ROBERTO DOMÍNGUEZ

“En el toreo la perfección no existe”

martes, 26 de octubre de 2021 · 16:22

Roberto Domínguez es un personaje polifacético. Matador de toros y que fue figura en lo suyo, estudiante de Arquitectura, comentarista en televisión, ganadero, y hace ya más de una década metido en funciones de apoderamiento. Un gran currículum de este personaje del Renacimiento quien tiene mucho que contar. Por romper el hielo, este año se esperaba una temporada complicada y así ha sido.

Debido a la pandemia, la temporada ha sido difícil  para todos los sectores. Fiel reflejo de la situación por la COVID y la incertidumbre. El sector más castigado en primer lugar ha sido el ganadero. En el parón no tuvieron ingresos, mientras que los gastos eran los mismos. Y luego cuando ha vuelto a la actividad, se ha lidiado apenas el 50 % de lo que había en el campo. También los matadores han tenido que afrontar los mismos riesgos que habitualmente, pero percibiendo menos dinero y obteniendo menos ingresos. Y los empresarios lo mismo. Se han visto obligados a organizar ferias con limitaciones de aforo, viendo muy reducidos sus posibles ingresos. Ha sido muy complicado para todos los sectores, que se han visto muy perjudicados.

Pero por una vez, parece que habido comunión y el sector ha coincidido en los planteamientos.

A pesar de arrancar tarde y con incertidumbre, las cosas han podido salir con el esfuerzo de todos. Entre otras cosas, porque era difícil dar ferias en fechas no tradicionales, casos como los que sucedieron en Castellón, en Valladolid, en Jerez, Granada y otros muchos sitios. Esas ferias que no han contado con ese atractivo de estar rodeadas del festejo popular, de los visitantes de fuera, del ambiente que hace que la gente se vuelque en los tendidos, de vivir un entorno festivo. Sacar las ferias de su hábitat natural no deja de ser fácil. Y entre todos como he dicho han arrimado el hombro para dar viabilidad a los festejos y que el aficionado nos e quedase sin poder ir a la plaza, que era lo más importante.

La vivencia de ser apoderado tras ser torero, cambiar el callejón por los despachos, no debe ser fácil.

Cambia mucho, es otra perspectiva distinta. Pero sobre todo yo tendría que decir que lo que realmente cambia es la época en que te toca vivir. Yo tengo muchas horas de vuelo, he sido aficionado, novillero  ilusionado que quería ser, torero que no acababa de dar el paso. Luego llegue a ser figura del toreo y luego me retiré. Más tarde estuve retransmitiendo como comentarista en televisión, posteriormente once años de apoderado con el Juli y ahora estoy con Roca Rey. He vivido de todo. Ahora la época es muy diferente, más convulsa. Falta apoyo social. Y todo se hace más complicado. Por ejemplo, los novilleros lo tienen dificilísimo. Antes triunfando en Madrid podían hacer una temporada buena. Lo mismo que los matadores de toros. En mi época cortabas una oreja en Madrid y eso te servía a lo mejor para firmar 40 contratos. Así nos pasó a Julio Robles y a mí mismo en nuestros comienzos. Hoy todo es la inmediatez, y no se puede circular  prácticamente de ninguna forma. Se hace todo muy cuesta arriba.

Por eso ha tenido mérito que Roca Rey  haya estado dispuesto a abrir carteles, y a compartir con otros toreros menos importantes sus actuaciones.

Yo he sido cocinero antes que fraile, y me conozco esto. Yo no entiendo que alguien pueda decir que Andrés no haya tirado del carro esta temporada. Una temporada como esta del 2021, en la que ha sido el segundo del escalafón en cuanto al número de actuaciones. Y es el torero que más orejas ha cortado en plazas de primera, que más orejas ha cortado en plazas de segunda. El que más plazas de primera ha pisado también. Y ha dado paso a muchos. Por ejemplo Urdiales, un espada ya de su experiencia, de su proyección, debutó este año junto a Andrés en Burgos y en Gijón. Y ha alternado con toreros que han estado en su mejor año como Emilio de Justo Daniel Luque. Ha abierto los carteles, y sobre todo, ha llevado el peso de que la gente acudiese a la plaza únicamente con el tirón de su nombre, no teniendo que estar acompañado de otras dos figuras del toreo. Este gesto, que es muy importante, en algunos sectores no se le ha reconocido.

Dicen que los toreros agradecen que su apoderado haya sido matador de toros.

Bueno, es que más que un apoderado, uno se hace como un consejero, como un amigo. Porque conversamos cara a cara, hablamos el mismo idioma. Yo no me he considerado como esos grandes apoderados, que apostaron por un torero desde sus inicios, lo fueron haciendo y al final el torero llegó la figura del toreo. Yo he tenido el orgullo de que en épocas específicas, con todo el poder en su mano, toreros como el Juli o Andrés Roca Rey se hayan acordado de mí. Y es que  el hombre dura más que el toreo. El torero inteligente siempre tiene dudas o inseguridades, o alguna negatividad, y a eso es lo que le ayuda un apoderado torero, a poder afrontarlo y superarlo.

Y desde su perspectiva de apoderado, qué han tenido sus toreros que no tenga usted y viceversa.

Cada maestrillo tiene su librillo. Yo tengo mucha admiración por ellos. Porque el Juli es el por sí mismo. Importa lo que hace, y la formación que cogió con su padre a base de dureza, y luego su inteligencia de torero. Al margen de la labor que hicieran luego otros apoderados como Victoriano Valencia, pero la base la tenía él mismo. Lo mismo pasa con Andrés Roca Rey, cuyas bases las cimentó, y de qué extraordinaria manera, José Antonio Campuzano. Luego ha ido evolucionando, y  él ha tenido el valor para desarrollar esa actitud y esas enseñanzas en la cara del toro. Eso es lo difícil, la teoría es muy fácil y saber lo que hay que hacer también. Lo difícil es ser capaz de hacerlo en un momento dado, en una plaza llena y ante un toro.

Manolo Bienvenida decía que, de largo, lo que más le gustaba era torear.

Hombre claro, la nostalgia del éxito y del triunfo en la plaza es lo más grande. Aunque uno sea apoderado de una figura, lo que le llena a uno profesionalmente es hacer el paseíllo y estar bien con un toro. Del fracaso se aprende, como de los momentos de ostracismo, que te dan madurez para afrontar, no solo la tauromaquia, sino la vida. Hay que ser consciente de las limitaciones de uno, de los errores que ha tenido uno, para aprender y tirar para adelante. Y eso tiene su compensación. Porque después de más pasar malos ratos, ver plazas como Madrid, Pamplona Sevilla rendidas es como tocar el cielo con los dedos.

Usted fue un torero que supo esperar.

Pues sí, así vinieron las cosas. No terminaba de arrancar, parecía que era un incomprendido, aunque siempre es culpa de uno, si bien cuando está pasando, a veces uno se revela e intenta culpar al entorno y a cualquier cosa, busca cualquier excusa. Pero se equivoca. Hay que mirar para adentro. Las críticas de los aficionados que exigen son buenas, las constructivas, y esas las agradeces. Las malintencionadas que vienen dirigidas desde otro sitio y que quieren hacer daño, esas no tienen un pase. Y esas no hay que tenerlas en cuenta.  A mí lo que más me sirvió es lo que me dijo un aficionado antiguo de Valladolid cuando estaba retirado. Me vio por la calle y me dijo:” Usted no tiene perdón de Dios”. Yo en ese momento había dejado el toreo, y le di muchísimas vueltas a esas palabras. Y aquello me impactó mucho y me hizo pensar. Por eso, cuando regresé de Inglaterra, y volví a torear en Valladolid, lo tuve muy en cuenta. Y es que por primera vez en mi vida no me dormí,  no esperé al toro idóneo. Tuve otra actitud, no me importaba la ganadería que torease. Pasé a estar preparado y mentalizado para afrontar lo que saliese por los corrales, sin tener en cuenta el tipo de ganadería, el toro y los demás.  Y es aquello me sirvió de mucho para cambiar de actitud.

A pesar de todo, hasta en los tiempos más inciertos, Valladolid estuvo de su lado.

Y se lo agradezco en el alma. Porque Valladolid fue cuna de grandes personalidades  como el Doctor Zumel, Concha Velasco, Lola Herrera, Mariemma, pero Valladolid siempre ha sido una ciudad muy exigente con sus hijos, no les ha regalado nada, Yo sin embargo en ese sentido fue y soy un privilegiado porque siempre me quisieron, me esperaron, me mimaron.

Es sobrino de otro torero de Valladolid que tuvo un gran predicamento, como Fernando Domínguez.

Hombre, a mi tío Fernando le debo todo. Con el aprendí a ser torero y sobre todo a ser hombre. El orgullo de ser autodidacta, de ser admirado sin dejar de ser querido. Mi tío  tenía eso tan bonito del tremendo valor de la personalidad, y eso se lo reconocieron siempre. Tenía y me transmitió unos valores y unos principios que me sirvieron de mucho.

Valores que le llevaron a ser, entre otras cosas. “torero de Madrid”.

Esa es una de las cosas que más le llenan a uno. A mí me han exigido mucho pero también me han dado mucho. Madrid me esperó cuando no era. Me alentó cuando podía ser y me exigió el tiempo en el que fui. Y triunfar en Madrid me abrió las puertas de toda España.

Y en una época, como en  la que empezó a torear, en la que había  grandes profesionales.

Por ahí estaban Luis Miguel Dominguín,  el Viti, Paco Camino, Diego Puerta, El Cordobés. Luego empezaron a salir Dámaso González,  El Niño de la Capea, José Luis Galloso, José María Manzanares, que fue mi padrino de alternativa. Aquellos eran unos monstruos. Pero nos llevábamos todos muy bien. Por ejemplo tuve una gran relación de amistad con Julio Robles cuando nos apoderó Camará  e íbamos a los tentaderos de Ciudad Rodrigo, de Fuente de San Esteban con ganaderos tan emblemáticos como Atanasio Fernández, Paco Galache, Juan Mari Pérez Tabernero o Antonio Pérez. Por aquella época había una hermandad, un respeto entre los compañeros, un código de la antigüedad, fuera uno figura o no. Y los toreros siempre hablamos un mismo idioma común. Y reconocemos al que ha pegado veinte pases a un toro y ha podido con él, valoramos de verdad lo que ha hecho en el ruedo, sea quien sea, seamos amigos o no y siempre diremos eso de: ¡Cómo ha estado este tío!. La fiesta era grande por aquella época, había mucha grandeza y ahora cuando he vuelto a plazas en como Cali Manizales, Medellín, Lima, San Cristóbal, Bogotá o Caracas, las cosas han cambiado mucho ya no se vive esa grandeza  entre los sitios Pero yo tuve la suerte de compartir con una pléyade de toreros importantísimos

Y luego hay toros que marcaron un antes y un después. La gente se acuerda de aquel Ojeroso de Pamplona de 1987, cuya cabeza medía un metro de pitón a pitón.

La verdad es que fue casi más la apariencia que el toro. Era un astado con una gran envergadura, un tremendo trapío, con dos espabiladeras que daban miedo, pero luego resultó noblón, poco conflictivo, no había que enfadarle y salí airoso de aquello. No sacó el fondo complicado, y la faena tuvo eco por la presencia de ánimo, tuvo la importancia de hacerse presente ante ese torazo.

Y el público de Pamplona se lo agradeció.

Yo no entiendo por qué mucha gente habla mal de la afición de Pamplona. Ellos se quedaron siempre con este toro. Una vez dije en televisión que es una plaza con una personalidad impresionante. Respeta  al que es fiel a sí mismo, y sobre todo tiene memoria de lo bueno, y aquello me hizo volver muchos años. Porque es un público fiel y agradecido y eso es muy importante para un torero.

Y entre tantísimas faenas, en Valencia se recuerda la del 18 de marzo de 1990 a un toro de Aldeanueva.

Si la de Pamplona tuvo la emoción por lo que levantó el interés del público, al enfrentarme a un toro de esas características, éste de Valencia sí que fue un toro importante, de los mejores que he toreado en mi vida. De los que me dejó satisfecho profesionalmente, por el sentimiento, como artista. Además ese día coincidía el aniversario de la alternativa que mi tío Fernando tomó en Valencia en 1933 de manos de Vicente Barrera. Me acordé muchísimo de él aquel día y quise homenajearle, aunque por supuesto nunca le acabé de llegar al lazo de las zapatillas.

Todos los toreros hablan de alguna tarde crucial, que le convenció de que podían funcionar.

Yo no hablaría de una tarde en especial, lo importante es la actitud. Los toreros solemos ser engreídos. Nos creemos que somos los mejores, y lo cierto es que te lo tienes que creer para que el público también se lo crea. Hay que saber lo que puedes hacer, lo que debes hacer y lo que debes ser capaz de realizar y transmitirlo al público. Por eso no es cuestión de una tarde que uno diga que a partir de ese momento sintió que podía ser torero.  No, eso se lleva en la actitud, en el querer ser, en el estar convencido de que uno puede triunfar.

Esa actitud le llevó de estar apuntando sin acabar de disparar, a acabar toreando 100 tardes. Todo un reto.

No es fácil torear 101 tardes más otras 28 en América como hice en 1990. Hay que tener el ánimo preparado. Porque aquello se hacía en coche, no había AVE, no había tantas avionetas, eran otros medios. Había desplazamientos largos en coche, largas esperas en los aeropuertos. Y eso te hacía vivir fuera de casa todo el año. Aquella temporada yo estaba construyéndome una casa y tenía una viga en la que iba marcando con una cuchilla las veces que dormía en ella. Y al final solo fueron siete días los que dormí en mi cama a lo largo de toda la temporada. Por eso decía Luis Miguel Dominguín que para ser figura lo más importante era saber dormir en los coches.

Aunque debe costar, no solo por la incomodidad, sino por ese miedo, esas pesadillas que seguro tiene un torero ante la responsabilidad.

Yo diría que no es así. El toreo en plena competición no tiene pesadillas. El torero está mentalizado, está preparado, está dispuesto a afrontar lo que le venga y por eso está preparado para las mayores empresas. Hay gente a la que le gusta regodearse con la muerte, decir que está junto a ella y que le viene bien. Yo creo que no, nadie va a la plaza pensando en morir, es un riesgo inherente pero nunca pensamos en ella, por lo menos yo no lo he hecho nunca.

Y ahora en su función de apoderado, es justo acordarse de quien fue el más importante de los que tuvo en su época.

Sin lugar a dudas, Manolo Lozano fue el mejor. Aunque hay que decir que el apoderado no es el torero, es el propio torero. El que es o llega a figura lo es con y sin apoderado. En la época en la que no triunfé,  igual fue por culpa mía y no de otros. Yo tuve grandes apoderados, como la casa Camará y Emilio Ortuño Jumillano. Quizá Manolo Lozano fue el más humano, el que mas entró dentro de mí, el que me hablaba claro, el que me decía las cosas como me las tenía que decir. Y el que me hablaba con mayor verdad, con sinceridad. Y también por qué no reconocerlo, yo por entonces ya tenía 32 años y sabía lo que quería en mi vida.

Y aparte de matador de toros, en apoderado, estudiante de arquitectura y comentarista de televisión tiene una faceta ganadera.

Bueno, eso requiere mucha ilusión, muchas cosas y mucho conocimiento. Por eso no entiendo a estos a nuevos ganaderos que se limitan con dinero a comprar un hierro y unas vacas y ya se consideran ganaderos. Ganadero es una cosa maravillosa y muy bonita, pero que requiere mucho conocimiento, mucho esfuerzo y mucho trabajo. Yo soy ganadero porque llegó a mis manos, por circunstancias, el hierro de los hermanos Molero. Ese hierro es importante para mí porque de la primera vez que me puse delante de un animal, con apenas ocho años, tengo una foto en el que está ese hierro a mis espaldas. Luego ya compré ese hierro y compré animales de origen de Daniel Ruiz pero nunca me he sentido criador de reses bravas. Lo tengo para el mayor disfrute mío y de mis amigos, para pegar unos pases de vez en cuando, pero de momento no me considero ganadero ni lo tengo entre mis preferencias. El toro es el rey del ecosistema, y crear y contribuir a crear y mantener esta especie tan ecológica y  tan maravillosa tiene muchísimo mérito.

Después de tan larga experiencia, no sabemos si se ha quedado en su vida alguna asignatura pendiente.

Por supuesto, porque la mejor faena siempre será la que está por hacer, la próxima. La que está por llegar. Uno siempre ha soñado con la faena perfecta, pero la perfección en el toreo no existe. Hay que ser más pasional que perfeccionista. Yo me he visto muchas veces fatal. Y ahora en los toreros hay mucha más preparación y conocimiento, tienen preparación física, preparación técnica, preparación psicológica, saben de ganaderías. Antes era todo más bohemio y muy dejado al azar, y por eso nuestras carreras tenían dientes de sierra, con muchas temporadas de altas y bajas. Estaba todo más dejado de la mano de Dios.

Y ahora las ilusiones son distintas.

Sí, porque ahora lo importante es el concepto del tiempo. El tener tiempo para llamar a un amigo a comer con él y dedicarle una buena sobremesa. O ir a esas ciudades que tantas veces visitaste y de las que no conoces nada más que el hotel y la plaza de toros.  Visitar sus catedrales, sus castillos, sus restaurantes. Viajar con otros ojos. Porque el torero es una persona que viaja con ojos sin ver. A uno le quedan siempre ilusiones por las cosas nuevas, conocer gente, dedicar tiempo a lo que el vértigo de la profesión antes no te dejaba. Y sobre todo disfrutas cuando alguien consigue las cosas y tú le has podido ayudar.

 

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