JUAN JOSÉ PADILLA

“Dios me dio una nueva oportunidad”

domingo, 20 de junio de 2021 · 10:10

Juan José Padilla siempre es noticia. Tanto por su carrera como matador de toros, intensa y exitosa, como ahora en su doble faceta de apoderado del novillero Manuel Pereira y de director artístico del certamen del Centro de Alto Rendimiento de Toreros de Guadalajara, México, creado por la empresa mexicana Casa de Toreros para novilleros que buscan oportunidades para seguir creciendo en la profesión. Lo primero es hablar del estado de su torero, que fue tan gravemente herido en la plaza de Vistalegre.

Gracias a Dios, la cosa va bien. Manuel va evolucionando y se está recuperando. Ya tiene experiencia en los quirófanos. Sufrió hace años un accidente de tráfico que le tuvo once días en coma inducido. También ha sufrido cornadas en el campo. Pero tiene mucha entereza, mucha presencia de ánimo. Ya le van retirando las grapas de la herida y está queriendo ponerse delante. De momento coge los trastos y torea de salón. Evoluciona bien, ya va haciendo bien las digestiones y poco a poco todo parece mejorar.

Lo cierto es que la recuperación se antoja como milagrosa. A los tres días de estar con las tripas fuera, fue sorprendente verle visitando en su habitación a Juan José Domínguez junto con Pablo Aguado. Ustedes los toreros tienen madera de héroes, y su umbral del dolor es grande.

Los toreros nos mentalizamos de una manera muy especial. Somos conscientes del pago que hay que hacerle a la profesión. Yo ya lo viví de niño. Con las muertes de Paquirri y del Yiyo y la de Montoliu. O el cornalón que tuvo Pepe Luis Vargas en Sevilla. Todo aquello nos ha marcado a los toreros de mi época. Pero para eso nos preparamos al 200%, para tener esa capacidad de recuperación. Manuel es un chaval de 19 años, que se vio con el paquete intestinal fuera, y en tres días ya estaba andando por el pasillo y visitando a sus compañeros. Tiene tanto ánimo como voluntad.

Hay que estar muy preparado en lo físico y en lo psíquico.

Es la forma como se superan las cornadas. Hay que sobreponerse. El torero tiene un gran afán de superación. Desde niños hay que aprender a tener valor, a respetar a los compañeros, a saber hacer el esfuerzo, a tener espíritu de sacrificio, tenacidad. Los toreros vivimos sensaciones incalculables e indescriptibles que no se tienen en otras profesiones y eso nos ayuda a afrontar estos retos. Es la resiliencia, que nos lleva a la capacidad para superar el dolor y la adversidad. Es una mezcla de lo físico y lo mental, porque luego, aparte del dolor de la cornada, se piensa en el tiempo para volver a la cara del toro, y pensar en si uno será capaz de pisar el sitio que se tenía antes. De volver a la batalla. Todo es un aprendizaje.

Un aprendizaje que usted también lo ha vivido, y ahora en su faceta de director artístico del CART está enseñando a los toreros.

Pues sí, así es. Esto ha sido mi vida, lo he experimentado y lo puedo transmitir. A los toreros les enseñamos la técnica, el oficio, los valores. Hay que infundir esto. Ahora han vivido sesenta días en Guadalajara, en el rancho de Pablo Moreno. Todos juntos. Profesores como Oliver Godoy, Juan Castilla, Manuel Díaz y yo mismo hemos tratado de corregir defectos a los chavales, hacer entrenamientos físicos, toreo de salón. Y luego han tenido conferencias de toreros como Zotoluco, Joselito Adame, David Silveti, el Glison, y videoconferencias con espadas como Joselito y Roca Rey y ganaderos como Victorino Martin. Hay que inculcarles la base de la fiesta para asentar los cimientos de la profesión. Esta profesión es muy bonita pero  muy dura, en la que se vive, se siente y se muere de verdad. El sufrimiento forma parte de la gloria. Es mi profesión y he conseguido más de lo que podía esperar, y por eso he aceptado pagar el peaje que esta exige.

La asignatura más importante en esta formación.

Hay muchas, pero nosotros poníamos en valor el respeto a la convivencia, el que sesenta chavales estuviesen juntos día día con respeto, con el valor de la amistad, el compañerismo y la camaradería. Y luego cada uno desarrolla ante el toro su personalidad. Nosotros les corregíamos la colocación, las distancias. El valor no se aprende, hay que reforzar las cualidades. Hicimos cuatro grupos de quince chavales según diversos niveles. Por su potencial, por su preparación, y luego se les corregía y se daban medios para que cada uno diera rienda suelta a su propio concepto y torería.

Es todo un privilegio vivir esta experiencia. Para usted sobre todo, que fue un torero autodidacta y no fue a las escuelas.

A mi me metió el veneno mi padre, que fue novillero, y es el culpable de que yo haya llegado hasta aquí. El toreó, no perdió la afición nunca aunque no llegase a triunfar, pero seguía yendo a corridas y tentaderos. Y yo descubrí que aquello era lo que me gustaba, esa adrenalina me llenaba más que cualquier otro juego. Yo iba a la ruta del toro, a las ganaderías, y luego tuve la suerte de entrar  en la familia de Rafael Ortega. Y allí conviví y me preparé al lado de toda una gran figura del toreo. Y con eso, cómo no iba a salir yo torero.

El Panaderito de Jerez.

Así es, y lo llevé muy orgulloso. Yo hacía tapia en los tentaderos, y bajaba cuando acababan los demás toreros y le daba dos o tres tandas a una becerra. Debuté de luces en Castilleja, y luego fui a Palma de Mallorca, donde toreé muchas novilladas cuando apenas tenía doce años. yo me tomé esto en serio desde niño. Estar en la cara del animal, matar novillos. Era lo que me gustaba. Y no perdí nunca ni mi forma ni mi identidad. Siempre paso a paso, pero respetándome a mí mismo y a lo que quería ser.

Debutó con picadores en Jerez en 1989 con Chamaco y Pareja Obregón.

Aquella temporada se juntaron una cantidad de excelentes novilleros. Esos dos que has dicho, más Finito de Córdoba, Jesulín de Ubrique y muchísima otra gente. Yo tuve la fortuna de debutar en la feria de la vendimia con una novillada del Torreón. Aquella época estaba llena de excelentes toreros y había mucha competencia. Luego fui a presentarme en Madrid matando una novillada de Los Bayones con Juan Pedro Galán, que había sido un niño prodigio del toreo. Era mi paisano. Y desde joven habíamos toreado y entrenado juntos. Luego fue un privilegio debutar con él, porque ya era figura en México y también había toreado en Venezuela, en Colombia y ya había formado unos líos enormes.

Y luego se tiró cuatro años de novillero hasta la alternativa.

Así es, porque en Arcos de la Frontera un novillo me arrancó la safena y la femoral y aquello me tuvo parado mucho tiempo. Tuve que afrontar una larga recuperación. Y volví al negocio familiar de repartir el pan. Luego en 1993 tuve una buena temporada, en la que toree 45 novilladas y muchas de ellas en plazas importantes como Sevilla, Madrid, Arles y ferias de novilladas como la de Arnedo. Y eso me llevó a la alternativa en 1994 en Algeciras. En un cartel de banderilleros con Pedro Castillo y el Niño de la Taurina. Aquello fue un sueño cumplido, porque cualquier niño lo que quiere es el matador de toros. Pedro Castillo me cedió a Saetero, de Benítez Cubero. Me quería mucho, y entrenábamos juntos, me corregía, me embestía. Me deseó mucha suerte en mi carrera, me dijo que deseaba que me respetasen los toros, que fuera figura del toreo, pero que era una carrera con muchas dificultades y que no debía faltarme ni la entrega ni la ilusión.

El año siguiente fue a Madrid a confirmar con una de Albaserrada. Con el toro Fantástico. Siempre matando las duras.

Fue con Frascuelo y Juan Carlos Vera. A mí siempre me tocaba lo duro y bailar con la más fea. Pero estaba preparado para ello. Me llamaban a torear y yo mataba lo que fuera. Lo importante era vestirse de luces. Tuve paciencia, supe aguantar y esperar como decía el maestro Paquirri. Toreaba en muchos pueblos, y en plazas de menor repercusión. Pero yo quería meter la cabeza en las grandes ferias. Me costó, hasta 1998, que estuve bien en Madrid, y luego en 1999 fui a Sevilla a una corrida de la fundación ANDE después de la feria. Corté dos orejas y la gente de la Casa de Misericordia de Pamplona se fijó en mí y me puso en San Fermín. Ese año le corté tres orejas a una corrida de Miura y aquello me sirvió para salir lanzado a todas las ferias de España. A la plaza de Pamplona le debo mucho.

A partir de ese momento, toreó  mucho y en muchos sitios. Hasta que llegó lo de Zaragoza. Y luego, a los cinco meses, fue capaz de reaparecer en Olivenza. Todo un ejemplo de superación.

Hombre, yo soy muy creyente, soy un hombre de Fe, creo en Dios y El me dio otra oportunidad de vivir. De eso me di cuenta cuando me desperté de la anestesia y fue consciente de que tenia un regalo del cielo. El doctor Val Carreres me atendió en la enfermería y me mandó al hospital Miguel Servet. Yo estuve apoyado por mi familia, mi mujer, mis amigos y mis hijos. Quise reaparecer porque quería volver a la cara del toro, al que no le guardo ningún rencor. Quería volver, no sabía cuantas tardes, pero necesitaba torear y volver a ponerme delante para salvar al torero y a la persona, y para dar felicidad a mi gente, que me habían visto trabajar y luchar tanto  y no quería que me vieran prácticamente acabado. Y eso no lo podía consentir.

La fiesta le devolvió todo lo que usted le había entregado en la plaza.

Pues así es, porque luego toreé más de 500 corridas. Y me devolvió el premio de gozar de la parte amable de la fiesta. Torear corridas de garantías, en carteles rematados, aquello fue un regalo de Dios. Estar en las ferias importantes y alternando con figuras que aprietan, aunque eso también es una responsabilidad porque hay que estar muy bien todos los días con gente que arrea.

Estuvo 18 años en la casa Matilla y con una persona muy importante que le acompañaba.

Así es, mis apoderados fueron la casa Matilla durante cerca de veinte años. Antes había ido Antonio Picamils, Carlos Zuñiga y Pepe Luis Segura, con quien estuve dos años después de Pamplona. Con Matila tenía una relación familiar. Y de Diego Robles, que te voy a contar. Era no solo mi apoderado sino también alguien importante no solo en lo profesional sino en lo personal. Sabia exigirme y hablarme, tenía el sentido de la profesión, era un amigo y un gran taurino. Una persona para mi importante.

Después de todo, ahora se ha hecho un ciudadano de a pie.

Hombre, mi familia había pasado mucho tiempo sin verme, y malos ratos. En la vida de torero dejas a tus hijos en casa y te juegas la vida cada tarde, tanto en el ruedo como en la carretera. Pero compartes también con ellos momentos gloriosos. Mi mujer no venía a verme, mis hijos sí, y participaron de los triunfos. Pero la verdad es que hay que devolverles algo, sobre todo el tiempo. Yo ahora llevo una vida normal de padre de familia. Hago las tutorías del colegio de mis hijos, voy a la compra con mi mujer. Decía Ruiz Miguel que el reaparecía para no tener que ir más de dos veces al día al Hipercor, que le llevaba su mujer de la oreja. Yo me he adaptado a esta vida. Y soy feliz porque estoy haciendo cosas que nunca había hecho. Y las cosas normales, la rutina del día día, tiene su grandeza. Y  ahora estoy muy motivado con Manuel Pereira. Tiene madera para ser figura, y tiene un gran sentido del compromiso. Ahora puedo transmitir mis conocimientos, mi amor y respeto a la profesión, y tratar de sembrar afición y generar vocaciones. Y devolver al toro parte de todo lo que me ha dado.

 

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