allí me reanimaron. Fue un milagro de los médicos, unos grandes profesionales que fueron capaces de salvar mi vida. Tocados por la mano de Dios. Hacer un milagro así en un momento eso sí que tiene mérito. Todavía me impresiona cuando me cuentan cómo fue la operación y cómo se enfrentaron a las heridas. Es espeluznante. Y que unos hombres sean capaces de mantener la tranquilidad y tengan la profesionalidad de saber reparar esto es, como digo, un milagro. Incluso la anécdota del cinturón que me pusieron, que era una polea para cargar un coche. Pero aquel hombre consiguió comprimir la parte del abdomen y que la parte inferior, con esa suerte de torniquete dejase de sangrar para que pudieran trabajar en las heridas.

Como torero de plata y azabache, siempre ha brillado tanto con los palos como con el capote.

A mí las banderillas siempre me han gustado mucho, y me he preocupado de hacer las cosas bien con los palos, por derecho, ganándole la cara al toro con guapeza. Es una suerte muy bonita. Y cuando he toreado en Valencia, he tenido mucha responsabilidad. Ese maestro Manolo Montoliu fue para mí toda una referencia. Lo tenía en un pedestal, desde que venía a Valencia acompañando a mi primo Rafi. En Valencia habido otros excelentes profesionales como Luciano Núñez o Copetillo, entre otros muchos. Y qué le puedo contar de otros grandes como Martín Recio, Juan Cubero, Juan José Trujillo o Carretero, entre otros. Pero con lo que me he sentido más torero ha sido con el capote. Sometiendo o ayudando al toro, según las circunstancias. Lo que dice mi maestro: al toro se le domina o se le mima. Se le castiga o se le ayuda. El temple es la madre del toreo. Es lo que se necesita para poder parar la violencia que tiene la embestida de un toro. El temple es la base del toreo. Es lo que provoca la admiración de la gente, del público y de los profesionales.

En su familia le animan para que se lo deje.

Bueno es lo normal. Mi mujer, mi gente, me dicen que ya está bien. He estado treinta años en la profesión, he viajado mucho, he toreado mucho y ya he cumplido una etapa. Y que si ahora me lo dejo tampoco pasaría nada. Pero no sé, yo tengo la ilusión de al menos torear en el campo y de poder volver a ponerme delante. Bueno, y lo cierto es que tengo ilusión por vestirme otra vez de torero si pudiera, y desfilar detrás de mi maestro. Trabajo mucho en la rehabilitación, pero el problema del nervio ciático va a ser de recuperación muy lenta, según me dicen los médicos, porque los destrozos fueron muy grandes desde la cadera hasta abajo. Ya se verá. Yo todos los días entreno, y a ratos suelto la muleta y cojo un capote para dar dos o tres lances y con ello sentir esa sensación de manejar las telas.

Pero usted siempre tendrá un sitio en el toreo, sea en la plaza, en el callejón, en el tendido o en el campo.

Pienso que sí. El toreo ha sido mi vida, tengo una larga experiencia, y desde una faceta u otra, pienso que tengo mucho que aportar. Ha sido mi vida, y espero que lo siga siendo de una forma de la otra. Porque es la profesión más maravillosa del mundo.

Texto: Enrique Amat (Avance Taurino)

 

8
1
83%
Satisfacción
16%
Esperanza
0%
Bronca
0%
Tristeza
0%
Incertidumbre
0%
Indiferencia