OPINIÓN

Urdiales y el toreo de salón

martes, 28 de agosto de 2018 · 11:56

Veía a Diego Urdiales torear en Bilbao y me tenía que frotar los ojos una y otra vez. No porque no supiera que el torero riojano sabe torear como los ángeles, sino porque no daba crédito a su desnuda perfección después de una temporada en la que no ha toreado nada, prácticamente nada. Abrió campaña en su Arnedo natal en marzo, y no volvió a vestirse de luces hasta el 19 de agosto en Alfaro. Dos festejos, dos éxitos. Dos contratos en su tierra, en dos cosos de menor categoría. Y el 25 de agosto de golpe y porrazo Bilbao, con su exigencia de primera, con su torazo de primerísima, con su trascendencia mediática y con la presión que conlleva. Es como si en un año un ciclista sólo hubiese competido en dos carreras con apenas dos repechos y de buenas a primeras tuviera que subir el Tourmalet y no sólo lo sube sino que lo hace en cabeza, sin aparente sufrimiento, con la clase del mejor Induráin. ¡Milagro!

Milagro me parecía a mí que Urdiales pudiese torear con un temple, una profundidad y una pureza fuera de lo común después de una campaña en la que el empresariado taurino lo ha tenido apartado de los ruedos. Milagro parecía verle muletear con un ritmo y una despaciosidad sublime, como de salón. Y quizá ese era el secreto, al menos uno de ellos: el toreo de salón. Estoy convencido de que además de poseer una fuerza psicológica fuera de lo común y una afición a prueba de bombas, el bueno de Diego no ha descuidado ni por un momento el entrenamiento de salón. Y eso es fundamental.

En esta época los incipientes torerillos suspiran por torear y torear becerras, erales o cabras si es el caso. Todos tienen prisa por ponerse delante de un animal. Por el contrario, los más sublimes intérpretes del toreo, las figuras más consagradas, continúan empleando un alto porcentaje de su entrenamiento diario al toreo de salón. Es la mejor manera de aprender a torear bien y de huir de las posibles técnicas de defensa que puede conllevar la precoz lidia de animales. Quizá por ello hoy se puede ver a gran cantidad de chavales capaces de pegar pases pero muy pocos de hacerlo con halo, con misterio, con sello, con el alma.

Se tiene que haber toreado mucho de salón para torear como de salón al toro que lo permite. Urdiales lo consiguió una vez más el pasado 25 de agosto en Bilbao. No le hicieron falta arrimones, ni desplantes, ni recursos, ni parafernalia para emocionar y triunfar. Simplemente toreo desnudo, abandonada verdad. Y una vez más le volvieron a dedicar titulares que hablaban de su calidad, de su esencia, de su ortodoxia, de su dimensión, de que protagonizaba el toreo eterno o de que había resucitado el toreo perdido. Pero no había nada perdido que resucitar. Diego interpretó el toreo de siempre, el toreo bueno, el que lleva dentro y que injustamente el negocio taurino no deja que exprese con mayor asiduidad. Será porque el riojano no es propiedad de los gerifaltes de la Fiesta y a éstos no les conviene anunciarlo demasiado y que, con ello, quite algún puesto a sus toreros y les reste comisiones.

Urdiales hizo el toreo que se sueña de salón. Sería conveniente que la afición pudiera verle más a menudo y que no haya que esperar a la Aste Nagusia del próximo año para ver si confluyen los astros de nuevo.

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Satisfacción
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Indiferencia

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