CAPOTAZO LARGO

Pueblos para las ciudades

martes, 16 de agosto de 2022 · 06:36

Fui un afortunado. Tuve la suerte de que me llevaran por primera vez a los toros de mi pueblo con sólo ocho meses de vida. En brazos de mis padres asistí a las nueve tardes de la feria de 1968 de Algemesí, y por lo que siempre ha contado mi madre parece que la experiencia me gustó, pues no rechisté ni un solo instante. Fui un afortunado. Empecé a ir a una plaza de primera categoría con apenas seis o siete añitos. Había presenciado una corrida de El Viti en la tele y quedé impactado con aquel señor de majestuoso porte. Mi abuelo me prometió que en cuanto se anunciase en Valencia, de donde era abonado, me llevaría a verle. Y así lo hizo.

Fue una fortuna tener la oportunidad de ver festejos en recintos tan distintos y comprobar lo diferente que es el toreo según donde se ejecute. La algarabía, el aplauso fácil y la generosidad de los pueblos contrastan con el orden, la exigencia y la rigurosidad de los cosos de repercusión. Y comprender que ambas tauromaquias son necesarias y complementarias es fundamental para argumentar y defender su imprescindible continuidad.

Leo con preocupación noticias que relatan la creciente despoblación de la España rural, centro de abastecimiento agrícola y ganadero de la ciudadanía. Con la decadencia de los pueblos desaparecen funciones taurinas ancestrales, eslabones imprescindibles para que sigan actuando novilleros y matadores noveles, piezas que enlazan con la élite del toreo en edificios monumentales.

Algemesí subsiste a pesar de las dificultades. Se estima que sólo en la semana que dura su ciclo la economía local crece un 20% respecto al resto del año. Leo que los hosteleros de la ciudad de Gijón calculan que este año, con el cierre de su plaza de toros, reducirán las ganancias en un 70%. Leo que la presencia de José Tomás en Alicante dejó en la ciudad un impacto económico de casi cinco millones de euros.

La tauromaquia es fuente de arte y de cultura, de emociones y de dichas. Es ecología pura que mantiene vivo un animal único y conserva dehesas en estado natural, cuidadas y mimadas, protegidas de incendios. Es también un motor financiero que genera cientos de miles de puestos de trabajo y repercute en las economías locales, autonómicas y nacionales. Salvar los toros en los pueblos es alimentar el mañana en las ciudades y todo lo que conllevan. Sin el primer tramo de la cadena no habrá futuro.

Este año sólo se dará un festejo en toda la provincia de Asturias. En Cataluña “res de res” (nada de nada), batalla perdida, como sucedió en Canarias. En Galicia el asunto va de capa caída. En Baleares apaga y vámonos. Y en los pueblos… hoy sólo un 40% de las localidades que organizaban toros hace dos décadas continúa haciéndolo.

No sólo de José Tomás vive el aficionado, ni los empresarios, ni las ganaderías, ni la economía, ni el toreo. No cuestiono que se haya ganado el derecho a torear dos corriditas de cuatro astados por temporada, pero hay que convenir que la subsistencia de la tauromaquia está en la Liga y en la Champions, en la temporada y en las plazas rigurosas.

Para que exista José Tomás y siga provocando ganancias allá donde se anuncie es necesario salvar los pueblos y su jolgorio, forja imprescindible, antesala de los puertos de primera donde la exigencia ha de primar para que la liturgia taurómaca adquiera sentido y perviva.

 

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