LUIS FRANCISCO ESPLÁ

“Lo del toro Dadito fue una experiencia ultrasensorial”

lunes, 2 de agosto de 2021 · 20:02

Retirado en su finca alicantina de ”La Taifa de Jorba”, en plena montaña levantina, Luis Francisco Esplá disfruta del descanso del guerrero. Como los Cartujos, en lo que llama su convento, con sus maitines, sus laudes y sus vísperas, se ocupa del campo y de otras variadas actividades.

Me rijo por los ciclos naturales, como en la Edad Media. Vivo algo diseminado. El campo siempre te mantiene ocupado. Y los  inconvenientes y las cosas que van surgiendo día día te impiden tener un programa fijo. Hoy por ejemplo se había estropeado la fuente de agua para los caballos. Pero esto te da vida y es una gran riqueza. Porque van cambiando las cosas por momentos. Yo lo que no quería es tener una jubilación sin cambiar el panorama, o ver la cocorota del que tienes delante y así hasta los 65 años. El campo te da vida y te abre puertas. Y luego tengo otras muchas cosas que me mantienen ocupado.

No echa de menos la vida en los ruedos, pisar las plazas, los viajes.

En absoluto. Yo agoté mi relación con el toro. Exprimí al máximo esta etapa vital. Y llega un momento en que te vas dando cuenta que las cosas ya no fluyen como antes. Que te va costando enfundarte el traje de luces. Que te da pereza emprender los viajes. Y es una especie de agonía pensar en ello. Es como un lastre que vas afrontando y cuando te das cuenta de esto, ves que ya ha llegado el momento. Eso si, de todo aquel trajín lo que echo de menos son los cosas como era lo de  visitar restaurantes, beber buenos vinos. Conocer a todos los gurús de la cocina y del vino. Aquello me lo facilitaba este continuo ir y venir de plaza en plaza. Pero de lo otro, nada de nada.

Muchos de sus compañeros hablan de sentir mono del miedo, y afirman que necesitan volver a sentir esa adrenalina.

Yo no, aunque hay que reconocer que los toreros vivimos en una especie de sedación. Y vivimos asumiendo que lo que haces cada día puede ser lo último que hagas en tu vida. Eso te cambia la percepción de las cosas. Te hace más sensible, más receptivo y más proclive a vivir el momento. Y por tanto, las cosas no saben igual si estás viviendo esta forma de percibir la vida como efímera, que cuando ya estás en una situación de estabilidad. Antes todo requería una atención especial, era una cosmogonía. Las cosas saben mejor, por supuesto, cuando piensas que puede ser lo último que hagas. Si estás tranquilo, lo disfrutas pero no es con esa percepción de inmediatez o de necesidad vital.

Debe ser estresante y hay que tener mucha capacidad para convivir con esa tensión de vivir como si fuera el último día.

Hay que tener una determinación, son cosas a tener en cuenta. Pero ya las asumes desde que abrazas esta profesión. Y esa peculiar relación con el dolor, con la muerte, con las heridas, con el toro, con el público, con los empresarios. Todo ello es una mochila que tienes que ir asumiendo y cargando con ella. Aquí en el toreo las heridas no son accidentes, sino son cornadas. Pero es algo asumido, que forma parte de tu profesión. El albur en el que vives está ahí. Aceptar que puedes no volver al hotel. Hay que forzar el destino y hay que dar la cara al porvenir. Eso forma parte de nuestro credo,

El arte efímero del toreo no se da en la pintura. Usted es Licenciado en Bellas Artes. Y su estilo dice que se desliza entre el expresionismo y el fauvismo.

Yo, que ejerzo las dos disciplinas, lo he vivido así. Lo primordial en el toreo es que tiene esa capacidad de no privar al espectador de creer y de idealizar. Y es que el toreo, por su carácter efímero, requiere una atención especial. Porque es algo visto y no visto. La memoria trabaja y hace trabajar al aparato sensorial. Por ello, luego con el tiempo todo se va a despojando de la prosa y te quedas con lo esencial, con la idealización y esa es la grandeza que tiene el toreo. El pintor ya ha hecho ese trabajo de idealización antes. Ya ha idealizado. La visión del mundo en el toreo la puedes subjetivar más, en la pintura el cuadro está hecho y ya es una realidad objetiva.

Hay obras, como su faena al toro Dadito o algún cuadro en especial que le deben haber dejado muy satisfecho.

Pues si y no. Satisfecho nunca te quedas del todo. El artista es un constante insatisfecho. Si se complace en lo que ha hecho ya, ha llegado ya a su límite, ha cubierto su cuota. Los artistas nunca llegan al cenit de su expresión. Yo cuando veo mis obras, mi reflexión se centra en los defectos, en lo que he dejado de hacer o en lo que no he sabido o no he sido capaz de hacer. Pobre del artista que se sienta satisfecho con lo que ya ha hecho. En el artista es una utopía lo de la perfección. Ni en la pintura ni en el toreo se alcanza este nunca. Siempre queda algo por perfeccionar o por hacer. 

Habrá un toro o un cuadro que le haya dejado más satisfecho.

Siempre hay hijos a los que uno quiere más, aunque esto no sea políticamente correcto. Por ejemplo, yo me quedo con el cartel de Nimes, el del tiovivo. Aquello tuvo su parte de ironía, y rompía con la trascendencia. Yo en Nimes, cuando toreaba, ya de camino a la plaza para matar un corridón de Miura, o de Victorino, o de Pablo Romero,  cuando pasaba por allí para ir a la plaza veía a los niños subiéndose a un tiovivo y dando vueltas. Y yo, desde el coche de cuadrillas, lo que quería era subirme allí y ponerme a dar vueltas antes de ir a la plaza. Y aquello me inspiró este cuadro. En cuanto al toro Dadito de Valencia, lo recuerdo como una experiencia ultrasensorial. Recuerdo de cada toro su mirada, su embestir, su comportamiento. Pero la experiencia que sentí con Dadito y con otros tres o cuatro toros la recuerdo como una experiencia ultrasensorial. Con Dadito había como otro toreando por mí. Me veía toreando delante del toro, pero como no si no fuera yo. Con una sensación de extrapolar lo material. Me veía desde fuera.

Hablábamos de la tauromaquia y de la pintura. Pero también usted es un gran partidario y de la ópera, que tiene algunas similitudes con la tauromaquia.

Acabamos de escuchar a Juan Diego Flórez en El  barbero de Sevilla. Yo estuve en aquella representación en el Teatro Real. Juan Diego Flórez, el artista peruano, es la cumbre de la ópera. Y tuve la suerte de verle en directo. La ópera es como el toreo. Goza de muchas imperfecciones. Hay que estar atento a la conjunción del cantante, de la orquesta y del movimiento. Como pasa en la tauromaquia con ese triángulo mágico que constituyen el toro, el torero y el público. El milagro de la plaza. Es algo extracorpóreo que sale de nosotros. Te atrae desde fuera y te arrastra y tira de ti. Analizarlo fríamente no cabe, se perdería la emoción. Por tanto es una cosa muy sensorial y muy del toreo.

Muchos de sus compañeros hablan de que torean para ellos, no para el público.

Eso no es así. Hace falta la pasión de la gente. Algún día puede faltar esa conexión con el público. Pero el que diga que torea solo para sí, miente. Hay que buscar el reflejo, la recepción de lo que haces. Las vibraciones, ese cúmulo de emociones que llegan a los tendidos. Esas radiaciones, esa atmósfera. La conmoción que hay en la plaza, esa espiral de vibraciones. Si no te comprende el público y no llegas a los aficionados, algo falla.

Se ha declarado admirador de Joselito el Gallo, no solo los ruedos, sino por lo que intentó hacer fuera de las plazas y de ayudar a la evolución de la estructura de la fiesta.

Él hubiera sido el gran regulador de la fiesta. El revolucionario en los ruedos era Juan Belmonte, un espada que tuvo su literatura y se rodeó de los intelectuales de la época. Joselito no. Joselito se centraba en el ruedo y fuera de ellos se sentía desplazado. No tuvo quien le cantase. La épica de Joselito fue el ser un mandón en la fiesta. Poder con los toros a intentar normalizar y regularizar la profesión. La creación de las plazas de toros monumentales, la figura del apoderamiento. Fue un empresario en potencia. Fue un torero épico.

Porque usted afirma que los toreros son como subordinados. No como aquel Manuel Pineda, quien era un mero administrador de Gallito.

Manuel Pineda era un simple contratador. Era alguien que tenía poderes para firmar los contratos, pero obedecía las órdenes de su matador. E incluso muchos toreros tenían representantes en cada una de las ciudades. Yo, con Manolo Cisneros, por ejemplo, tenía una relación muy especial. Siempre lo hablábamos todo. Y todas las contrataciones las consensuábamos. Yo no tomaba las decisiones sin contar con él para asumir las mismas. Manolo me decía que el toreo es el negocio del no. Que si dices que no, aciertas el 90 % de las ocasiones. Si dices que si, solo el 50. Antes los apoderados eran menos representantes del toreo, como he dicho, tenían un poder para firmar y no más. Y tuvo que llegar Camará para que cambiase el concepto del apoderamiento y lo convirtiese en una dictadura. Camará llegó a alternar con Joselito un par de años, pero no bebió de sus fuentes. Buscó una fórmula más práctica y útil y distorsionó la relación de apoderamiento, convirtiéndolo en una peligrosa relación en la que el apoderado es el que manda, ordena, planifica y decide y el torero simplemente se limita a ir donde dice el apoderado.Una especie de asalariado.

De los toreros, como dice Mariano Tomás ,lo importante es tener libro. Y en este sentido, se ha escrito bastante sobre usted. Sobre todo aquella “Tauromaquia mediterránea: mundo interior de Luis Francisco Esplá”, de Fernando Claramunt.

Aquello se gestó durante un mes en el que fuimos de tentaderos. Fue una entrevista que se alargó durante treinta días. Fernando Claramunt es un hombre que cuando hace algo, busca la profundidad como buen psiquiatra que es. Tuvimos muchas conversaciones y hablamos sobre los colores, sobre el toreo, sobre las fiestas populares y otros temas de la tauromaquia. El color es muy importante para mí. Los tonos calientes en una plaza de toros son importantes porque mitigan la sangre del toro y la sangre del torero.  Por eso hacen falta tonos cálidos, tanto en la arena como en los barreras, burladeros y tendidos. El azul del mar asimismo es algo importante para mi vida. Muchas veces me han preguntado que por qué no tengo una finca en Badajoz o en el en el centro. Pero es que a mí el mar me motiva. El Mediterráneo. Yo no puedo vivir sin la contemplación del horizonte. La relación con el color es absolutamente esencial en mi vida.

Y también ha protagonizado un cortometraje dirigido por el alemán Michael Meert.

Aquello fue la idea de una productora y que dirigió un alemán. Era buscar lo que es la evolución de la vida de un toro y de un torero, desde que empiezan hasta que salen a la plaza. Fue muy interesante como documental. Pero a mí me creó cierta inquietud, porque suponía desvelar intimidades que yo había ido guardando celosamente durante toda mi vida. Y me costaba y me producía mucho pudor poner en escena cosas internas y reflexiones que tenía sobre el mundo del toreo. Pero bueno, el objetivo era interesante, como el hecho de difundir lo que es y cómo se va formando un torero y un toro y ese concepto divulgativo era muy interesante.

Tuvo dos padrinos de alternativa y de confirmación de lujo como Paco Camino y  Curro Romero. ¿Qué le dijeron?

La verdad es que son dos grandes artistas, pero fueron muy parcos y cortos en sus palabras. Me desearon la suerte que ellos habían tenido. Y la verdad es que no me ha ido mal, no me puedo quejar. Y en cuanto a mi hijo, cuando le di la alternativa en el 2010 le dije que lo que tiene movimiento anda solo, pero hay que crear inercias, hay que generar movimientos. Porque si no generas movimiento aquello se para. Me salió algo muy poético, que alguien grabó y por eso lo tengo en la memoria.

Y la corrida del 1 de junio de 1982 ha pasado a la historia.

Pero no solo por lo puramente taurino, por el juego de los toros de Victorino o por lo que hicimos Ruiz Miguel y José Luis Palomares o yo  mismo ante ellos. Porque siguiendo a Ortega y Gasset, hay que asomarse a las plazas de toros para ver el pulso social. En aquellos tiempos vivíamos la democracia, o la transición de la dictadura a la democracia. Era una sociedad convulsa en lo social, en lo económico, en lo político. La gente iba algo perdida y despistada en la plaza y en la calle. En la plaza, por el peso del toro y su volumen, no sabíamos que fiesta queríamos. Y la gente entendió que esto era la fiesta que querían. Se relativizó el espectáculo. Hubo un cambio de signo político y social. Y esto se dio también en la plaza de toros.

Recuerde una tarde imborrable en su carrera.

Sin lugar a dudas, la de mi despedida del  toreo el 5 de junio de 2009. Fue una despedida imborrable. Algo muy emotivo, pero que no he querido luego nunca ver el vídeo. Ni lo vi antes ni lo quiero ver ahora. Pero percibí Madrid desde ese cràter que es la plaza de toros de Las Ventas. Nunca había visto a la gente derramar sus emociones como aquel día. Ni conmigo ni con ningún otro compañero. Aquella respuesta del público, todas las manifestaciones y todas las emociones estaban en aquella manifestación hacia mí. No tanto por la faena es imborrable aquella tarde, sino por la emoción que viví.

Aquel día alterno con Sebastián Castella y un Morante que todavía no había roto, pero con el que le unen muchas similitudes.

Con Morante me unen muchas cosas. Compartimos muchas conversaciones. Hablamos muchos de toros. El tiene conceptos Joselitistas en su tauromaquia. Y también de Gaona. El trajo de México muchas enseñanzas. La verdad es que de la tauromaquia de México hemos aprendido porque en el tema cinematográfico, nos llevaban 20 años de adelanto aquí en Europa, por su proximidad a Estados Unidos. Y por tanto todos los vídeos que nos han llegado son fotogramas a la velocidad real, no como pasaba en España que emitían las películas a 18 por segundo, y entonces se veía que todo iba muy rápido y se perdía la perspectiva de lo que había pasado realmente en el ruedo. Y la lentitud que se apreciaba en las películas mexicanas era la real. Por la definición, por la de los lentes. Me trajo un libro interesantísimo de Gaona que es otra referencia en el toreo.

Esplá es un personaje polivalente. Torero, pintor, escritor, corre en moto, caza, escribe.

Intento hacer un poco de todo. Y sobre todo atender a la familia. Bueno, yo no cuido de ellos, ellos cuidan de mí, porque al loco hay que cuidarle y sin el loco no funciona la economía. Pero hay que saber disfrutar de las cosas. A mí antes me angustiaba este carácter polifacético y el querer hacer tantas cosas. Porque muchas veces eso me atosigaba, y eso de querer hacer tantas cosas a la vez me producía una angustia y una agonía. Ahora me tomo la vida con más templanza, con más parsimonia. Ahora de la caza disfruto, de la moto disfruto. Todo lo que hago procuro hacerlo bien y con tranquilidad. Aunque eso si, a mi todo lo que me gusta o está prohibido o es ilegal o engorda.

Asegura vivir como los cartujos.

Tengo muchos proyectos, pero me los tomo con tranquilidad. Vivo relajado, en paz. Pero siempre tengo cosas que hacer. Me piden ilustraciones para un libro, un prólogo, dibujos. Siempre hay cosas que hacer. Yo soy ilustrador y estoy atento a todo lo que va pasando en el mundo. También doy conferencias. Pero luego el campo te impide hacer planificaciones. Porque el campo te desbarata las previsiones. Y cualquier cosa que sucede te cambia el paso.

Es un conversador extraordinario y da gusto compartir un rato con usted.

Pero que nadie se lo vaya a creer, sobre todo los niños. Los padres están más duchos y pueden asumir lo que yo digo y a lo mejor entenderlo. Pero que no se fíen de Esplá. Que si no acabarán en el psicólogo. Mantengan a los niños alejados de Esplá.

 

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