CARLOS BUENO

Ureña como Cristiano

martes, 18 de septiembre de 2018 · 12:43

El primer día de septiembre, un toro le arrancó la femoral a Thomas Joubert en Bayona. Por el orificio de la cornada de 20 centímetros que atravesaba su muslo izquierdo perdió dos litros de sangre en el breve trayecto que iba desde el ruedo a la enfermería. Aún sabiendo que su vida pendía de un hilo, nada más entrar en el quirófano, justo antes de que le sedaran, el matador francés pidió disculpas al equipo médico por “como había dejado toda la enfermería de sangre”.

La heroica anécdota no tiene parangón y era digna de las crónicas más épicas que pudieran difundir los medios de comunicación. Pero apenas la reseñó de forma irrelevante algún portal taurino, como si fuese algo trivial, algo que sucediese a diario. Llega a protagonizarla cualquier crack del balón y la noticia, además de dar mil vueltas al mundo a través de todos los soportes mediáticos, inspira un puñado de best sellers y la película más taquillera del año. Parece evidente que, ni la sociedad actual valora el auténtico mérito de la tauromaquia, ni el mundo taurino ha sabido vender su inigualable verdad y emoción.

En enero, el golpe fortuito propiciado por un contrincante provocó una brecha en el pómulo izquierdo del futbolista portugués Cristiano Ronaldo, que necesitó la escalofriante cantidad de tres puntos de sutura, tres. El entonces jugador del Real Madrid perdió unas gotas de sangre que le mancharon la cara y que le obligaron a salirse del terreno de juego mientras hacía una serie de gestos con la mano y con la cabeza que denotaban la gravedad que para él tenía el percance. La imagen se pudo ver de inmediato en los cinco continentes y todavía hoy es fácil encontrarla en las páginas web de todos los periódicos.

El 14 de septiembre, Paco Ureña sufrió un pitonazo bajo de su ojo izquierdo cuando recibía a un toro de más de 600 kilos en Albacete. El violento golpe alcanzó el globo ocular provocándole lesiones que comprometen seriamente su visión y funcionalidad. El matador murciano fue consciente de la gravedad de inmediato, intuía que podía perder la visión de su ojo por completo, pero decidió permanecer sobre el albero hasta finalizar la lidia del astado para luego abandonar la plaza sin mirarse, caminando tranquilamente sin el mínimo aspaviento ni mueca de dolor. Unos juzgaron que aquello fue una temeridad, una imprudencia, mientras otros lo valoraron como una gesta, una lección de pundonor y de vergüenza torera. Lo que es evidente es que los toreros están hechos de otra pasta, que su educación y responsabilidad les empuja a seguir hasta el final mientras el cuerpo aguante sin dejarle a un compañero el peligro de un toro que no les corresponde, y ante eso hay que descubrirse y valorar la decisión que tomó Ureña. Ese día las noticias de las televisiones contaron que el estadio de Anoeta había renovado sus asientos, pero del torero ni palabra.

Recordé que la brecha de tres puntos de sutura en el pómulo de Cristiano Ronaldo había sido también junto a su ojo izquierdo, y que mientras salía del campo el futbolista le pidió el teléfono móvil al médico que le acompañaba para ponerlo en modo selfie y así mirarse, como si de un espejo se tratara, para comprobar la extensión de su herida mientras gesticulaba de forma que quedó claro que aquello era muy fastidioso. Todas las cadenas lo proyectaron al mundo entero. El fútbol ni es mejor ni es peor que la tauromaquia; es diferente. Pero no cabe la menor duda de que ha sabido venderse y calar en la sociedad actual hasta límites inauditos.

Junto a Joubert y Ureña otros muchos toreros han sufrido percances de consideración en estas fechas, como Manuel Escribano, Vicente Varela, Diego San Román, Pepe Moral, Francisco de Manuel, José Sainz, Pablo Atienza, Alejandro Fermín o el picador José Quinta. Entretanto el sector taurino sigue sin saber cómo homenajear a tanto héroe, sin saber cómo conseguir que su sangre aparezca en los medios de comunicación -especialmente en las televisiones- como un mérito y no como un estigma. Será cuestión de preguntar a Cristiano y al organigrama deportivo cómo narices lo hacen.

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