Funesto paripé

Ahí sigue, en su poltrona, echándole ovarios a la causa. Le importa una higa la ridiculez con la que se manifiesta. La fórmula absurda utilizada para prohibir. Bien es cierto que en este tiempo convulso se multiplican los ataques a la totalidad de una Fiesta patrimonio de una España donde la libertad se reprime según convenga. Más allá de lo evidente hay mucho más de un toque de caciquismo en quien con lamentable decisión ha cerrado al toreo la plaza de toros de Gijón.

Ana González, alcaldesa de la ciudad, ha utilizado esa radicalidad que utiliza la nueva izquierda para ilegalizar lo legal con la posición dominante que le da el mando. Decisión, además, decepcionante para quienes antaño apostamos por la política de un partido -PSOE- que estableció valores y señas de identidad y que después ha ido vendiendo al bajuno precio del poder. Actitudes mezquinas que desincentivan la credibilidad. Charlatanería sustentada en el engaño de un funesto paripé. Una gilipollez. Una ambigüedad la de utilizar los nombres de “Feminista” y “Nigeriano”, dos de los toros lidiados en la plaza de El Bibio, para alcanzar su objetivo. Un esperpéntico método que no es más que irrisoria excusa para terminar con las corridas de toros en Gijón.

Lo malo de todo esto es que, además, son decisiones destructivas alejadas de cualquier reflexión. Prohibiciones con la que inciden en los modos de ataques a la libertad, o, si lo prefieren, a la maniática u obsesiva forma de erradicar. Y lo hacen con entrega absoluta a la locura de impedir. Otra estocada en los bajos a una Fiesta en la que sólo existen conatos de resistencia. Urge el despertar acomodado del colectivo taurino. Menos hablar y más practicar la defensa jurídica y legal. De nada valen “cartas abiertas”, banales explicaciones y videos de protestas que quedan, después, en simplistas manifiestos de intenciones si no se acude a los tribunales de justicia con la ley por delante y el derecho para ganar.

La señora González ha utilizado la mentira para justificar su decisión. Un engaño más en este complicado laberinto del toro donde todo puede ocurrir. Hasta que una iluminada alcaldesa totalitarista utilice la manera más nociva de acabar con él: prohibiéndolo.