OPINIÓN

Disposición e inspiración, provocación y reglamentación

martes, 26 de junio de 2018 · 10:15

Morante comenzó su temporada con nueva vieja imagen. Rescató las patillas que lucía hace doscientos años el torero, bandolero y cantaor José Ulloa “Tragabuches” y se dispuso a realizar un circuito light sin pisar cosos de exigencia a excepción de La Maestranza por San Miguel.

En su novena comparecencia desempolvó el galleo del Bú. Fue en la plaza de toros de León y el público enloquecía. “Lo nunca visto”, pensaron algunos. Está bien que no se pierdan suertes antiguas, que se recuperen quites olvidados y que, a pesar de la imparable evolución que vive el toreo, la tauromaquia no abandone parte de la esencia que la convirtió en arte único.

El galleo del Bú es un quite más que centenario que popularizó Joselito “El Gallo” y que se realiza en continuo movimiento y sorteando las embestidas del toro con el capote a la espalda. Una suerte en desuso actualmente de gran vistosidad aunque de escaso asentamiento. Pero en tauromaquia todo es válido cuando se realiza con entrega y verdad. Y precisamente esa entrega y verdad que Morante puso de manifiesto en León, es la que se le echa en falta en demasiadas otras ocasiones.

Que el de La Puebla es un artista y necesita tener su día de inspiración es de todos conocido. Pero Morante posee una técnica y un valor muy superior al de la gran mayoría de toreros considerados de arte, lo que le da mucha ventaja para sacar partido de sus antagonistas a nada que su disposición esté por encima de su inspiración. Desde luego que quienes sacan su entrada para verle, que cuesta el mismo sacrificio de pagar esté o no con ganas el torero, se lo agradecerían. Y si luego luce patillas arcaicas y emula a El Gallo miel sobre hojuelas. Eso sí, sin dejar de lado que el toreo actual impone que se pare, se temple, se mande y se ligue.

En otro orden de cosas, el mismo día que Morante asombraba con el Bú en León, Castella sorprendía negándose a matar un toro de Buenavista en Vinaroz. “El mejor toro que jamás había lidiado”, confesó el torero francés que, como gran parte del público, pensaba que merecía el perdón de la vida. Pero ese animal tuvo la mala suerte de salir en una plaza de tercera categoría donde el reglamento no contempla la posibilidad del indulto. Que Castella decidiese no estoquearlo, desacatando así las reglas y a la autoridad, bien parece un acto de rebeldía provocadora. Lamentablemente su gesto no sirvió para nada porque, como marca la ley, el toro tuvo que ser apuntillado en los corrales.

No quiero entrar en la polémica que siempre desatan los indultos y la posibilidad de que su concesión se pudiera extender a plazas de todas las categorías. Lo que sí que pienso es que, del mismo modo que algunos toreros son valientes para desoír a la autoridad en el ruedo, deben ser capaces de pedir una reunión con los poderes institucionales para tratar el asunto del reglamento e intentar unificarlo, respetando puntuales particularidades de determinados cosos. Profesionales y aficionados deberían ser quienes regularan la tauromaquia. No se puede depender de la voluntad o animadversión que los políticos de turno de cada Comunidad determinen. Eso sólo ocurre en el toreo y no es lógico.

Decía mi abuelo que el dinero y los “bemoles” son para las ocasiones. Es turno de bemoles dentro y fuera del ruedo, con patillas o con el pelo engominado, galleando o asentados, frente al boyante y a la alimaña. Están bien los gestos, pero mejor las gestas.

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