CARLOS BUENO

Reconocimiento y admiración por Mariví Romero

martes, 1 de diciembre de 2020 · 07:00

Conocí personalmente a Mariví Romero en el año 2000. La televisión valenciana comenzaba entonces un programa taurino que se llamó “Cartell de Bous” para el que me contrataron como redactor. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me dijeron que la directora iba a ser la célebre periodista manchega, a la que siendo un niño tantas veces había visto en Televisión Española donde retransmitía las corridas y presentaba el célebre espacio “Revista de toros” que se emitió entre 1973 y 1983 con audiencias de casi ocho millones de espectadores.

En su faceta profesional Mariví fue tan admirada como detestada, y ambos sentimientos tenían la misma razón: su claridad a la hora de denunciar los abusos e injusticias que se cometían en la tauromaquia. No se casaba con nadie y despreció cobrar los célebres ‘sobres’ de la época por los que, bajo mano, muchos críticos se ganaban un sobresueldo a cambio de elogiar a sus pagadores. Ella no, todo lo contrario. Renunció a la comodidad y al color del dinero para actuar con total independencia. La primera mujer de la historia que ejerció la crítica taurina predicó con su ejemplo lo que ella le demandaba al toreo: integridad y compromiso. En realidad sólo quería que la tauromaquia alcanzase el grado sumo de categoría.

Mariví, que estudió Periodismo y Filosofía y Letras, empezó a trabajar en el diario Pueblo, que dirigió su padre, Emilio Romero, uno de los periodistas más influyentes del siglo XX. También escribió en el diario Ya. Colaboró en las emisoras de radio Cope y Cadena Rato. Cuando ésta última pasó a ser Onda Cero, se convirtió en la voz de los toros durante los primeros años de la emisora. En todos estos medios de comunicación continuó con su afán por reclamar la verdad y la ortodoxia en el toreo, algo que, como es lógico, le granjeó tantos devotos como enemigos.

Yo me encontraba entre los primeros, y para mí fue un honor trabajar con ella durante los tres años que estuvo en la televisión valenciana, donde, al igual que había hecho antes en el ente nacional, siguió rompiendo moldes desde el punto de vista audiovisual al montar las imágenes de las faenas con música moderna del momento y no con los manidos pasodobles o acordes de guitarra.

Mariví fue una excelente profesional y una mejor compañera. A su lado aprendí la importancia de muchos detalles que a la mayoría le pueden pasar inadvertidos, tanto del toreo como particularidades técnicas de edición del programa. Además, el valor que daba a sus colaboradores como “equipo de trabajo” era sobresaliente. Nunca olvidaré que, en una ocasión, asumió como propio un error mío, comportamiento que no he tenido la dicha de comprobar en otros jefes a cuyas órdenes he estado. Quizá por ello mi consideración hacia ella subió enteros durante el tiempo que estuvimos juntos.

Varias veces la invité a participar en mi programa de radio y en coloquios, y siempre aceptó de buen grado. Ante el micrófono y en público se sentía especialmente cómoda. Personalmente creo que ese era su hábitat preferido, donde se expresaba con mayor naturalidad. Cuando la apearon del programa de la televisión valenciana Mariví se enclaustró en su Benidorm querida. Desde su apartamento, y mirando el mar, escribió el libro “La fiesta del toro bravo”, que recomiendo de forma ferviente. Fui a su presentación en 2013 y después de aquello mantuvimos el contacto telefónico de forma periódica, aunque demasiado espaciada.

La última vez que la vi fue hace poco más de un año. Su estado de salud había decaído de forma alarmante, pero no lo suficiente como para no poder mostrar bien a las claras su alegría al verme. Charlamos de toros y quedamos en volver a vernos. Lamentablemente Mariví Romero falleció el pasado viernes a causa de una insuficiencia respiratoria. Tenía 81 años y conservaba toda la admiración, el cariño y el reconocimiento de quienes tuvimos la suerte de conocerla de cerca.

 

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