MANUEL VIERA

De auténtico dolor de cabeza

miércoles, 26 de agosto de 2020 · 08:00

Fue la tarde de Sanlúcar un festín de verdades. Hay que tener dignidad, aplomo, ganas de dar toros y seguridad en sí mismo, para hacer de la efeméride nueva historia con “miuras” en el artístico ruedo de sal del coqueto coso de la ciudad gaditana. El trabajo ha sido de órdago. De auténtico dolor de cabeza a ver lo mal que se le ponían las cosas de la noche a la mañana. Cuando el “papel”, que habría de cubrir la mitad del aforo permitido por ley, estaba casi vendido, un golpe bajo de razones incorrectas por poco echa a la cuneta el esfuerzo y la ilusión de este corajudo empresario que no dudó devolver el importe de las localidades adquiridas para volver a poner a la venta las, sólo mil, permitidas por la nueva reglamentación de la Junta de Andalucía

Obvio es decir que, sin Canal Toros y la indudable colaboración del ayuntamiento sanluqueño, todo se hubiese ido al garete. Pero, a veces, las ideas se transforman en realidad sin freno para la apetencia de unos protagonistas que hicieron de la corrida magallánica una tarde para el disfrute y la emoción.

Porque no hay duda que un sevillano de Gerena halló en la plaza de El Pino la deseada pista de despegue para toreros olvidados y con ambición. Daniel Luque desató con desbordante autenticidad las mayores emociones. Fue un placer ver torear así de bien a un “miura”. Un toro de vuelta al ruedo. Que fue de largo al caballo, empujó en el peto para, después, tomar la muleta con aparente bravura y complicada casta. En la estela del más puro concepto clásico, Daniel, ejecutó un toreo a la verónica que fue antesala de lo que vendría después. Paciencia con la derecha y desborde con la izquierda hasta conseguir hilvanar el natural con la expresión de los elegidos. Y es que, el sevillano posee un precioso toreo, una satisfactoria técnica y una incuestionable aportación a la verdad. Su momento es para catapultarlo a las alturas.

Los bien presentados y encastados toros de Eduardo y Antonio Miura propiciaron el interés de un público que cumplió a rajatabla las indicaciones protocolarias de seguridad sanitaria. Recordadas, además, por megafonía tras la finalización de las respectivas lidias. También el palaciego Pepe Moral logró torear con la sapiencia de su buen hacer. Sin embargo, Manuel Escribano, sólo su enorme actitud y valor le proporcionaron la satisfacción de deber cumplido sin escatimar una pizca de esfuerzo por conseguir el deseado triunfo.

Tal vez, el romanticismo en el toreo sea algo condenado a desaparecer. Y ello no porque no haya empresarios como Carmelo García, sino porque el modo en que se desenvuelve el sistema lo hace imposible. Y otra cosa, sin televisión de por medio, sin ayuntamientos dispuestos a colaborar, ¿quién, ahora, organiza toros en Andalucía? Quizá estos hombres tengan un dios aparte que los protege de poderes superiores. Y puedan hacerlo.   

   

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