CAPOTAZO LARGO

Cada tres años parece poca cosa

martes, 14 de septiembre de 2021 · 07:54

Después de casi tres años sin enfundarse el traje de luces, Alejandro Talavante reapareció el pasado 11 de septiembre en el emblemático coliseo romano de Nimes. En el paseíllo le acompañaba Roca Rey en lo que suponía un mano a mano de auténtica altura. Toros de hierros de los llamados comerciales y de los tildados como toristas completaban un cartel de expectación absoluta. Festejo al estilo goyesco con el milenario recinto frnacés engalanado con el arte de Diego Ramos. Se cuidaron hasta los mínimos detalles. Y el resultado fue triunfal en todos los aspectos. Aforo completo, éxito artístico y toreros por la puerta grande.

El matador extremeño escogió la fecha, el lugar y la combinación de su regreso con esmerado mimo y la apuesta le salió bien. Es de suponer que la bolsa que se llevó por su actuación sería de abultadas proporciones. El interés que levantó el acontecimiento bien valía el esfuerzo del empresario por desembolsar lo acordado, seguro. Luego, Talavante adquirió un compromiso tan extremo como sus honorarios. Con todo, el que más beneficiado ha salido de la jugada es el propio torero, que ha jugado al juego de José Tomás -una corrida de uvas a peras y a precio estratosférico- y ha ganado la partida.

Mucha expectación, mucha pasta y mucho reconocimiento para el diestro pacense. Sin embargo, el toreo sigue huérfano de su responsabilidad con la tauromaquia actual. Los intereses de Alejandro se han visto cumplidos, pero… ¿qué hay del interés que necesita el sector? Anunciarse una vez cada tres años es muy bueno para el bolsillo del artista y poco para crear una rivalidad, una curiosidad y unas expectativas que al mundo de los toros le vendrían de perlas en tiempos difíciles.

Quien se considere figura del toreo ha de realizar una mínima temporada; dar la cara al menos una decena de tardes, pongamos por caso en cada una de las plazas de primera categoría y en algún otro coso significativo. Arles y Nimes son, sin duda, escenarios galos de entidad. Aún así, quien de verdad aspire a ser recordado como uno de los coletudos imprescindibles de la historia no puede dejar de lado Madrid, Sevilla, Valencia o Bilbao, por ejemplo.

La tauromaquia demanda que los toreros apuesten, tanto los aspirantes a alcanzar el cetro como los consagrados. Cada uno en su papel ha de ayudar a combatir los continuos ataques que sufre el toreo cada vez con mayor virulencia y más avances por parte de las filas antis. El número de festejos bajaba de forma alarmante antes de la pandemia sin reacción por parte de los profesionales, y con la irrupción del coronavirus el problema se ha agravado preocupantemente con deficiente respuesta del sector, que sigue enzarzado en líos internos que sólo contribuyen a potenciar el efecto abolicionista.

Es lícito que cada cual mire por sus propios intereses, pero por otra parte sería ético y conveniente que quienes viven de torear se preocupen por el futuro de la profesión. Y cada uno debe hacerlo dentro de su parcela y posibilidades. Unos preocupándose por la viabilidad de las novilladas, otros denunciando las falacias de los activistas y algunos potenciando las ferias con su inclusión en los carteles. Una vez cada tres años parece poca cosa.

 

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