Morenito pone broche de oro a Burgos en una discreta corrida de Bañuelos
Morante de la Puebla, Curro Díaz y Morenito de Aranda, la ternaAbrió plaza un toro sin rostro, sin aliento y sin alma. Morante, fiel a su estilo de seda antigua, lo recibió con verónicas de ensueño, pausadas, hondas, y rematadas por una media que rozó el milagro. Fue como pintar sobre la nada. El castigo en el caballo fue recio, acaso excesivo, y en banderillas brilló Curro Javier, firmando dos pares que bordaron el momento con oro fino. Pero el toro traía el sino de lo imposible: sin fuerza, sin acometida, negado al arte. Morante, con mimo casi piadoso, intentó conducirlo por alto, acariciando el aire con la muleta. No hubo respuesta. El animal caía a tierra, vencido antes de empezar. No quedaba más que la espada. Morante la buscó con resignación antigua, como quien sabe que la belleza no siempre tiene compás. Cuatro veces pinchó en el intento, y otras cinco el descabello no halló destino. El público, apenado, respondió con leves pitos, más de desengaño que de reproche. Pitos.
El segundo de la tarde, de silueta justa y mirada ausente, se presentó con el sino ya escrito en la frente. Desde los primeros lances evidenció su falta de celo, deteniéndose bronco en los vuelos de la capa de Curro Díaz, que le saludó con verónicas de sello íntimo. El puyazo fue ligero, apenas una caricia consciente de las limitaciones de la res. Curro, sabio en la experiencia y generoso en la compasión, pidió el cambio de tercio de inmediato, sabedor de que no había bravura que exigir a quien venía vencido. Con la franela roja, el de Linares alzó el recuerdo y el agradecimiento, brindando al equipo médico que lo rescató del umbral un año atrás. El inicio de faena no auguraba promesas: el toro cayó de manos, quebrado en voluntad y en cuerpo. Pero entonces, el toreo se tornó sutura. Curro, como un cirujano del temple, fue cerrando heridas invisibles con muletazos de media altura, sabrosos, precisos, dictados desde lo más hondo. Los derechazos tuvieron esa cadencia callada que no alza la voz, pero deja poso. Allí donde no había manantial, brotó el arte de un torero que conoce la sed y sabe del milagro de hacer fluir lo imposible. Con la espada, un pinchazo que le devolvió el hierro al rostro, como recordándole lo ingrato del empeño. Luego, una estocada fulminante, limpia, justa. El público lo reconoció con una ovación sincera, tejida de respeto y de emoción contenida. Ovación con saludos.
El tercero traía en su estampa la armonía del toro de la tierra: serio, bien hecho, con ese aire de Burgos que impone y promete. Morenito, fiel a su sangre arandina, se fue a porta gayola, como quien va al destino sin titubeos. Allí, en la frontera de los miedos, dejó una larga cambiada que cortó el aliento del coso. Luego llegaron las verónicas, y no fueron verónicas sin más, sino un ramillete bordado con hilo de oro. El Coliseum, agradecido, se levantó como un resorte ante la entrega de su torero. El puyazo fue apenas simbólico, como sabiendo el delicado equilibrio del astado. Y al tomar la muleta, Morenito le recibió por alto, pero la primera exigencia por abajo ya mostró que el enemigo venía herido de alma: amagó con rendirse. En los medios, el torero entendió la faena como un acto de cuidado, y a media altura bordó muletazos de sabor añejo, evitando cada caída como quien protege algo frágil y valioso. En cada derechazo y natural, el toro subía hasta la altura del hombro, buscando el cobijo del temple. Fue una faena tejida con sabiduría, con mimo, con la responsabilidad de quien torea para su gente. Y en la cercanía final, circular por dentro, desafiante y de rodillas, Morenito pisó terreno de verdad con un desplante que heló el aire. La espada viajó certera, al corazón justo del toro. El efecto fue inmediato. La plaza premió con una oreja, pero en el aire flotaba algo más: el orgullo de una tierra y el arte de un torero que hizo del toreo una caricia. Oreja.
El cuarto de buena estampa, devuelto por descoordinado. Pañuelo verde.
Pero Morante, ajeno al juicio numérico, le dio trato de rey caído. Lo saludó con verónicas de terciopelo, al compás antiguo, y cerró con una revolera torera que dejó un perfume en el aire. Vinieron dos puyazos : uno reglamentario, y el segundo, al encuentro, como respuesta a un lance premonitorio. El toro, sin ímpetu, quedó parado en banderillas, y fue entonces cuando Juan José Domínguez, con gran maestría, se echó encima para cuadrar dos pares de mucho oficio. Con la muleta, Morante se acercó con ese compromiso que no se negocia. Toreó por la derecha con sabor de otros tiempos, tan cerca que la verdad se podía tocar. El toro, ausente de alma pero presente en cuerpo, fue receptor de un toreo sincero, entregado aunque no se empleó en absoluto. Por naturales, al son de “Ragón Falez”, surgió el gusto, la cadencia, el pellizco. En uno de ellos, fue desarmado, pero lejos de ceder, se quedó en la cara del toro como quien no tiene miedo de mirar al vacío, y firmó un desplante que fue más alma que gesto. Los últimos derechazos rezumaron temple y buen gusto. Luego, la espada voló certera, dejando una estocada en sitio exacto. El toro cayó… pero se alzó otra vez, como en un último suspiro, tras el desacierto del puntillero. El público supo leer la entrega y respondió con una ovación cálida, y Morante, pausado, saludó con la serenidad de quien sabe que ha toreado con el alma. Ovación con saludos.
El quinto salió, se topó contra las tablas y se descoordinó. Pañuelo verde.
El quinto bis dio un peso en la báscula de 535 kilos que imprimieron respeto, aunque no trajeron consigo la fuerza esperada. Su imponente presencia arrancó una ovación, pero ya desde salida quedó claro que su energía era escasa. Aun así, el saludo se vistió de verónicas pulcras, en las que el toreo encontró resquicios de belleza. Recibió un único puyazo, medido, ajustado a su debilidad. En banderillas, la falta de fuerza se hizo evidente al perder las manos, y las protestas en el tendido crecieron como ola que no se resigna. El jienense se aplicó entonces en una faena de mimo y paciencia, tapando defectos con muletazos cuidados, más protectores que exigentes. Por momentos, bajó la mano izquierda y se relajó toreando con la derecha, signo claro de quien se siente a gusto a pesar de lo esquivo. No había gran fondo, pero sí destellos, gestos que justificaban la entrega. Con la espada, dejó media estocada efectiva. Y aunque la faena no se elevó, sí quedó envuelta en honestidad. El público lo reconoció con una ovación amable, y el torero saludó con la serenidad de quien sabe haber cumplido. Ovación con saludos.
El sexto y último de la tarde fue recibido con mimo por Morenito de Aranda, que desplegó verónicas limpias, cadenciosas, como si tejiera con la capa un canto a su tierra. El puyazo que siguió fue único, justo en medida, dejando al toro con la dignidad intacta. En la muleta, Morenito de Aranda inició faena con doblones de torero veterano, la pierna flexionada como soporte de un temple sereno, llevándolo de tablas a los medios. El Coliseum, rendido a ese inicio de compás y entrega, le jaleó con calor. Ya en los medios trazó derechazos bien estructurados, pero el toro comenzó a buscar el refugio de las tablas, rajado en ánimo. Fue entonces cuando el torero mostró oficio y constancia, tirando de él con tirones precisos, devolviéndolo una y otra vez al terreno del arte. La faena alcanzó su cima por naturales: larguísimos, dibujados con una zurda privilegiada, como si Morenito sacara filo a la brisa. En el epílogo, allí donde el toro quiso morir, en tablas, el torero aceptó el reto: se encerraron en un duelo íntimo que remató con circulares envolventes, coronados por un desplante que dijo más que mil palabras. Dejó una estocada trasera, no perfecta pero suficiente, y con acierto en el descabello, cerró la tarde con dignidad. La oreja, concedida tras aviso, fue reflejo del mérito, del esfuerzo, y del sabor que dejó en los ruedos burgaleses. Oreja tras aviso.
FICHA:
Burgos (Burgos).- Cuarta de la feria de San Pedro y San Pablo. Corrida de toros Antonio Bañuelos para Morante de la Puebla, Curro Díaz y Morenito de Aranda. Entrada: Plaza llena.
Morante de la Puebla, Pitos y Ovación con saludos;
Curro Díaz, Ovación con saludos y Ovación con saludos;
Morenito de Aranda, Oreja y Oreja tras aviso;
FOTOGALERÍA - JUAN PABLO PASCUAL