CAPOTAZO LARGO

El niño taurino de Ucrania

martes, 5 de abril de 2022 · 06:19

Montserrat le preparó una pequeña maleta con lo indispensable mientras Jordi revisaba el coche para un viaje de más de 3.000 kilómetros. Desde que estalló la guerra mantenían contacto telefónico diario con Mykola y Oksana, cuya intención era permanecer en Ucrania. Los ataques se producían en Kiev, a 150 kilómetros de su casa, y no sentían un peligro verdadero. Pero aquella noche las bombas rusas llegaron a Zhytomyr. Vivían a una casa de campo a las afueras y el paralizante ruido de los bombarderos sobrevolaba sus cabezas cada vez con más asiduidad. Apareció el miedo. La preocupación por sus pequeñas Diana y Kseniya fue más fuerte que el sentimiento patriótico y decidieron salir de allí a toda prisa. Llamaron a Jordi y Montserrat y escaparon hacia la frontera. Era el 1 de marzo, nueve días después de estallar la guerra.

Por fortuna aquel trayecto de huída de la injusticia y el horror resultó tranquilo. Sólo un día más tarde los rusos se hicieron con uno de los puestos de control del corredor y esa misma vía de salida se convirtió en muy peligrosa.

Mikola es uno de los llamados “niños de Chernobyl”. Vivía en Prípiat cuando en 1986 ocurrió la explosión en uno de los reactores de la central ‘Vladímir Ilich Lenin’, considerado el peor desastre nuclear de la historia. El accidente arrojó a la atmósfera al menos 100 veces más radiactividad que las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Se calcula que más de 5.000 niños han contraído cáncer debido a la contaminación y que más 200.000 personas han fallecido por enfermedades relacionadas con los efectos de la radiación.

Más de 300.000 ucranianos fueron obligados a abandonar sus casas tras la catástrofe. Entre los 900 que vinieron a España estaba Mikola, que llegó a Cataluña con tan sólo 10 añitos. Era un niño delgaducho y tímido. No quería beber leche porque pensaba que estaba intoxicada, pero el cariño de Montserrat y Jordi, su familia de acogida, consiguió cambiar sus reticencias y miedos por confianza y felicidad. Aquel verano Mikola ganó cinco kilos y una vivencia perenne junto a quienes ya serían para siempre sus segundos padres, que vivían en la ciudad gerundense de Olot, donde había una plaza de toros construida con piedra volcánica que fue inaugurada en 1859.

Jordi era un entusiasta aficionado taurino que poseía una amplísima y colorida colección de carteles locales que llamaban la atención de Mikola. Su curiosidad e interés animaron a su nueva familia a llevarle a los toros para ver a “El Niño de la Capea”, Julio Robles y Espartaco. Con aquella experiencia inolvidable, el pequeño ucraniano regresó a su país, aunque cada verano volvía a Olot para pasar un mes junto a sus padres catalanes y seguir viendo toros. Año tras año fue descubriendo nuevos toreros, como Manzanares, Dámaso González, Paco Ojeda… Su afición fue creciendo de tal modo y su entusiasmo era tan contagioso que los adeptos taurinos ucranianos fueron aumentando. Cada verano Mikola traía más amigos a pasar unos días a Olot con el ánimo de vivir la emoción del toreo en primera persona. El grupo alcanzó la cifra de 50 personas que todos los meses de agosto fletaban un autobús desde Zhytomyr, donde en 2001 se fundó la Peña Taurina Ucraniana con Mikola de presidente.  

Ahora no importaba que ya no hubiese toros en Cataluña ni que en la Peña Taurina de Zhytomyr sólo quedaran una docena de socios. Lo realmente preocupante era salvar las vidas de la familia de Mikola. Jordi salió a toda prisa hacia la ciudad polaca de Medika, en la frontera con Ucrania, donde recogió a Oksana y a las pequeñas Diana y Kseniya. Al otro lado de la valla Mikola se despedía con lágrimas incontenibles. Los hombres deben quedarse en su país para combatir o ayudar en labores humanitarias.

Las tres mujercitas llevan casi un mes en Olot y ya sueñan con el posible regreso a lo que fue su casa. Oksana sabe que irá a limpiar y a reconstruir, pero está dispuesta a “empezar de cero”. En la mirada de sus hijas se puede ver la preocupación y la tristeza, sobre todo en los ojos de Diana. Kseniya es la más pequeña, no entiende lo que está ocurriendo, y parece más ajena al horror de una guerra que, como todas, se ceba de manera injusta con los inocentes.

 

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