CARLOS BUENO

2019, de las palabras a los hechos

martes, 8 de enero de 2019 · 09:00

Al tiempo que el invierno se adentra, el vacío taurino nos inunda. Bajan las temperaturas y sube el anhelo por comenzar a ver los festejos de la nueva temporada. Apenas hay ambiente torero, pero los aficionados siguen hablando de toros y haciendo quinielas sobre las posibles combinaciones de las primeras ferias del año, y todo a pesar de que no parece que vayan a producirse grandes sorpresas respecto a carteles anteriores. Tampoco cambiará demasiado el funcionamiento del sector taurómaco, pero hay pequeñas señales de que pueden comenzar a suceder cosas positivas en su entorno.

Después de que una de las actuales ministras declarase su voluntad de prohibir los toros y de que su portavoz tildara de casposos a los toreros, el Gobierno ha dejado al toreo sin la Medalla de las Bellas Artes, y todo indica que este Ejecutivo seguirá dando la espalda a la tauromaquia. Sin embargo, la corriente política antitaurina puede verse frenada de cara a las nuevas elecciones, porque la irrupción y crecimiento de nuevos partidos que abanderan sin remilgos su apoyo a la tauromaquia, está provocando que otras formaciones se suban al carro y aparquen sus reparos, y que los que se sitúan en la parte de enfrente frenen sus aireadas proclamas. La situación es inmejorable para que los profesionales del toreo arranquen un claro compromiso político que favorezca el respeto por los toros y la libertad del pueblo para acudir o dejar de ir a las plazas.

Por otra parte, el Tribunal Constitucional ha vuelto a pronunciarse a favor de la legitimidad de la tauromaquia y ha sentenciado que las corridas deben seguir funcionando en Baleares con las mismas normas que en el resto de España, y no con las cortapisas que pretendía imponer la Administración insular para acabar con la Fiesta en su territorio. Tal pronunciamiento debería servir para que los empresarios fuesen valientes y se decidieran a organizar festejos en superficie balear, algo que no se ha producido en Cataluña a pesar de que, también el Tribunal Constitucional, anuló allí la prohibición hace más de dos años. ¿Tan complicado sería que se unieran empresarios, toreros y ganaderos, aparcaran el ánimo de lucro y organizaran un macro festejo en suelo catalán?

Y precisamente en lo que a empresarios se refiere, la reunión que mantuvo el colectivo hace sólo unas semanas ha dejado entrever dos importantes intenciones. La primera la de buscar una solución a los altos cánones de arrendamiento de las plazas para que el dinero que entra por taquilla se dedique en prioridad a los contenidos de programación, es decir al público, y la segunda tiene que ver con mejorar la imagen del empresariado taurino. Ahora es momento de que tales deseos no se queden en vacua palabrería. Que los organizadores de espectáculos taurinos luchen por equipararse -en lo que a impuestos y tasas se refiere- a otras actividades culturales y deportivas sería tan lógico como lícito, que los gerifaltes dejasen entrar en el circuito a nuevos emprendedores sería bueno y positivo, y que contasen de verdad con la voluntad de la afición sería óptimo para los intereses de la Fiesta. En cambio, si afirman que los pliegos son demasiado elevados pero siguen licitando al alza, si el hermetismo chauvinista persiste y los intereses personales continúan estando por encima de las predilecciones de la clientela, sus intenciones no habrán sido más que publicidad barata.

Quiero creer que los indicativos de cara al futuro inmediato de la tauromaquia son esperanzadores. Tranquilidad política al respecto, legitimidad constitucional y mayor protagonismo de la afición son las claves para que el toreo refuerce su salud en 2019. Lo dicho, sólo hace falta que el inmovilismo de paso al activismo, que las palabras se tornen hechos, que las declaraciones se hagan realidad.

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