CAPOTAZO LARGO

Desesperante desidia

martes, 28 de septiembre de 2021 · 07:39

Se acaban de cumplir 37 años de la trágica cornada que se llevó a Paquirri, una desgracia que convirtió al maestro de Zahara de los Atunes en una leyenda. También ha sido el décimo aniversario de la prohibición de los toros en Cataluña, un dictamen anulado por el Tribunal Constitucional que, sin embargo, no ha tenido ninguna consecuencia. La muerte de Paquirri es irreparable; la desaparición del toreo en suelo catalán es deplorable y, al final, sólo se debe a la desidia de un sector taurino que ha manseado ante las trabas impuestas por el Parlament y se ha entregado sin oposición. 

Los políticos prohibicionistas se han salido con la suya. Se empeñaron en decir una y mil veces que Barcelona no era taurina, una falacia más grande que el Camp Nou que hoy todos creen sin la mínima duda. La Ciudad Condal tuvo tres plazas, y dos de ellas se solaparon en la programación de festejos, que llegaron a superar en cantidad a Madrid. Hace sólo unos días leía atónito que Antonio Borrero “Chamaco” toreó 178 tardes en Barcelona cuando la política no utilizaba los toros para atacar a España. Pero de eso nadie se acuerda, y si nadie se acuerda no pasó.

Hay miles de argumentos para desmontar la voluntad abolicionista de una Generalitat dictatorial y manipuladora. Pero se ha preferido seguir organizando festejos donde se daban facilidades y se ha dejado perder un feudo importantísimo porque recuperarlo implicaba esfuerzo, trabajo e inversión. Al mismo tiempo, en los últimos 15 años el número de poblaciones que celebraban corridas se ha reducido en casi un 60% sin que el dato parezca alarmar en exceso a unos profesionales que viven el hoy sin mirar el mañana.

Tampoco preocupa que en muchos pueblos estén haciendo el paseíllo la mayoría de las figuras del toreo mientras gran parte de los novilleros y de los matadores noveles se quedan parados sin opción de demostrar su posible valía. Es una situación que la pandemia ha agudizado. Figuras a precio de saldo. Y los municipios que pueden aprovechan la ocasión. Pero eso, ni es natural ni es bueno.

Para que la tauromaquia perviva necesita que se den novilladas para que se forjen los toreros del futuro. Si no hay donde aprender no habrá cantera, y si una vez se ha tomado la alternativa se deja en el banquillo a los doctorados, la renovación del escalafón es misión imposible. Sí, en esta época post-confinamiento se están anunciando más funciones de las que se podía presuponer hace sólo unos meses, pero en los carteles se repiten los nombres de los espadas más sonoros, que prefieren vestirse de luces a low cost que prepararse en el campo sin obtener dividendos. Que estén en su derecho no significa que sea lo mejor para el bien general. 

Nada de todo esto aparenta atormentar a los gerifaltes del cotarro, que continúan dirigiendo la nave prácticamente del mismo modo que se capitaneaba hace un siglo, cuando los toros eran el espectáculo preferido por la sociedad. Tampoco perturba que el juego de demasiadas corridas sea muy deficiente, sobre todo en las plazas importantes donde una entrada de tendido se paga a 100 euros. Suben los precios para compensar la merma de ingresos que comporta la restricción de aforos, pero no aumenta la bravura después de que los ganaderos anunciaran que el Covid había obligado a sacrificar muchos animales, en teoría a los de peor nota.

¿Qué más hace falta para que el sector se inquiete y busque soluciones?

 

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