CARLOS BUENO

Quieto parao

martes, 8 de septiembre de 2020 · 09:55

A tenor de cómo está desarrollándose la actual pseudo-temporada taurina quizá convendría cambiar planteamientos. Tras el obligado confinamiento impuesto por el coronavirus y una vez superadas las distintas fases de la llamada “desescalada”, todos los sectores productivos ansiaban retomar cuanto antes sus actividades, por supuesto también el taurino, pero las restricciones que en principio imponía el Ministerio de Sanidad hacían inviable el anuncio de cualquier tipo de festejo.

Esas condiciones se fueron suavizando y, aunque la rentabilidad continuaba siendo una utopía, hubo un puñado de profesionales que decidieron arriesgar y organizar corridas en plazas de segundo y tercer orden. En algunos casos la experiencia pareció resultar positiva, al menos de puertas para afuera, porque otra cosa sería si se conociesen las liquidaciones resultantes.

La realización de muchos de esos espectáculos sólo se puede entender gracias al respaldo económico de televisiones como la andaluza, la castellano manchega y Canal Toros. Esta última ha cambiado su filosofía de forma radical. Y es que, con las grandes ferias desaparecidas, se ha visto obligada a retransmitir desde donde sea para conservar a sus abonados. Lo cierto es que, en general, los festejos tuvieron muy buena respuesta de público y dieron excelentes índices de audiencia, lo que animó a continuar anunciando más corridas.

Sin embargo, y a pesar de que en los toros no se ha producido ningún contagio de Covid-19, las trabas burocráticas pronto crecieron. Los gobiernos autonómicos redujeron cada vez más los aforos permitidos y con la excusa de la aparición de nuevos brotes se suspendieron espectáculos sólo un día antes de su celebración. No hace falta ser un lince para comprobar que el Metro, el AVE y los aviones van con pasajeros hasta el techo, que las terrazas de los bares están colmadas de consumidores o que multitud de conciertos continúan con su programación, lo que hace sospechar que la tauromaquia, de forma directa o por presiones, está en el punto de mira de muchos políticos que han aprovechado la pandemia para ahogarla en la medida de sus posibilidades.

Ante tal panorama parece indicado echar el freno. Los empresarios apuestan su dinero a caballo perdedor. Los ganaderos lidian sus toros por debajo de su coste. Los matadores se juegan la vida a cambio de nada, y los subalternos… los subalternos añoran cobrar los mínimos mientras pierden la batalla contra el Ministerio de Trabajo, que ahora que comprueba que están “trabajando” encuentra más motivos para seguir denegándoles las prestaciones prometidas.

Las señales son inequívocas. Hay que quedarse “quieto parao” y esperar tiempos mejores, al menos en lo que a corridas se refiere.

Porque otra cosa son las novilladas sin picadores, que tienen un coste de producción asumible y que en este tiempo de sequía taurina han despertado gran expectación entre los aficionados. Sin duda hay que incidir en becerradas y festejos de promoción y aparcar las ansias de anunciar a los matadores.

En algún momento nuestros vacilantes políticos tendrán que aclarase, unos y otros; los que hoy dicen blanco y mañana negro, y también los que aseguran apoyar a la tauromaquia pero cuando hay que ser valientes y defenderla se echan para atrás. En algún momento habrá una vacuna efectiva que acabe con esta situación y que desarme a estos gobernantes que nos ha tocado sufrir. Hay que esperar porque no hay mal que 100 años dure.

La tauromaquia siempre fue grandeza y sólo se puede defender si conserva su categoría. No importa que no haya toros en un año. Lo importante es que cuando vuelvan lo hagan con fuerza. No hay que bailarles el agua a quienes no dejan de vilipendiar al toreo, porque éste no se va a acabar por mucho que los antis lo deseen. La tauromaquia sólo se esfumará si se debilita desde dentro. Por eso hay que parar, fortalecerse y resurgir con esplendor cuando sea oportuno.

 

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