Miedo con dinero

martes, 24 de agosto de 2021 · 07:50

La plaza de toros de Sanlúcar de Barrameda acogió hace unos días una corrida de Miura a la que se enfrentaron Rafaelillo, Octavio Chacón y Cristóbal Reyes. Enfrentarse es el verbo que mejor define la labor llevada a cabo por tres diestros ante seis astados de imponente trapío y con malas intenciones. Tres espadas a los que la prensa catalogó de forma unánime como valientes, bizarros, titanes y no sé cuantos adjetivos más que pretendían describir su actuación ante animales que no permitían el toreo templado y ligado que impera en la actualidad, sino que más bien parecían cornúpetas de tiempos pretéritos a los que mayormente sólo cabía lidiar sobre las piernas, en línea recta y por alto.

Fue un tarde de entrega total por parte de los coletudos. De absoluta verdad y autenticidad. De jugarse la vida de manera literal. Es verdad que en cualquier festejo taurino la muerte planea sobre el albero, pero no es menos cierto que en unos la sensación es más palpable y evidente que en otros, como fue el caso. Tarde de emoción diferente, la del ¡uy! ante el ¡olé!, la que confiere al matador la catalogación de héroe admirable capaz de llevar a cabo lo que el resto de mortales somos incapaces. Tarde de angustia y de miedo que concedió el máximo reconocimiento a los toreros, un reconocimiento que debería traducirse en dinero, en un aumento de sus habituales emolumentos. Es lo que merece quien, a priori, justifica su inclusión en un cartel creando una expectación que llena la plaza y, después, provoca el máximo entusiasmo en el ruedo.

Un mes antes, en el coso francés de Ceret se lidiaron toros de Reta, una ganadería de casta navarra. Fue un encierro durísimo que sembró el pánico y que resultó ilidiable según los cánones del toreo moderno. Sin embargo, hay espectadores que abogan por su contratación de forma esporádica a lo largo de cada temporada. No pretendo abrir un debate sobre la conveniencia o perjuicio que el anuncio de hierros extremadamente ásperos podría significar. Simplemente quiero constatar que existe un público que demanda ese tipo de divisas y que la emoción de la épica puede resultar tan conmovedora como la bonita estética de una faena artística.

A nadie se le obliga a hacer el paseíllo para lidiar alimañas. Eso es una decisión personal que unos honorarios acordes al acontecimiento ayudarían a tomar. Y es de sobra conocido que, por norma general, la gran mayoría de quienes se las ven con corridas complicadas son los que menos cobran del escalafón. El sector taurino debe revisar parte de su funcionamiento, y esta es una de las cuestiones a mejorar. Del mismo modo, muchos espectadores deben aprender a ver una función de estas características para valorar en su medida un estilo de épocas pasadas, que es más que probable que no permita “parar, templar y mandar”, el canon con el que Belmonte intentó sintetizar el toreo, y mucho menos “ligar”, el concepto que añadió Chicuelo. Sin duda se puede ir a una plaza a pasar miedo, pero con el dinero que merecen los héroes y el reconocimiento que deben dispensarles los aficionados.

 

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