CAPOTAZO LARGO
Nek en la pole
“¡Mátalo, mátalo, mátalo…!” El público le pedía que lo matase porque aquel novillazo con trapío de toro sólo ofrecía peligro. No tenía un pase, y cada vez que el chaval le presentaba la muleta era como jugar a la ruleta rusa. Gañafones por el pitón derecho y por el izquierdo. Frenazos. Miradas. Probaturas. Le medía una y otra vez y volvía a pegar un gañafón violento. “¡Mátalo!” La gente no soportaba tanta incertidumbre, tanto miedo, tantos sustos. “Esto es venir a sufrir”, decía una y otra vez mi vecino de localidad.
A veces en los toros se pasa miedo. Y creo que es bueno, duro pero bueno. Eso le confiere valía a cuanto realiza el torero, que siempre debe ser el héroe que vence a la fiera, nunca quien tenga que provocar las embestidas del manso ni mucho menos el enfermero que cuide al inválido. El torero es aquel titán capaz de hacer lo que el resto de mortales somos incapaces.
Cierto es que desde el tendido se pasa peor cuando el aprendiz de héroe es un novillero, quizá por esa protección paternalista inherente a la condición humana. Y es que hoy los novilleros no disponen de novilladas de rodaje, de aprendizaje. El sistema actual impone celeridad y responsabilidad. Cualquier novillada es crucial. Hay que estar siempre bien porque cada actuación es un examen que lleva a otro examen. Una tarde se te va un pie y te quedas parado.
Antes había que ir rodándose por los pueblos y hacer méritos en provincias para que te pusieran en Madrid. Ahora, en infinidad de ocasiones, hay que estar bien en Madrid para que te conozcan y te contraten en los pueblos, y si no estás bien en los pueblos te dejan tirado como una colilla. Así está el asunto. Nek Romero lo sabe demasiado bien, por eso, cuando escuchaba aquello de “¡mátalo, mátalo!”, no hacía ni el mínimo caso y seguía jugándose la vida ante el imposible astado que le correspondió en mala suerte.
Le había cortado una oreja al primero de su lote, otro animal con genio frente al que también había tenido que echar mano del valor seco y sincero para emocionar a los tendidos pero que, al menos, le había dejado pegar muletazos. Necesitaba otro apéndice para salir a hombros y por él no iba a quedar. Así que se atornilló a la arena, tragó y metió la barriga cuando los pitones le pasaban rozando. Y la puerta grande se le hubiese abierto de no haber fallado con el estoque.
Abandonó la plaza por su pie, que ya puede considerarse una victoria. Visiblemente triste. Es lógico. Pero no debe estarlo porque no dio un paso atrás, todo lo contrario, la sensación que dejó fue inmejorable. Todos lo vieron, neófitos y profesionales. Nek es de los pocos novilleros que ha tenido la suerte de levantar expectación y hacerse un gran cartel sin haber pasado todavía por Las Ventas. Su último festejo de la temporada en Valencia era una apuesta por situarse en la ‘pole position’ de cara a la próxima campaña y verse anunciado en las principales ferias, también, por supuesto en Madrid. Y ese reto está conseguido, seguro. Una actuación tan firme y maciza no puede caer en saco roto.
Eso sí, Nek, como el resto de compañeros de escalafón, ha tenido que madurar a velocidad de vértigo porque, como para todos, cada actuación ha sido de responsabilidad, nunca de rodaje ni de aprendizaje. Y eso lo ha superado con sobresaliente. Todo en él es naturalidad. No hay atisbo de esfuerzo porque siempre parece estar disfrutando de cuánto hace, incluso cuando aparecen las dificultades.
Llegó a la plaza sonriente. Saludó a los seguidores. Fue a tocar la estatua de Montoliu. Le dio un abrazo a un amigo, que se emocionó. Le gastó una broma. Estuvo sobre la arena como quien pasea por su casa. Espontaneidad, seguridad, mando. No le pesó hacer el paseíllo en una función mixta junto a una figura consagrada. Se creció ante las adversidades. Agradeció a la banda de música. Toreó. Lidió. Se jugó la vida de forma consciente y con verdad. Lo de matar bien lo debe haber dejado para la próxima, por que si no… ¿Qué nueva sorpresa puede ofrecer?.