CARLOS BUENO

Una pájara y una pesadilla

martes, 7 de abril de 2020 · 07:33

Dos semanas más. Dos más sumadas a las dos anteriores que a la vez se sumaban a las dos primeras. Un lío que se resume en, como mínimo, 45 días en Estado de Alarma, desde el 14 de marzo hasta el 26 de abril; eso si el Gobierno no prorroga de nuevo la situación. En definitiva mucho tiempo. Mucho tiempo para estar confinado y demasiado para una maltrecha economía que cada día que pasa se resiente de forma más irreparable.

La pandemia del Covid-19 ha atacado nuestra salud y de momento ha matado a decenas de miles de congéneres, eso es lo peor. Pero el maldito virus también se ha llevado por delante nuestra vida social, nuestras costumbres, nuestra forma de vida, nuestra libertad. A tal nivel, que ya nada volverá a ser como antes, máxime porque a su paso ha arrasado con los recursos e ingresos de gran parte de la población mundial. Porque ésta va a ser una crisis transversal que, con sus lógicas excepciones, van a acusar grandes y pequeños, multinacionales que están paradas, autónomos que han tenido que cerrar y trabajadores que han perdido sus empleos. Y el sector taurino no escapa a esta aplastante marabunta, al contrario, va a resultar uno de los más perjudicados.

Dos semanas más con el motor parado. No se genera. No se ingresa. De joven yo era ciclista y recuerdo algunas carreras en las que pillé la célebre “pájara”, una especie de desfallecimiento que te deja sin fuerzas, sin aliento, noqueado, como flotando, incapaz de imprimir velocidad a la bicicleta. Cuando coges una “pájara” da la sensación de que los kilómetros no pasan. Parece como si algún desalmado estuviese tirando de la meta y la pusiera cada vez más lejos. Y esa misma impresión es la que ahora se vive. El fin de la reclusión no llega. Se pone un término y cuando lo ves llegar lo retrasan. Una y otra vez, y seguimos sin la certeza de que no volverá a ocurrir.

Entretanto se aplazan ferias tarinas que, seamos realistas, acabarán suspendiéndose. Aún no se sabe cuándo podremos arrancar definitivamente y ya no quedan tantas fechas libres durante el año como para poder organizar todos los festejos. Una ruina para los empresarios, para los matadores y para las cuadrillas. También para las cuadras de picar. Y especialmente cruel para el campo. Los toros siguen comiendo, cumpliendo edad y provocando gasto. Por las redes sociales ya se han colgado algunos vídeos de varias decenas de precisos astados enviados directamente al desolladero. Una pena y un dolor, pero es que hay muchas ganaderías que no pueden soportar el déficit que la crisis del coronavirus está provocándoles.

Hay quien dice que, pensando en positivo y para que valga de consuelo, la criba que esta situación va a provocar favorecerá una mayor exigencia de los ganaderos en los tentaderos y en las vacas de vientre, y que los resultados los veremos en temporadas venideras. Tendrán razón, pero ahora nada me consuela cuando pienso en la reducción de festejos que vamos a vivir este año, en la merma de poder adquisitivo que los bolsillos de muchos aficionados van a experimentar cuando salgamos de esta, y en la cantidad de astados que van a perecer sin llegar a tener la oportunidad de cumplir con su condición de bravos.

No consigo olvidar un vídeo que me enviaron por whatsapp en el que un montón de hermosos toros criados en la libertad de la dehesa eran desembarcados en el frío matadero de un polígono industrial. Incluso anoche llegué a despertarme sobresaltado por una pesadilla provocada por las imágenes. Será que el confinamiento me ha convertido en animalista.  

 

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