CAPOTAZO LARGO

Espectáculo, verdad, rivalidad y emoción

martes, 10 de enero de 2023 · 06:25

La feria de San Isidro celebrada el pasado año en Madrid tuvo una gran respuesta de público. Se produjeron 11 llenos de “no hay billetes” y asistieron casi 18.000 espectadores de media cada día. Durante sus 29 tardes de toros se aforó un 80% de los tendidos, siendo un total de 535.000 concurrentes los que ocuparon las localidades de Las Ventas.

Desconozco si algún día se concentraron antitaurinos a las puertas del edificio. Es posible. Si los hubo sería en cantidad anecdótica, a pesar de que los cabecillas son profesionales de provocar crispación y están subvencionados. Muchos de los que hacen bulto van por un bocata, una cerveza y 20 euros. Que les digan de pagar un solo euro y la cantidad anecdótica pasa directamente a desaparecer. Que hagan la prueba. En cambio, durante el mes de junio más de medio millón de aficionados pasaron por taquilla dejándose su buen dinero.

Alguien dirá que el tirón de San Isidro es especial, pero el cómputo anual tampoco deja de ser sorprendente. Del 27 de marzo al 12 de octubre, Las Ventas acogió un total de 61 espectáculos taurinos: 38 corridas de toros, 20 novilladas y 3 festejos de rejones. Un total de 828.920 asistentes acudieron al coso venteño, arrojando una media de casi el 60% de capacidad cubierta. En 12 tardes se acabaron todas las localidades. ¿Y todavía hay antitaurinos sufragados que se empeñan en afirmar que la tauromaquia está en declive y se acaba? Pues sí, los hay.

Pero, por muchos antitaurinos que haya y muchos ataques que tenga la Fiesta, si la plaza está llena el cuento apocalíptico se acaba. Y nada mejor para fidelizar al público, captar nuevas aficiones y erradicar teorías cataclísmicas que ofrecer un espectáculo de verdad irrefutable, rivalidad y emoción, o lo que es lo mismo, respetar al cliente.

Para ello hay que criar y exhibir el toro de su gusto, que es el bravo, el exigente, el que da valor a lo que se realiza con él; anunciar a los toreros de su predilección, los que se han ganado los contratos sobre la arena, respetando la idiosincrasia y los méritos contraídos en cada recinto; y ajustar precios que garanticen el acceso a todo tipo de poderes adquisitivos.

Hay toreros que tienen la temporada hecha antes de que dé comienzo porque muchas ferias se montan bajo el interés de unos apoderados que a la vez son empresarios. Demasiadas veces se rehúye lidiar divisas encastadas y anunciarse en ternas de gran competencia. Y el coste de las entradas no siempre se ajusta a la realidad económica que sufrimos. Si se suaviza el espectáculo y, además, se convierte en una función para élites, se limita el acceso y el relevo se corta.

¿Cómo se va a jugar la vida un matador que tiene 50 corridas firmadas de antemano? ¿Cómo se va a arriesgar a anunciarse con un hierro duro si tiene más que perder que ganar? ¿Cómo va a anteponer alternar junto a un joven hambriento que con un veterano fraternal? ¿Cómo no va a preferir seguir haciendo el paseíllo en carteles de “sota, caballo y rey”, antes que con aquellos que están en época de ambicionar la cumbre del escalafón? ¿Cómo va a mirar por el futuro si su bolsillo lo llena el presente?

No, el mal de la Fiesta no son los mentirosos antitaurinos. Lo peor para el toreo es la monotonía, la falta de emoción y vivir de espaldas a la realidad que demandan los espectadores. Por eso, mi deseo para este nuevo año que acaba de iniciarse es que toreros, apoderados y empresarios, antes que profesionales sean buenos aficionados y que velen por la continuidad de un rito ancestral, único e inexplicable.

 

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