PANTALLAZOS

Luque sobre todo

jueves, 1 de junio de 2023 · 23:04

20ª de San Isidro. “Es la mejor estocada que he dado en mi vida”, fue la declaración de Daniel Luque a la salida, mientras los gritos de ¡fuera! para su señoría don José Luis González González, quien la ignoró, junto con la faena precisa para la mezquindad del toro, y junto con la petición de los que entendieron el conjunto de la lidia.

La cosa venía de atrás, cuando también desestimó la amplia petición tras la gran faena con el tercero, aunque en honor a la verdad, esta vez la imperfecta colocación de la espada, trasera y desprendida, le daba un asidero válido. Pero bueno, como siempre se dice, el asunto de las orejas es más de estadísticas y mercadeo que de Tauromaquia. Inmortales de la fiesta en los siglos dieciocho y diecinueve nunca cortaron una y fueron lo que fueron.

El torero de Gerena copó la tarde, ya que los toros no pudieron y sus alternantes tampoco. Tras el corridón del día anterior, los alcurucenes parecián la otra cara de la moneda. Tres cuatreños, tres cinqueños, cargados a cual más de una mansedumbre boba, desinteresada, carialta, desforzada, sin mensaje, discurrieron por el fango negando la esencia de la fiesta, apagando emociones. Las que hubo las pusieron los toreros y el público, claro.

El tercero, un castaño variopinto, pese a su adultez no gusto. Ni dijo nada en capotes, ni en petos. La inclemente tarde venía horrible. Comenzando por la vergonzosa echada del primero en todos los medios. Y la reconvención a Talavente por querer descabellar sin estoquear al inútil segundo. Mal iba la cosa, cuando Iván García, con dos pares al cuarteo en la mismísima cara, puso la plaza en pie y tuvo que desmonterarse.

Entonces cuatro derechas genuflexas, un cambio de mano y el de pecho surgieron tan templados y rimados que otra vez el tendido arriba con voz en cuello y a palma batiente. La siguientes cinco derechas y el remate mantuvieron el tono elegíaco, pese al blandeo del manso, que no se tragaba sino de dos en dos los naturales, y al que el mando y el arrojo lograron embarcar en cinco luquesinas de pataleta. Una faena que sacó del pozo del descaste lo que no había. Precisa, torera. Sin embargo, la espada la devaluó. 

El sexto, pocacosa, rechazado al grito de ¡Toro! ¡Toro! No traía nada. Tres veces le obligaron al caballo y tres veces renunció cobardemente. Pero rodilla en tierra los doblones le llamaron al decoro. La brega fue insistente, ambidiestra, honesta y eficaz, meritoria y larga también. Aunque desairada por la indiferencia del castaño que salía como enajenado con la mirada en otra parte. Todo lo puso Daniel hasta cuando en corto y por derecho ejecutó la estocada que de inmediato Delgado de la Cámara y el maestro César Rincón, calificaron en los micrófonos como la de la feria. Lo demás fue la bronca del público con el palco y la vuelta del desagravio.

Alejandro Talavante. A lo Roca Rey, con espaldazos y largamente de rodillas puso a rugir la clientela. Su ojedista quietud, reapareció y enalteció la faena del corniapretado, casi cubeto, quinto, que había sido objetado de salida. También manso como todos, embotaba los ánimos. Además, el estoque cayó fuera de sitio y el aviso sonó antes del descabello. Diego Urdiales, fuera del espanto que le produjo el facado cuarto cuando le arrebató el capote al primer lance y gesticulante alegó que era burricego, luego se vio que no lo era, pasó desapercibido. Silencio y silencio.