Padilla, maravilla

Juan José Padilla se retiró el pasado domingo en Zaragoza, el mismo lugar donde siete años antes un toro pretendió desahuciarlo del toreo. Marqués, que se así se llamaba el astado de Ana Romero, le arrancó el ojo y le dejó secuelas y molestias de por vida, pero no logró apartarlo de los ruedos. Aquel percance marcó un punto de inflexión en su carrera y en la admiración general del público, algo que el torero se ganó a pulso.

El Ciclón de Jerez vio como cambiaban los aires para él y se convirtió en Pirata. Un pirata bravo que nunca cedió ante las adversidades físicas que se sucedieron tras la cogida y que todavía perduran. La suya ha sido una lección de raza, de pundonor y de amor propio. Jamás se rindió y ha dicho adiós a la profesión sin hacerlo. 40 cicatrices de 40 cornadas recorren su cuerpo, algunas gravísimas en el cuello, vientre, muslos, cabeza... Pero por ninguna de las 40 heridas se le escapó una gota de valor, de constancia ni de honor.

En tiempos en los que la inmediatez se impone y el esfuerzo cotiza a la baja el ejemplo de Padilla es sublime. “Panaderito”, que así le llamaban de becerrista, nunca fue adalid de la quintaesencia del toreo, pero puede descansar satisfecho después de enarbolar la bandera pirata de la rebeldía ante los infortunios, de la entrega absoluta, de la fortaleza titánica, de la perseverancia incansable. El terrible hachazo de Zaragoza le apartó del circuito de las corridas duras y le anunció con las figuras, donde Padilla dio la cara a niveles inesperados. El reconocimiento fue general porque el Ciclón reconvertido en Pirata se lo ganó sobre el albero con una actitud intachable.

“Padilla maravilla” coreaba la gente en sus actuaciones. Sí, era pura maravilla comprobar que es cierto que los toreros están hechos de otra pasta y que siguen siendo un inmejorable ejemplo para la sociedad. Sí, la cornada de Zaragoza le cambió la vida mientras las otras 40 no pudieron con él. Sí, Padilla es una maravilla.