CAPOTAZO LARGO

Comprometerse es el secreto

martes, 14 de marzo de 2023 · 05:49

Estoy plenamente convencido de que las escuelas de tauromaquia no unifican los conceptos y las formas de sus alumnos, como no hace tanto tiempo se defendía. Es lógico, y hasta oportuno, que los maestros enseñen la técnica del toreo a los chavales, que para eso se inscriben. La romántica época de forjarse en las capeas y robando muletazos en las ganaderías ya pasó. Contra la transformación de la sociedad no se puede ir, y hoy sería inviable que perdurasen aquellos tiempos de rodaje por los pueblos mal comiendo, mal durmiendo y malviviendo. El carácter proteccionista, incluso prohibitivo, que los políticos han impuesto en todo tipo de materias legislativas impediría que un joven abandonase su escolarización para jugarse la vida por un sueño.

Así las cosas, en estos momentos las escuelas son la mejor vía para formarse y crecer como torero. Pero, evidentemente, no son aval de éxito para nadie. Que se impartan clases de toreo de salón, que se expliquen los conceptos técnicos y que se participe en tentaderos no significa que el objetivo de doctorarse esté garantizado. Eso dependerá de muchos factores que sólo tienen que ver con las capacidades de cada individuo. Poseer personalidad propia es fundamental. Ser diferente, único. Eso es primordial. Y todo basado en una afición, y sobre todo en una disposición, indestructible.

Las escuelas proporcionan una base para saber torear bien desde el principio, prácticamente desde el debut. Poco tienen que ver los becerristas de ahora con los de hace unas décadas. Aquellos aprendían a base de errores que pagaban frente a los astados. Se superaban a base de ambición y de valor. Tenían que “estar en novilleros”, querer y querer, insistir e insistir, atropellar la razón a veces, crecerse ante las adversidades siempre, levantarse sin mirarse tras cada voltereta y volver a la cara del animal… Los actuales dominan el toreo con exquisitez, apenas cometen errores, suelen mostrarse, cuanto menos, compuestos, son perfectos matadores en miniatura. Otra cosa bien distinta es que sus labores calen en los tendidos.

Para que el público se emocione y tome parte por un novillerete, es primordial que llame la atención por encima del resto. Y para hacerlo es imprescindible tener sello distintivo, no ser uno más. Diestros capaces de torear con pulcritud hay muchos, pero ser los elegidos para alcanzar la cima apenas existen. Las escuelas de tauromaquia no funcionan como el resto de academias, donde se aprueba o se suspende a los pupilos. En cuestión taurina todos gozan de ocasiones y no se inhabilita a nadie. Hay quien piensa que eso resta oportunidades a los discípulos más aventajados. Puede ser. Pero no menos cierto es que, de vez en cuando, aparecen sorpresas inesperadas, muchachos en quienes no se confiaba que acabaron rompiendo, y también al contrario, niños prodigio que perdieron la vocación y el entusiasmo. Es por eso que, finalmente, el “apto” o “no apto” lo da el toro, que pone a cada cual en su lugar con el veredicto del público.

Últimamente he comprobado la exquisitez de muchos aprendices de matador manejando capote y muleta, pero he echado en falta la emoción, el pellizco, la ilusión. En demasiadas ocasiones sobra pulcritud y falta compromiso. Compromiso es pisar terrenos que pesan demostrando raza y voluntad, intentando dominar con autoridad. Compromiso es quedarse clavado a la arena cuando todo indica que el animal no cabe si uno no se aparta. Compromiso es ajustarse las embestidas y salir de la plaza con el vestido manchado, no impoluto. Y si hay defectos, que los haya. Y si hay imperfecciones ya se subsanarán. A comprometerse no se enseña en las escuelas, y ese el secreto.

 

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