CARLOS BUENO

El policía se equivoca de enemigo

martes, 23 de febrero de 2021 · 07:22

José María Calado, teniente de alcalde de Espartinas, afirmó hace unas fechas que mientras su partido, Izquierda Unida, estuviese en el equipo de gobierno del ayuntamiento, se prohibiría cualquier actividad taurina en esta ciudad sevillana. Tal dictamen debe constituir un delito de prevaricación, pues olvida que su deber es aparcar gustos personales para promover y salvaguardar la tauromaquia como obliga la Constitución Española sobre la que prometió el cargo de concejal.

Ante tales intenciones, un nutrido grupo de aficionados y profesionales se concentraron días después frente a plaza de toros de Espartinas para protestar contra la declaración sectaria del señor Calado. Se trató de una manifestación pacífica y respetuosa en la que, aún así, se vivieron momentos de tensión cuando la policía intentó impedirla. El banderillero José Luis López Romero ‘Lipi’, argumentó que estaban ejerciendo su derecho a la libertad de expresión de forma educada y tranquila: “No hacemos daño a nadie, sólo queremos que se nos respete”, le dijo a un agente de la autoridad que, a cambio, solicitó su documentación para llevárselo detenido argumentando “falta de respeto a la autoridad”.

El arresto no se llevó a efecto por la disposición de los presentes en una acción de compañerismo realmente solidaria, pero la intención del oficial era clara. El policía se equivocaba de enemigo. Prender a un pacífico es fácil, e intentarlo con un legal es un sinsentido. Entiendo que los funcionarios no van a morder la mano que les da de comer, pero la integridad está por encima de cualquier orden deshonesta. Y es indecente defender al infractor que pretende imponer su discurso sin respetar la libertad y los derechos de los demás.

Ilegal es cuanto últimamente están perpetrando aquellos que, bajo la bandera de la libertad de expresión, defienden a través de la violencia que se libere a un rapero condenado por la justicia. Disparar a la policía con ballestas caseras, tirarles piedras, destrozar edificios, saquear tiendas, robar en comercios, reventar mobiliario urbano, incendiar motos y pegar palizas no es lícito. Quienes participan de esas acciones son los partidarios de imponer su dictadura y los enemigos de la convivencia en democracia. Y todos los políticos que les animan a seguir haciéndolo son peores, pues debe estimarse que se trata de personas maduras con conocimiento de causa.

“Todo mi apoyo a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles”, decía Pablo Echenique, portavoz de Unidas Podemos. ¿Acaso no es eso una forma de provocar la ilegalidad desde el Gobierno? Uno de los vándalos se hacía eco del respaldo mostrado y le contestaba: “Gracias kamarada. Tomamos nota de las instrucciones. Ke ardan las kalles”. Joan Ribó, alcalde de Valencia por Compromís, confesaba que nunca había oído cantar al rapero encarcelado, pero culpaba de la situación a la falta de libertad de expresión en España.

No, Pablo Rivadulla, conocido como Pablo Hasél, no está entre rejas por falta de libertad de expresión. En este país no se entra en la cárcel por rapear odio. El supuesto cantante ha sido condenado por alabanzas a ETA y Al Qaeda, también al GRAPO, a la Fracción del Ejército Rojo y a Terra Lliure, organizaciones terroristas que pedía que volvieran. El angelito tiene antecedentes por coacciones, obstrucción a la justicia y amenazas. Agredió a un cámara de televisión. Profirió calumnias e injurias contra la Corona y contra las instituciones del Estado. Atacó a Marta Sánchez y hasta al Betis, equipo al que deseó que se estrellara su avión. Aseguró que iba a tatuarse la cara del que mate a Jaime Peñafiel. Deseó que explotara el coche de Patxi López y que alguien clavara un piolet en la cabeza de José Bono. Afirmó que no le da pena que le den un tiro en la nuca a uno del PP o a uno del PSOE, y anheló que les pusieran una bomba, que reventaran sus sesos, que les clavaran un navajazo y que les colgaran en una plaza a quienes no piensan como él.

“Si todas las corridas de toros acabaran como las de Víctor Barrio, más de uno íbamos a verlas”, se mofaba de la muerte del torero en sus redes sociales el rapero deplorable, de quien el 99% de cuantos delinquen en nombre de su causa no conocen ni una sola de sus canciones.

Es muy sencillo distinguir quien está al lado de la ley, quien en su contra y quienes alientan a los ilegales aún cuando tengan que poner de por medio y sin escrúpulos a una policía a la que tildan de brutal y desproporcionada. ¿Quién es el enemigo de la paz? Es muy fácil saberlo, ¿verdad, policía? Desde luego no es el ‘Lipi’ ni ningún otro torero. ¡Qué triste!

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