CAPOTAZO LARGO

Honor a la gente del toro

martes, 15 de octubre de 2019 · 07:06

A Miguel García lo volteó de mala manera un becerro y le dejó noqueado sobre el albero, incapaz de levantarse. El chaval daba muestras de querer moverse, pero era evidente que no podía. Había caído sobre el cuello y la espalda se le dobló como si de una goma de tratase. A quienes presenciábamos el festejo se nos heló la sangre mientras sus compañeros lo sacaban de la plaza con los rostros desencajados.

Miguel García es un alumno de la Escuela de Tauromaquia de Valencia que participaba en una clase práctica en Chelva auxiliando en la lidia. Ni siquiera ha debutado en público como novillero sin caballos, algo para lo que estaba anunciado el próximo sábado. Sólo quedaban seis días. No podía tener tan mala suerte. Y felizmente no fue así. Al cabo de unos minutos Miguel regresó al ruedo, pálido pero con la vergüenza torera de querer volver a coger el capote. Todo había quedado en un impactante susto.

Durante el tiempo que el muchacho estuvo fuera del coso recordé la terrible semana que los toreros estaban sufriendo. En Madrid, el día antes Gonzalo Caballero había recibido una cornada dramática en el muslo derecho que le seccionó la femoral y que no resultó mortal gracias al avance que la medicina ha experimentado en los últimos tiempos. En la misma corrida Jesús Enrique Colombo resultaba cogido con tanta saña que salir indemne de aquel infortunio pareció puro milagro.

En Zaragoza era Enrique Ponce el que se libraba de un hachazo porque la suerte se alió con él tras perder pie y quedarse a merced del astado, que lo levantó con un fuerte pitonazo en el costado, afortunadamente por la inercia y sin tirarle un derrote seco. Aún así le partió la octava costilla izquierda. No corrió la misma ventura un monosabio en Valencia, que no llegó a tiempo de taparse en un burladero y se llevó un navajazo de dos trayectorias en la pierna izquierda. A todos estos accidentes hay que sumar el del banderillero Rubén García en La Peza, que acabó con un sablazo en la región pectoral y dos fracturas costales, y el de José María Soler, subalterno de El Juli, lesionado en el menisco y escafoides en Zaragoza. Sí, vaya semanita para terminar la temporada.

Pero lo que no podía imaginar era lo que en unos instantes iba a ocurrir. Regresaba de la becerrada de Chelva en mi coche y los avisos del whatsapp no paraban de sonar. Los mensajes se multiplicaban mientras yo conducía sin que los pudiera mirar. Suponía que serían de algún grupo de amigos con ganas de broma. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando llegué a casa y descubrí de qué se trataba.

Mariano de la Viña se debatía entre la vida y la muerte en Zaragoza.

Al banderillero se le repetían las paradas cardiorespiratorias al tiempo que yo leía las informaciones que me habían llegado al teléfono móvil. Rápidamente conecté mi ordenador. Los portales especializados y las webs de los periódicos daban cumplida cobertura del trágico percance. Las imágenes eran dantescas. El albaceteño llevaba dos atroces cornadas que arrancaban femoral e ilíaca. Como el de Gonzalo Caballero, se trataba de otro percance que sólo unos años antes hubiese resultado mortal de necesidad. No había bastante sangre en el quirófano y muchos aficionados se ofrecían a donar. El experimentado doctor Val-Carreres aseguraba que jamás había visto nada igual.

Y cuando ya pensaba que nada podía ser peor, Perera también era prendido. Herida fuerte y extensa en el muslo, en la misma función y con Mariano tratando de ser estabilizado en la enfermería. Sobre las nueve de la noche se anunciaba que los dos, Perera y De la Viña, eran trasladados al hospital para seguir siendo operados. Iba a ser una larga noche de intervenciones y miedos que ponía fin a una fatídica semana.

Cosas de la verdad del toreo. Porque aquí no hay trampa ni cartón. Los toreros se juegan la vida sin trucos ni efectos especiales, una afirmación que no por manida debería dejar de asombrar y admirar. Y arriesgan su existencia a consciencia, por una necesidad interior de crear emoción y sentirse plenos.

¿De qué están hechos? ¿Cómo pueden seguir adelante después de recoger de la arena al compañero inerte? Porque son héroes, que nadie lo olvide, que nadie les menosprecie, que nadie les ultraje. Quien no lo entienda que tenga la decencia de permanecer en silencio y mostrar respeto. Desde el monosabio anónimo hasta la figura consagrada, pasando por el becerrista bisoño o el banderillero experimentado, honor a la gente del toro.

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