CARLOS ARRIBAS

“Toreo y sacerdocio son dos vocaciones maravillosas”

lunes, 15 de abril de 2024 · 08:10

El sacerdote Carlos Arribas estuvo presenciando la corrida de la feria de Fallas del 18 de marzo en la plaza de toros de Valencia acompañado de Francisco Moncholi, párroco de Cañete. Natural de la localidad conquense de Casasimarro, desde su juventud fue un excelente aficionado. Luego recibió la llamada de la vocación al sacerdocio y a los 33 años se ordenó.

Tiene la doble vertiente de aficionado y sacerdote.

Sí, la tauromaquia y el sacerdocio son dos vocaciones muy fuertes y que llegan muy adentro. Yo soy aficionado a los toros desde chico, ya que en Casasimarro hay una gran afición y en sus fiestas patronales se dan novilladas, festivales y becerradas. En el pueblo, como tú bien sabes, se vive mucho el toreo, los toros, el ambiente, su gran peña taurina, la afición y todo aquello hizo mella en mí.

Pero llamada de la vocación sacerdotal se impuso.

Lo dicho, yo soy aficionado desde muy pequeño. La vocación sacerdotal vino más tarde. Surgió la inquietud vocacional a los 24 años. Luego tras tres años de discernimiento y de darle vueltas a las cosas, a los 27 entré en el seminario diocesano de Cuenca y a los 33 me ordené sacerdote. Toreo y sacerdocio tienen una fuerte componente vocacional. Son dos llamadas muy interiores muy fuertes. La taurina se lleva en la sangre, muy dentro. Por eso yo tampoco puedo renunciar a ella y aunque algún antitaurino me haya podido decir que ser aficionado no está dentro de los evangelios, no estoy de acuerdo. Es algo superior a mí.  Es mi pasión. Y no es incompatible con el sacerdocio.

Ejerce su labor apostólica en lo que ahora se ha venido a llamar la España vaciada. Párroco de Talayuelas, Aliaguilla, Casillas de Ranera, Henarejos y Graja de Campalbo.

Ser cura rural es diferente. Y maravilloso. Es una gran misión, la de acompañar la vida de la gente del pueblo. Estar cerca de ellos, en sus sufrimientos, en sus alegrías, en sus penas, en sus triunfos y en sus fracasos. Ser uno más entre ellos, acompañarles y predicar el Evangelio y la alegría del Señor. Yo soy aficionado pero sobre todo, sacerdote. Esa es mi verdadera plaza.

En algún momento de la historia, la Iglesia se opuso a la tauromaquia e incluso castigaba con la excomunión a los que la practicaban.

Fue el Papa Pío V, pero las razones de aquello eran muy diferentes a las de los antitaurinos de ahora. Ahora todo consiste en dar prioridad a los derechos de los animales sobre los derechos de las personas. Antiguamente, el motivo de la excomunión era el riesgo que tenían los toreros. Y desde la Iglesia, se consideraba que jugarse la vida con esa banalidad, con esa ligereza no era de recibo. Que la vida nos la daba Dios y había que respetarla y no había que jugársela alegremente. Esa era la justificación de ese castigo eclesiástico.

El célebre de Rafael El Gallo, cuando le preguntaron de qué vivían los toreros, respondió que de las propinas de dios.

Así es. Tanto los toreros como las personas. La vida es frágil y vulnerable y hay que vivirla con pasión y siempre mirando a Nuestro Señor. Y, hablando de toros y de religión. Antonio Bienvenida, un torero al que admiro mucho, aunque no le llegué a verle torear, fue una gran figura quien además tuvo una religiosidad muy profunda y unas firmes convicciones religiosas. Contaba que una tarde, en Las Ventas, había cortado dos orejas. Y cuando daba la vuelta al ruedo en medio del fervor popular, él se iba diciendo para sí mismo: “La gloria solo es para ti Señor, esto es efímero, esto de ahora va a pasar, pero tú estarás siempre con nosotros”. Y también aquella escena de la película Tarde de toros, que recoge lo que el propio Antonio decía en todas las alternativas que daba. Y, en este caso es Domingo Ortega quien, en una escena de la película, delante de Antonio Bienvenida le cede los trastos a Enrique Vera, diciéndole: “Que no te envanezcan los aplausos, ni te hundan los pitos, que de todo habrá. Tú tienes que ser fuerte y tener fe.”  Es la mejor película de toros que se ha hecho de toros

También ha habido toreros como Mondeño, que luego se hicieron sacerdotes. Y ahora hay ejemplos de destacados eclesiásticos aficionados, como el Cardenal Baltazar Porras, Arzobispo de la ciudad de Caracas, conocido como cardenal torero, o el sacerdote Víctor Carrasco, párroco de la localidad extremeña de Garlico, quien torea con frecuencia y el otro día en una capea en Ciudad Rodrigo se puso, con sotana, delante de un toro imponente y le pegó muletazos.

A mí me encantaría ponerme delante, me lo han propuesto, pero me falta valor. Me lo dijeron en Casasimarro para que actuase la becerrada de las peñas o cuando hemos visitado alguna ganadería. Pero yo reconozco que tengo un miedo insuperable. Aunque igual debuto en breve. Pero no será ni Casasimarro, donde me conoce todo el mundo, ni en Talayuelas, que es donde ejerzo mi ministerio. Porque nadie es profeta en su tierra. Pero tengo en breve un contrato en Zamora.

Porque me han dicho que va a ser el paseíllo en el I Encuentro Internacional de Capellanes y Sacerdotes Taurinos de Zamora.

Eso es, porque quiero apoyar esa reivindicación que se va a hacer para que haya capellanes en las plazas de toros. O los vuelva a haber. Ahora cada vez hay menos y antes era obligatorio en las plazas de primera y segunda. Es algo triste. El congreso es para reivindicar la importancia del capellán, que es el médico del alma, al igual que los doctores son los médicos del cuerpo. Con todo, el que se pone delante siempre suele acordarse de la Divina Providencia.

La tauromaquia y el sacerdocio son dos liturgias.

Totalmente. La Eucaristía, la celebración de la misa tiene una liturgia muy concreta. Y las corridas de toros también tienen un gran componente litúrgico. Ambas disciplinas tienen unos cánones preestablecidos que se deben respetar.

Como aficionado, tendrá sus preferencias.

Yo soy más aficionado al toro. A las ganaderías, a la variedad de los encastes. Pero también me gustan los toreros, sobre todos los toreros buenos como Morante de la Puebla y Emilio De Justo. Dos toreros de gran expresión a los que en ocasiones hay que esperar, pero merece la pena la espera. Yo soy un aficionado al que se puede calificar de exigente. También le doy mucha importancia a la suerte de varas, es algo que ha caído desuso y que yo reivindico como básico en esta fiesta. Me gustan los encaste minoritarios. Respeto a todos, y lo de Domecq está bien, pero no me gusta que en los carteles de las ferias haya solo un monoencaste. Eso van de detrimento de los aficionados.

Su presencia en las plazas

El otro día pude estar en Valencia. Voy a los toros cuando puedo. No tanto como quisiera, porque económicamente no se puede, porque las entradas están carísimas. Y también tengo obligaciones pastorales que cumplir. Pero no pasa el año sin que vaya unas cuatro o cinco tardes a Madrid. Luego en Casasimarro o en Talayuelas cuando hacen festejos intento acercarme.

El otro día en Valencia acudió a la plaza vestido de torear, valga la expresión. Tiene mérito en estos tiempos que corren.

 No me da ningún reparo ir a los toros vestido de sacerdote. Juan Belmonte decía que había que ser torero y estar en torero tanto dentro como fuera de la plaza. Yo soy cura dentro y fuera de la iglesia, que es lo que toca.

Con todo, en esta época, para ir a los toros y vestido de cura, hay que tener mucho valor.

No hombre, para lo que hay que tener verdadero valor es para ponerse delante de los toros de Cuadri que se lidiaron en Madrid el Domingo de Ramos. O los de Pedraza del Domingo de Resurrección.  A mí no me da miedo ir vestido de cura a los toros y de paso doy testimonio de mi afición por la tauromaquia.

En su profesión no se dan vueltas al ruedo.

Ni falta que hace. Porque es muy gratificante colaborar a llevar la cercaría y la ternura de Dios a la gente, al pueblo, para que nos acompañe en el camino de la vida. Transmitir la alegría del evangelio. Ahora en estos momentos de pueblos vacíos en los que cuide el pesimismo, en que en los pueblos hay cada vez menos gente y menos servicios, es importante llevar la noticia del evangelio y estar con la gente y apoyarles en los buenos y en los peores momentos. Porque Dios tiende la mano a todos.

La misericordia que Dios dicen que es infinita. Y al final, igual aunque no nos lo merezcamos, cuando llegue el momento nos indultará.

El Señor es padre y es misericordioso y dará el perdón, porque no podemos atar las manos a su misericordia, que es más grande que todos nuestros pecados. Dios como padre, a poco que hagamos nos perdonará. Si luego tenemos un momento de lucidez y arrepentimiento, seguro que San Pedro nos dará un pase de callejón para entrar en el cielo.

Que así sea.