PEPE LUIS VÁZQUEZ

“Veinte muletazos bastan para cuajar un toro”

lunes, 16 de agosto de 2021 · 19:23

José Luis Vázquez Silva, hijo del llamado Sócrates de San Bernardo, está terminando de superar una enfermedad. Convaleciente todavía pero con una satisfactoria evolución, ha afrontado esta “cornada” con gallardía, templanza y torería.

Recuerda su carrera en los ruedos. Sigue teniendo muy presente la figura de su padre, y ahora un sobrino suyo, quien se anuncia como Manolo Vázquez, está intentando la maravillosa aventura de ser torero. Y creando buenas expectativas. Un torero al que espera la ficción, y que ha metido cabeza en la próxima feria de San Miguel de Sevilla.

Al toro le puedes ver venir, a la enfermedad no. Y me vino el ictus de repente, sin que hubiera tenido síntomas anteriores. Gracias a Dios me he ido recuperando poco a poco. Ha sido muy fuerte, pero hay que plantar cara a la adversidad y poco a poco vamos saliendo adelante. Lo importante es no venirte abajo, y luego vas notando la mejora. Y cada paso que das, y cada avance, es un estímulo para seguir adelante.

En Valencia todavía se recuerda su debut con picadores aquel 13 de marzo de 1979 alternando con Espartaco y Paco Ojeda. Dos días después de la alternativa de Emilio Muñoz.

Fue una tarde muy bonita, inolvidable. Parece que fue ayer y ya han pasado más de 40 años. Pero yo la tengo muy presente. La verdad es que tenía mucha ilusión en aquel festejo, pero era toda una incógnita. Yo estaba poco rodado, e ibamos a ver qué pasaba. Pero salieron las cosas. Yo me encontré muy bien, muy a gusto, y aquello pareció sorprender a los aficionados y desde aquel momento me apoyaron y me animaron mucho. Ese festejo me dio seguridad y confianza en mis posibilidades.

Aquel año todavía toreó tres tardes en Valencia. Y consiguió triunfos importantes como el del 26 de agosto, fecha en la que inmortalizó un novillo de Beca Belmonte junto Andrés Blanco, Mario Triana y un todavía incipiente Vicente Ruiz el Soro.

Así fue. Aquel novillo de Beca tenía mucho temple y lo pude cuajar. Toreé varias novilladas seguidas en Valencia. Y recuerdo una cosa muy bonita que dijo el corralero de la plaza de toros de Valencia, Javier Martínez, padre del que fuera luego matador de toros Alberto Martínez. El dijo que yo había estado muy bien, y que él ya no sabía si volvería a ver torear así de bien otra vez. Que aquello iba a ser una cosa inolvidable y que la iba a guardar siempre en su recuerdo.

Y el año siguiente José Luis Martín Berrocal, a la sazón empresario de Madrid, se inventó el cartel de la corrida mixta, con el rejoneador Joao Moura, Curro Romero y usted como novillero. Y se dieron una vuelta por España y Francia.

Martín Berrocal era por entonces el empresario de Madrid y, como experimento, nos puso en Madrid a los tres juntos la primera vez. Aquello resultó, y el cartel se repitió unas treinta tardes. Y toreamos en muchos sitios, en plazas de toda España, incluido el norte y Francia. Era algo distinto y la gente lo acogió muy bien, respondió el público, y nosotros dábamos cada uno en la medida de nuestras posibilidades. No faltaba el espectáculo. La verdad es que fue uno de los muchos inventos que salieron de la cabeza de Berrocal, y a mí me sirvió de rodaje de torear en muchas plazas importantes.

A usted se le llamaba el Niño de Pepe Luis, pero su padre no le dio facilidades. Se dice que en sus comienzos le envió a torear a Lloret de Mar haciendo el viaje en autobús con el esportón a cuestas, en compañía de un solo banderillero.

Efectivamente. La verdad es que mi padre no se oponía a que yo fuera torero, pero tampoco me quería dar facilidades. Él pensaba que yo tenía que vivir los inicios, la base de la fiesta, los comienzos y conocer la dureza de los primeros pasos en esta maravillosa profesión. Y no se implicó mucho. Me dejó a mí albedrío. Y yo también la verdad es que quería empezar desde cero y conocer a fondo lo que era vivir esta profesión desde el primer día. Y por eso fue que no me dio ninguna comodidad ni facilidad.

Pero usted respondió, porque su padre llegó a decir de usted que le había visto torear con un temple excepcional.

Para mí fue un orgullo que un torero tan importante como fue mi padre dijera eso de mí. Porque aparte de padre, fue un torero muy grande. El no era de hablar mucho, pero lo que decía lo decía con mucho sentido. Como dando unas sentencias. Era un sabio, aunque no se daba importancia.

Tras este rodaje llegó la alternativa en Sevilla en abril de 1981, de manos de su tío Manuel con Curro Romero de testigo.

Hombre, fue un cartel soñado. Una tarde inolvidable. Era el sueño que puede tener todo el que empieza. Que me diese la alternativa mi tío Manuel, con lo que había sido en el toreo, y que el torero de Sevilla por antonomasia  como Curro estuviese de testigo fue muy grande. Uno no podía pedir más.

Ellos fueron toreros de Sevilla y usted estaba destinado a serlo también.

Sí, yo tenía condiciones, pero me faltaron dos cosas, como la ambición y la regularidad. Yo era desigual y poco ambicioso, era y es mi carácter. Porque además, y yo lo reconozco, necesitaba un toro que me ayudase y no tenía esa regularidad para poder estar bien con todos. Yo me tenía que acoplar a un toro de unas especiales características, todos no me servían ni yo tampoco sabía estar allí en la cara del toro dándome coba pero sin estar convencido de ello. No es mi forma de entender la profesión.

Su padre decía que no se trata de que el toro te coja, pero de que la gente debe captar de que te puede coger.

Así es, en ocasiones hay que cruzar la raya de la prudencia, que el público sienta miedo y aquello tenga su punto de emoción. Para torear bien hay que exponer y que efectivamente el toro te pueda coger. La obligación del toro es quererte coger, pero tú como torero no debes dejarte coger. Y en cualquier caso, solo te puede coger un toro que te permita antes haber estado bien con él, que tenga posibilidades de expresarte y de transmitir tu sentimiento al público. Si luego de pegarle veinte pases, te pega una cornada, pues bueno. Eso entra dentro de los riesgos de la profesión. Pero un toro fuera de tipo, o que no tenga condiciones no debe cogerte, ni merece que tú te expongas.

Su toreo era como un arte, como una pintura.

Es que en la plaza hay que transmitir buenas sensaciones, unas percepciones especiales. El arte de lo bien hecho, la manera de hacer las cosas, la naturalidad, la cadencia, el temple. El sentimiento. Que la plaza se ponga de acuerdo con una serie, un quite, una tanda. Los Vázquez presumimos de ser fieles a nosotros mismos, toda la dinastía. Nunca hemos intentado taparnos y nos desanimamos si no hay delante un toro con condiciones. Si vemos un atisbo de posibilidades, por lo menos hacemos un quite o unos recortes o le damos dos o tres tandas buenas. Y así, esa sensibilidad y esa comunicación con el público se produce. Pero estar bambando por ahí delante del toro, tirando líneas no es nuestra manera de ser. No queremos engañar a nadie. Ni a nosotros mismos.

El arte y la regularidad parecen ser incompatibles.

Es que un artista no puede tener regularidad. El arte no es previsible, y no está estereotipado. El arte es el arte. Hay que estar bien, inspirado, sentirse en un momento determinado frente a un toro. Es lo que queda en la retina, grabado en la mente del aficionado.  No se puede hacer lo mismo día tras día como si fuera algo en serie, prefabricado. Hace tres años en Bilbao, en el festival de Club Taurino, me salió un novillo que era un marrajo. No tenía posibilidades. Pero se dejó hacer unas cositas, un quite y unos detalles. Con unas cositas buenas, y breves se puede convencer al público. Las faenas no requieren un gran metraje, con apenas veinte muletazos se cuaja un toro.

Y se dice que los artistas se transforman en la plaza, y que cuando están bien con un toro, no se acuerdan de lo que ha pasado.

Siempre se ha hablado de la faena a un toro de Villagodio en la plaza de Valladolid de mi padre. Que luego llegó al burladero y le dijo a Luis Miguel Dominguín que no se acordaba de nada. Si uno se llega a compenetrar con un toro, se olvida, se está como en una nube, no te acuerdas de nada. Todo es pura creación, es innato, sale de dentro y van surgiendo y se van improvisando las cosas.

El toreo y el cante están hermanados.

Es que el flamenco y la tauromaquia son dos artes dispares pero muy hermanadas por los sentimientos. Son paralelas en su forma de expresarse, en su comunicación. En su compás, en su ritmo, en su mensaje. A mi el cante bueno me llena y me motiva.

En su época de novillero alternó con toreros importantes. El Soro, Manolo González, Antonio Ramón Jiménez, Espartaco, Paco Ojeda, el Mangui, Luis Reina, Mario Triana,  Aguilar Granada. Una buena cosecha, y varios de ellos llegaron a figuras del toreo.

Fue una etapa de toreros muy buenos, y que tenían mucha personalidad. Todos tenían muchas ganas de ser toreros, y tenían algo que decir. Fue una época de competencia muy bonita. Con Vicente El Soro alterné mucho. Nos llevaba a los dos la casa Camará, e incluso fui testigo de su alternativa con Paco Camino de padrino. Fue una tarde inolvidable.

Y su padre también compitió con grandes toreros. Manolete, Domingo Ortega, Juanito Belmonte, Vicente Barrera, Luis Miguel Dominguín.

Aquellos eran todos unos fueras de serie. Tenían personalidad, regularidad, se arrimaban como locos. Y tenían una gran capacidad. Manolete era sobre todo a quien más admiraba mi padre. Era una admiración mutua. Por Manolete sentía veneración, era amigo suyo, aunque eran opuestos de carácter tanto en la calle como en la plaza. Pero se tenían mucho respeto y marcaron una época. Mi padre no era tan regular como Manolete, era más artista, procuraba estar bien con el toro que se lo permitía, no con el toro a  contra estilo. Pero el propio Manolete decía que cuando mi padre quería, acababa con el cuadro.

A pesar de ser artista, su padre siempre mataba la corrida de Miura en la feria de Sevilla.

Es que los aficionados le obligaban. Pero además mi padre tenía una gran capacidad, era lidiador.  El podía cumplir todas las tardes, tenía poder y recursos para matar los toros. Pero eso de estar bien todas las tardes no. Ser artista y tener regularidad todos los días, ya digo que no es posible. Pero cuando haces una gran faena, dura para siempre en el recuerdo de los aficionados.  Lo que no tiene sentido es darse coba con un toro que no sirve. El aficionado espera que siempre estés bien. Pero para estar por ahí tirando líneas es mejor abreviar. Al público hay que respetarlo y aguantarlo. Hay que torear para uno y si uno está bien, llega al público.

Ahora está en los ruedos su sobrino Manolo. Quiere continuar con la dinastía. Naturalidad, expresión, elegancia y frescura son algunas de sus virtudes. Y le han anunciado en la feria de San Miguel de Sevilla.

Tiene condiciones, y aunque todavía es muy joven, poco a poco se va haciendo. Debutó en Osuna en 2018. Cuando estuvo en México adquirió oficio y ahora está toreando con más frecuencia. Ha cogido más sitio y está dando la cara en muchos sitios. Está cumpliendo bien. Tiene afición, personalidad, buen gusto, detalles Ahora solo falta que haya suerte y que no le falte el espíritu de sacrificio. En Sevilla se le espera con ilusión y eso es bueno. Ojalá funcione y la dinastía tenga continuidad.

 

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