CAPOTAZO LARGO
Trapío a la baja
El asunto ganadero empeora. Si durante la recién finalizada temporada taurina el trapío de los toros ha descendido respecto a campañas anteriores, para el año que viene el problema parece que se agrava. Aseguran los veedores que en el campo no hay un abanico de astados lo suficientemente amplio para elegir. Lo que se ve es lo que hay. No existen otros cercados con animales más aparentes. Lo tomas o lo dejas. Si lo tomas falta presencia; si lo dejas te quedas sin toros, y sin ellos no hay festejo. Lío en los reconocimientos o lío en los tendidos, pero lío seguro. Es la situación que provocó la pandemia de COVID con la reducción de vacas que conllevó. El resultado se ve y se sufre ahora.
Por supuesto que existen salvedades y que siempre habrá astados dignos para los cosos más exigentes. Por eso las empresas importantes y previsoras ya peinan la cabaña brava en busca de los animales más pertinentes para sus plazas. Pero no habrá para todos y es muy probable que la presentación baje todavía más respecto a lo visto en 2023. No es bueno para la tauromaquia que el toro pierda imponencia, porque con ello las faenas pierden importancia, impacto y emoción.
Para más inri, los empresarios -también hablando en general- han apretado a los criadores en materia económica. El presupuesto para ganado se ha congelado, cuando no reducido, y muchos organizadores ofrecen un montante fijo, generalmente inferior a lo que se pagaba antes e incluso por debajo de la cantidad mínima para que la crianza del animal resulte rentable.
A todo esto hay que sumar el brutal incremento de los piensos y de los complementos nutritivos, sin entrar a valorar el coste superior de vaqueros, veterinarios, transporte y mantenimiento de las fincas. Todo sube y la suma por ejemplar baja. La contabilidad no cuadra, y menos en una época en la que el ganadero romántico con un cochón monetario amparándole está en vías de desaparición.
En tiempos de bonanza económica proliferaban los criadores que mantenían sus explotaciones por afición y porque contaban con un respaldo financiero sobrado; ricos que invertían en el campo el dinero que ganaban en sus negocios ajenos al sector taurómaco. Pero de esos quedan cada vez menos. La crisis del ladrillo y la generalizada recesión económica ha provocado que bohemios y rumbosos se extingan con celeridad. Ahora nadie puede soportar pérdidas, nadie consiente que su negocio sea deficitario, nadie está dispuesto a perder sus ahorros.
Y cuando llegan los empresarios apretando en la negociación con un fajo de billetes inferior al que marca la diferencia entre cubrir gastos o ruina, el ganadero endosa lo que tiene y abandona la intención de esmerarse en el remate -a base de costosa nutrición- de los astados seleccionados. Lo que se ve es lo que hay y no ganará lustre. Y el organizador anuncia la divisa sin advertir al respetable que saltarán astados de serie B. Lío seguro.
Es lo que nos toca vivir. Y es momento de centrarse en que el rey de la Fiesta recupere cuanto antes su esplendor. Sin toro nada tiene sentido; sin toro no hay tauromaquia. Parece inevitable que su presencia siga bajo mínimos durante un tiempo que no debería ser definitivo. La exigencia de los aficionados y una anhelada recuperación económica deberían devolver el trapío deseable a la cabaña brava, aunque el panorama político y social que España está sufriendo no llama al optimismo. Crucemos los dedos porque me da a mí que Puigdemont no tiene la mínima intención de echar un capote al toreo.