CAPOTAZO LARGO

Suspenso al aburrimiento

martes, 11 de octubre de 2022 · 07:12

Salía de la plaza comentando el festejo con mi buen amigo y, de pronto y a modo de conclusión, me dijo: “Me he aburrido”. Mi buen amigo fue profesional hace un tiempo y es uno de los mejores analistas taurinos que conozco. Pocos como él ven tan pronto las condiciones de los astados y las necesidades técnicas que exigen. Suele encontrar argumentos que le satisfacen en cualquier mínimo detalle de una tarde de toros. Que él admita que se ha aburrido es una señal de alarma preocupante. Me confesó que había tenido la intención de invitar a unos compañeros advenedizos en materia taurina, y que ahora pensaba que había sido una suerte no hacerlo, “porque no hubiesen vuelto jamás”, sentenció.

No es norma general que el aburrimiento invada una plaza, pero es cierto que, cuando aparece, convierte en soporíferas e indigestas las más de dos horas de función. Personalmente me atraen mucho las novilladas sin caballos, como era el caso. Suelen ser muy distraídas porque es muy común que los chavales, con sus lógicas lagunas, salgan a darlo todo sea como sea y, además, porque es el momento más ilusionante para apostar por alguno de ellos.

También parece evidente que en la actualidad hay muchos novilleretes con aura de figura, con una técnica depurada que se asemeja a la de algunos matadores consolidados, que si el animal no les gusta esperan la salida de otro que les deje expresar su concepto, que se arriman lo justo y salen con el traje impoluto… Por fortuna siempre quedan de los otros, de los que la ambición les emana a raudales y no perdonan un quite ni dejan pasar el mínimo resquicio para mostrar su valía.

Sabiendo que la impredecibilidad es una cualidad inherente al toreo, que incluso puede resultar un aliciente atrayente, me pregunto si no es mínimamente imaginable el futuro taurino que le espera a cada alumno de las escuelas taurinas. Después de que todos gocen de oportunidades en plazas menores, no estaría mal que se fuese haciendo una criba con aquellos que, más allá de sus ganas e ilusión, no posean el valor aconsejable o la capacidad de asimilar conceptos técnicos básicos, porque no parece que los milagros existan y que, de la noche a la mañana, alguien pueda espantar sus miedos o convertirse en un catedrático en tauromaquia.

En cualquier materia los maestros realizan exámenes y aprueban o suspenden a sus educandos. No debe ser tarea grata, pero es necesaria para que sean los mejores los que vayan superando etapas hasta el doctorado. No sucede lo mismo en las escuelas taurinas, al menos eso se desprende de la actuación de ciertos alumnos en plazas de categoría, donde deberían anunciarse los más aventajados.

Hace unos días me contaron el caso de un novillero sin picadores con una falta de determinación evidente. Tras ver lo mal que lo estaba pasando en una actuación, su maestro le propuso al director de la escuela que lo quitara de la siguiente plaza donde debía torear porque los animales iban a ser de mayor entidad. El director dijo que no podía hacer eso, que tenía que ser el propio interesado quien se diera cuenta y decidir. El chico pegó un petardo y, por fortuna, no sucedió nada peor.

También soy conocedor de que, en algunos casos, se mantiene activos a alumnos sin demasiadas aptitudes sólo como labor social, para evitar que acaben metidos en entornos poco aconsejables. Loable misión, pero no estaría mal que se les encauzara directamente a las filas de plata, donde podrían convertirse en magníficos profesionales y sentirse realizados.

Todo eso derivaría en mayor número de oportunidades en cosos de repercusión para los alumnos más destacados, y quizá así mi amigo podría invitar a sus advenedizos colegas sin tanto miedo al aburrimiento.

 

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