CAPOTAZO LARGO

Curro Valencia, 25 años de la fatal verdad del toreo

martes, 20 de julio de 2021 · 07:53

A punto están de cumplirse 25 años de la lamentable muerte de Curro Valencia. Sucedió el 27 de julio de 1996 después de que Manzanares, Ponce y Barrera cayesen del cartel estrella de la Feria de Julio de Valencia y que sus puestos fueran ocupados por Juan Carlos Vera, Víctor Manuel Blázquez y Javier Rodríguez. Algunos de los toros de Giménez Indarte previstos para la ocasión fueron rechazados y sustituidos por otros ejemplares. Después de infructuosas discusiones entre las autoridades veterinarias y los representantes de los diestros anunciados, éstos tomaron la decisión de no tomar parte en el festejo, lo que dio la oportunidad de hacer el paseíllo a tres toreros de los, mal llamados, modestos.

Quizá lo de menos en esta historia sean los nombres, y hasta las circunstancias. Lo verdaderamente importante e irreparable es que un hombre perdió la vida. Curro Valencia no llegó a ser figura del toreo, como hubiese sido su deseo; ni siquiera era uno de los banderilleros estrella de la geografía española. Sin embargo, Francisco Gázquez Fernández, que ese era su verdadero nombre, fue muy querido y admirado por todos cuantos le conocieron.

Tras una década en el escalafón de novilleros, decidió que era momento de doctorarse. Pero no había quien le ofreciese la alternativa. Ante tal panorama, se aventuró a pedirla en Las Ventas después de ir caminando por la carretera nacional III desde su Valencia hasta Madrid junto a Manolo Sales y José Hernández “El Melenas”, los tres vestidos de toreros durante más de 350 kilómetros. Una vez llegaron a la plaza de la capital, acamparon en la puerta hasta que el empresario accedió a anunciarles el 25 de abril de 1982.

Pero las contrataciones no se sucedieron y cinco años más tarde, una vez concluida su segunda actuación, resolvió cambiar el oro por la plata. Desde entonces Curro fue en las cuadrillas de la gran mayoría de novilleros y matadores valencianos, compaginando su pasión por el toreo con su necesaria fuente de ingresos como albañil. Y precisamente estando trabajando en la obra recibió una llamada el fatídico 27 de julio de 1996 ofreciéndole una colocación esa misma tarde en las filas de Juan Carlos Vera.

El resto de la historia es de sobra conocido. Ramillete, el cuarto toro de la corrida, le prendió de forma fatídica a la salida de un par de banderillas. Recuerdo perfectamente la sensación de vacío que experimenté en aquel instante. Incredulidad, impotencia y rabia se entremezclaron en el ambiente cuando la megafonía anunciaba la tragedia que todos conocíamos aunque nos negáramos a creerla. A mi derecha estaba mi padre, que enmudeció; a mi izquierda mi mujer, que aseguró que no volvería a pisar una plaza de toros. Desde el tendido varias voces sobresalieron señalando como culpables a quienes habían decidido caerse del cartel.

Pero no tenían razón. Los toros cogen porque es su deber. Porque a veces su fuerza e instinto animal ganan la partida a la inteligencia humana. Porque en ocasiones el torero pierde la total concentración. Por mil razones que confieren al lidiador la catalogación de héroe capaz de hacer lo que el resto de mortales somos incapaces.

Hace 25 años a tres toreros les surgió una oportunidad inesperada que no pudieron aprovechar y que significó la pérdida de Curro Valencia. Su fatalidad no puede simplificarse en señalar si el culpable fue el toro o los toreros. Su muerte sirvió para engrandecer, dignificar y cargar de valor la tauromaquia. Así acabaron entendiéndolo quienes aquella tarde enmudecieron y quienes aseguraron que no regresarían a un coso taurino, y así deben aceptarlo los que todavía dudan de la verdad del toreo.

 

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