CAPOTAZO LARGO

Injusticias fuera y dentro

martes, 31 de enero de 2023 · 08:38

Sorpresa, mazazo, frustración, rabia, lágrimas… de todo ello hubo en el habitáculo donde fueron recluidos un grupo chavales por el mero hecho de soñar con ser toreros. Sucedió el pasado 22 de enero en una placita de tientas de la ciudad venezolana de Mérida. El presidente del “Consejo Municipal de Derechos del niño, niña y adolescente” del Estado, no sólo prohibió que los menores de edad pudieran participar en un encuentro taurino, sino que, además, decretó que fuesen encerrados en una dependencia aneja, una orden arbitraria y dictatorial que, lejos de proteger a los jóvenes, sólo cercena y daña sus deseos e esperanzas.

El diestro Manolo Vanegas había organizado la primera edición de un certamen llamado “La felicidad de un torero” en el que iban a tomar parte alumnos de la escuelas taurinas de San Cristóbal, Tóvar, Seboruco, Maracay y Mérida, pero cuando todo estaba a punto de dar inicio, de forma repentina llegaron al evento funcionarios del Consejo para sacar a los muchachos del recinto. Todo el trabajo y esfuerzo llevado a cabo hasta el momento se iba al traste, todos sus anhelos e ilusiones se desvanecían de repente. Sólo a los mayores de 18 años se les permitió quedarse en la placita para lidiar unos becerros sin llegar a colocar banderillas y mucho menos matarlos.

Al mismo tiempo, se decretaba la restricción de entrada de menores a la feria venezolana de San Cristóbal, una orden que, por fortuna, un juez anuló autorizando el ingreso de adolescentes a partir de 12 años acompañados por un adulto. La tauromaquia es algo cada vez más testimonial en Venezuela, y la estrategia de acoso y derribo al menor sólo busca acabar con el toreo en un futuro inmediato. Se pretende que no exista manera de formar nuevos valores y que, además, la cadena generacional de aficionados se rompa.

Resulta paradójico que un menor pueda competir en el Mundial de Motociclismo aún sin tener edad para tener el carnet de conducir y pilotar por un circuito a más de 240 kilómetros por hora y, sin embargo, lo que preocupa al Gobierno venezolano es que los jóvenes se pongan delante de un añojo todavía sin cuernos. Venezuela lidera América en asesinatos, pobreza extrema infantil y desempleo. La pobreza alcanza al 76’6% del país y el 30% de los niños menores de cinco años sufre desnutrición crónica. El 74% de la población vive con menos de 1’2 dólares al día y adquiere sus alimentos de forma diaria, pues no cuentan con los recursos para hacer compras para plazos más largos. Pero lo que importa a los hipócritas y fariseos mandatarios es el toreo. Lamentable.

No es justo que se ataque a la tauromaquia de este modo y, mucho menos, que se utilice a los menores en esta cruzada, ni es justo que el mundo profesional taurino permanezca de brazos cruzados ante tantas ofensivas abolicionistas como se están perpetrando en todas las latitudes. Tampoco es justo que el empresariado desprecie los méritos contraídos por los coletudos en los ruedos y deje fuera de las ferias a quienes se han ganado un puesto con todo derecho. El último San Isidro ha olvidado a varios nombres que, gustos a un lado, han derramado su sangre sobre el albero madrileño, como Rubén Pinar o Escribano. Aunque más sonoro, doloroso y alarmante es el caso de Rafaelillo, guerrero honrado donde los haya, entregado sin reservas siempre, torero de los pastueños y lidiador de las alimañas, triunfante habitual más allá de estadísticas numéricas.

Madrid siempre dio sitio a todo tipo de toreros y muchas veces saltaron sorpresas entre los inesperados. Madrid nunca entró en cambios de cromos ni en vicios extendidos. Madrid invariablemente fue escaparate y oportunidad para todos y respetó los merecimientos de los toreros. Este año San Isidro se ha hecho más elitista y ha dejado sin cobertura a una segunda fila que se queda así sin posibilidades para emerger, y también a algunos diestros que debían hacer el paseíllo por ley.

Ni es justo que desde fuera se prevarique para atacar a la tauromaquia, ni que desde dentro se mire para otro lado, ni, mucho menos, que se arrincone de forma irrazonable a quienes se han justificado de verdad ante el toro.

 

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