CAPOTAZO LARGO

Cuestión de actitud

martes, 4 de octubre de 2022 · 07:42

El público paga y está en su derecho de exigir total entrega a los actuantes en cualquier función. La tauromaquia tiene peculiaridades únicas que la hacen diferente al resto de actividades, lo que no es óbice para que los espectadores dejen de requerir la máxima disposición a los toreros.

En una obra de teatro el actor se aprende un guion que repite actuación tas actuación. En una película el protagonista tiene la opción de multiplicar las tomas cuantas veces sea necesario hasta que el resultado de la grabación sea el deseado. Pero en una corrida no hay guion que se pueda aprender para repetirlo una y otra vez ni existe la posibilidad de volver a realizar una faena mal planteada o de romper un lienzo como hacen los pintores cuando no ha quedado de su gusto.

El torero depende de factores externos como el estado de ánimo, la inspiración, el ambiente en los tendidos y, sobre todo, del toro, que muchas veces acaba descomponiendo todos los deseos. Pero la mayoría de los asistentes a una plaza no tienen por qué saber de situaciones anímicas y, con independencia de las condiciones del astado, reclaman que la faena del matador acabe rentabilizando el precio de sus entradas. Si se pueden cortar orejas mejor y, en caso de que no haya opción, que el coletudo se empeñe en sacar partido de su antagonista.

A lo largo de la historia siempre ha habido un dilema entre los aficionados partidarios de los toreros “de arte”, que esperan la salida de un ejemplar determinado, y los defensores de los “honrados”, trabajadores con todo tipo de ellos. Personalmente nunca me ha gustado esta distinción porque estoy convencido de que, tanto unos como otros, pretenden brindar lo mejor de sí mismos para emocionar y triunfar. Lo que ocurre, es que los artistas siempre han necesitado un “material” especial, y cuando el animal no ha poseído unas virtudes mínimas han desistido pronto de realizar faena porque saben perfectamente que no van a poder expresar su personalidad. Pienso que no hacer perder el tiempo a la concurrencia con paripés también es honradez.

Sea como fuere, gran parte de la gente es mucho más paciente, permisiva y tolerante con las figuras consideradas “de arte” porque las conoce perfectamente y las acepta como son. Pero hasta llegar al estatus de estrellas han tenido que demostrar su valía y cosechar éxitos frente a todo tipo de toros.

Con los novilleros cambia el panorama. Los benjamines del toreo se tienen que ganar la ascensión al escalafón superior a golpe cantado, tarde tras tarde, fallando lo mínimo. Y además son los grandes desconocidos para la multitud, que no sabe si son de los que necesitan más inspiración o de los bizarros capaces de asustar al miedo.

A todo esto hay que sumarle que la actitud es fundamental para transmitir a los tendidos. Y la actitud de alguien que sueña con alcanzar la gloria dedicándose a lo que le gusta y ha elegido libremente no puede ser otra que la de mostrar predisposición, voluntad y entrega total. A eso siempre se le llamó “estar en novillero” e implicaba, en ocasiones, atropellar la razón para conseguir el objetivo.

Cada vez veo menos chavales “en novillero” y más en plan figura, que no exteriorizan estar esforzándose al máximo, que llegan vestidos con un terno de estreno y salen con él impoluto. Creo que esa no es la actitud. De todos modos también los hay de los otros, de los de antes, de los de siempre, de los que no esperan a mañana para puntuar sea como sea, y el tiempo les dará la razón. De hecho ya se la está dando.

 

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